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Sin aparentar en lo más mínimo ser consciente de mi avanzado estado de perturbación (o sin mostrarlo, en todo caso), el desconocido salió a buen paso de la cabina del ascensor, mientras yo me quedaba paralizada en el umbral de la puerta.

A continuación, se dirigió al mostrador de la secretaria y dijo en un francés impecable, apenas sin acento:

–Sacha Goodman, tengo una cita con el señor Dufresne.

Sin esperar respuesta de la secretaria, se giró hacia mí y añadió:

–Seré yo quien la lleve a casa esta tarde. Esté preparada a las 18 h. Sentí que no había nada más que hablar y asentí con la cabeza como una niña pequeña. Un tímido “gracias” salió de mi boca, pero él ya había entrado en la oficina de mi jefe. Ni siquiera había esperado mi respuesta, mi aprobación. Obviamente, Sacha Goodman no estaba acostumbrado a que sus órdenes se discutieran.

A las seis menos diez ya no tenía nada más que hacer, aparte de quitar y volver a colocar mecánicamente el clip de un contrato que ya me había releído cuatro veces. Comenzaba la quinta relectura, lanzando miradas alternativas a la puerta y al reloj. ¿Vendría a las seis en punto? No me sorprendería. Tenía toda la pinta de ser ese tipo de persona. No podía evitar que mi corazón latiera más rápido de lo normal. El día se me había hecho interminable.

Apenas había salido de mi oficina: tenía demasiado miedo de encontrarme con ÉL yendo al baño. Incluso le había pedido a Carole, la secretaria, que me trajera un bocadillo de la panadería para almorzar, con la excusa de que estaba desbordada de trabajo. ¿Por qué? ¿A qué se debía mi incomodidad? Era una estupidez. El futuro socio de mi bufete me había ayudado a levantarme de la acera. No había razón para montar toda una historia, ¿no? De acuerdo, sí, era súper sexy. De acuerdo también que la mera idea de que su calor corporal pudiera encontrarse con el mío… Um, me estremecí.

Visto el efecto que había supuesto en mí nuestro pequeño viaje en ascensor… no me atrevía a imaginar en qué estado me pondría si llegara a tocarme. Tocarme. Oh là là . Tocarme. Pero no, ¿estaba loca o qué? ¿Y por qué me iba a tocar? ¿A mí, la insignificante becaria desaliñada? En serio, era una locura. Sacudí la cabeza, negando la posibilidad, mientras releía el tercer apartado del segundo párrafo.
–¿Algún problema con el contrato?

Me sobresalté y dejé escapar un pequeño grito. Él estaba allí, poderoso y radiante, en el marco de la puerta. Había logrado sorprenderme.

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora