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Salí del aula roja como un tomate –no había nada que odiara más que llamar la atención- y corrí a coger la bici. El bufete estaba a dos barrios de la facultad, no había tiempo que perder. Me puse el bolso en bandolera y cabalgué sobre mi montura de dos ruedas. Me encantaba moverme por las calles de París en bici. Me daba una sensación de libertad, por mucho que le pesara a Jess, con sus tacones altos. Aceleré el ritmo, consciente de que hiciera lo que hiciera, ese día iba a llegar tarde. Como todos los días, había que reconocerlo. En cuanto me bajé de la bici, jadeante, la dejé en el portabicicletas, comprobé la hora rápidamente y entré corriendo al impresionante edificio haussmaniano del barrio alto. En el lujoso vestíbulo estuve a punto, como casi todos los días, de empujar a la señora Lepic y a su horroroso chihuahua, ridículamente vestido con un abriguito plateado y rosa (¡así que era hembra!). Me disculpé mientras me dirigía a la escalera (no había tiempo de esperar al ascensor, lento como un caracol) y subí a toda velocidad los escalones que me separaban del segundo piso y de la imponente placa dorada con el nombre del bufete, Foch Inversiones. Nada más atravesar la pesada puerta de entrada, el señor Henri Dufresne, dueño del lugar, apareció de repente a mi lado:

–Ah, Élisabeth, querida, su informe sobre las posibilidades del mercado asiático estaba bien documentado y era bastante completo. Mejorable, por supuesto, pero bien hecho. Tiene usted futuro, querida. Pero, se lo suplico, ¡cuide su aspecto! No llegará a nada con esas pintas. No olvide que mañana recibiremos a Sacha Goodman. Póngase falda y tacones. No quiero que él piense que mis colaboradoras son descuidadas. Ah, y además, Arnaud quiere verla.
Colaboradora, colaboradora…

Me sentí halagada, pero no olvidaba que el señor Dufresne no me había hecho aún ninguna propuesta concreta y que faltaba poco para que acabara el curso. Estábamos en abril y ya hacía un año y medio que repartía mi tiempo entre la facultad y este bufete… a cambio de un sueldo de becaria. Tenía esperanzas en que mis esfuerzos acabaran por dar resultado y me consiguieran un puesto de trabajo en Foch Inversiones

–una vez hubiera acabado mi máster, evidentemente.

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora