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La falda se me había subido hasta la cintura. Perdí el conocimiento durante… ¿un segundo? ¿Dos? Estaba un poco aturdida.

–¡Señorita! ¡Señorita! ¿Está bien? La voz, dulce y firme a la vez, atravesó la neblina en la que me encontraba. Sentí una mano que me estiraba la falda y tiraba de mi brazo para ayudarme a ponerme en pie. Parpadeé.

¿Estaba soñando o estaba despierta? La poderosa mano me levantó de la acera mientras yo intentaba recuperar mi dignidad.

–Ha sido por culpa de estos malditos zapatos –refunfuñé, recolocándome la falda y la camisa–. Me he resbalado y no le he visto…

–Ha chocado con mi coche –dijo el desconocido, visiblemente desconcertado

–. La llevaré al hospital. –No, no vale la pena, no tengo nada... Me volví hacia él, ahora que ya me había recompuesto y... ¡Vaya! ¿De dónde salía ese hombre? Era enorme, con constitución de nadador y una mirada de jade que me atravesó hasta la médula. Me pregunté incluso si podría ver a través de mi ropa. Todo en él emanaba testosterona. Si el mismísimo Apolo hubiera descendido a la tierra, habría tenido su físico, sin duda. Me quedé sin habla.

–No quiero dejarla así, déjeme acompañarla al menos, ¿a dónde iba? Me envolvió el aura de su cálida voz. Yo flotaba. Era una extraña sensación.

Eh, bueno, yo de hecho venía... –me costaba poner en orden mis ideas–. Voy allí –dije, señalando a la puerta del edificio–. Trabajo aquí... en el segundo piso… (¡Pero qué tonta! ¿Para qué le decía el piso?) en Foch Inversiones…

–Qué casualidad, yo también me dirigía allí. ¿Me muestra el camino?
–me dijo con una sonrisa que mostraba sus dientes, perfectamente alineados. Siguió mis pasos de cerca y entramos al lujoso vestíbulo.

Eché un vistazo a la escalera y abandoné inmediatamente la idea: sentir a este hombre detrás de mí cuando aún me temblaban las piernas, y sobre todo con esos puñeteros tacones, era una idea demasiado arriesgada. No, ni hablar. Opté por el ascensor.

Abrí la puerta y dejé que el desconocido entrara y llenara la pequeña cabina de apenas dos metros cuadrados. Pasé a su lado tratando de hacerme lo más pequeña posible para no tocarle. Fue en vano. Cada parte de mi cuerpo estaba como electrizada por la proximidad del suyo. Un calor que nunca había sentido hasta ese momento subió desde mi vagina. Sentí que se me hinchaban los labios, como si estuvieran listos a salir de mis bragas.

Sentía un hormigueo en lo más profundo de mi ser. Apreté las piernas instintivamente. A pesar de que no podía verlo, estaba convencida de que una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su hermoso rostro. Tragué saliva y apreté el botón.

¡Menos mal que solo eran dos pisos!

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora