Capítulo 8

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-¿Estás seguro de que esta es la dirección correcta?-cuestionó Skipper preocupado- ya es muy tarde, debimos haber llegado hace unas tres horas.

-Lo siento Skipper, pero no puedo encontrar ningún edificio con forma de emparedado.

Skipper movió la cabeza con decepción- Al parecer los mapas no son de tanta ayuda.

-Claro que sí, los cartógrafos lucharon por siglos intentando plasmar la superficie de la tierra para ubicarse en ella, seguir a las estrellas no siempre era útil. Tal vez no sabemos leerlo...

Los pingüinos continuaron caminado por horas y horas hasta que el sol comenzaba a salir una vez más.

Rico cayó al piso, mientras Kowalski exigía un descanso.

-No soldados, le prometí a Cabo que regresaríamos y eso haremos.

-¡Sí, iremos al zoológico!- se escuchaban los gritos de un niño cruzando la calle de la mano de su madre, los pingüinos se ocultaron detrás de un bote de basura.

-Está es nuestra única oportunidad soldados.

Los pingüinos saltaron al taxi que recogió al niño y a la mujer, se sujetaron con fuerza mientras el conductor evadía con audacia otros vehículos que se cruzaban en su camino.

Al llegar al destino, Rico no pudo evitar regurgitar todo lo que su estómago contenía.

-¿De dónde sacaste esto Rico?- cuestionó Kowalski anonadado ante la dinamita que el pingüino acababa de lanzar por su pico.

Una explosión se escuchó.

***

El pequeño pingüino se había quedado dormido, a pesar de que la noche no caía aun, estaba muy débil.

-¿Cabo?- una voz familiar llamó, al no recibir respuesta agitó al pingüino hasta que éste abrió los ojos. - ¿Estás bien?

El pingüino apenas pudo asentir.

-Estoy bien, ¿Arthur? ¿Verdad?

-Así es, y esta vez he venido para llevarte a que conozcas a los otros...

Cabo lo observaba con atención. El énfasis que el individuo había empleado en la última palabra le provocó un terrible estremecimiento, sus puntiagudos dientes sobresalían de su boca cada vez que le lanzaba una sonrisa al pequeño pingüino, haciéndolo sufrir aun más.

-Hemos construido una casita de jengibre- continuó el animal- ya sabes, la Navidad se acerca y es ideal para la ocasión- se acercaba sonrientemente al pingüino- ven, es muy dulce, tal como tú lo eres. Nos divertiremos.

A pesar del pavor que Cabo sentía respecto a su visitante, la parte de «jengibre» y «dulce» hizo que su estómago convenciera a sus pensamientos algo dudosos.

-Bien...- respondió al fin el pingüino

Cabo siguió con cautela al animal. Debía aceptar que estaba contento de haber hecho tan rápido a un amigo, y que visitaría una casita de jengibre, por lo menos un poco de magia navideña estaba cerca...

-¿Qué eres tú?- preguntó el pequeño con delicadeza

-Un tejón- su acompañante sonrió maquiavélicamente, mostrándole al pequeño su afilada dentadura.

El pingüino reflexionó, nunca había escuchado sobre tal especie, era interesante conocer nuevas...

-Al fin llegamos- sacó la criatura al pingüino de sus pensamientos.- Ven, acerquémonos más.

Cabo no podía ver nada, el lugar era un tanto oscuro, y mientras caminaban hacia el lugar el sol se había puesto. El lugar era bastante distinto; había vegetación, árboles, pero lo que más llamó su atención fue un pequeño hueco, del cual emanaban raíces de un árbol y era tan oscuro que parecía no tener fondo.

-Entremos- indico una vez más el animal, lanzando una mirada de invitación hacia el agujero.

Cabo negó.

-Vamos, es ahí donde están las galletas de jengibre.

-¿Galletas? ¿Y la casa...?

-Es lo mismo, entremos y lo verás.

A pesar de que Cabo era muy inocente y de que su estómago exigía a gritos ser alimentado, el pequeño sospechó de las verdaderas intenciones de su nuevo amigo, volvió a negar e intento marcharse, sin resultado ya que Arthur había llamado a los otros; tres animales como él mismo, lo rodeaban. El pingüino temblaba a causa del terror que le ocasionaba el mirar hacia sus dentaduras que escurrían en saliva como si hubiesen visto un exquisito manjar... lo que más miedo le daba es que él era el exquisito manjar.

-Sabes, Arthur, creo que debería irme...

-Oh, no, no lo harás.

Los animales comenzaron a acercarse más y más dejándolo casi sin escapatoria, afortunadamente sabía deslizarse, hizo un rápido movimiento comenzando una persecución a través de todo el zoológico, al principio había gritado pidiendo ayuda, pero después había guardado silencio intentando no ser descubierto bajo un asiento para humanos. Su respiración era veloz y entrecortada, no podía concebir la idea de todo lo que se había deslizado, y a la velocidad que lo había hecho para dejar atrás a sus persecutores. Temblaba, el hambre se había ido por instantes, pero aun así sentía un vacío dentro de él. Estuvo mucho tiempo ahí, sin moverse como una estatua, conteniendo el horror y el llanto. Dentro de él ya estaba encontrando la resignación: Skipper, Kowalski y Rico lo habían abandonado.

Decidió por fin volver a su hábitat, asomó su cabeza para asegurarse de que se encontraba solo y los asesinos se habían cansado.

En silencio avanzó por el camino que creía recordar, cuidándose las espaldas.

-No creíste que te dejaríamos ir, ¿o sí?- Exclamó el tejón topándolo de frente.

Volando a casa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora