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Le voy a demostrar que no. Posé mi copa, me levanté y me coloqué frente a él, con las piernas separadas.

Desaté el cinturón de mi albornoz y lo dejé caer al suelo. Después, me senté a horcajadas sobre él, contoneándome exageradamente.

Él no ofreció ninguna resistencia y no pareció sorprenderse siquiera por esta repentina toma de iniciativa; incluso me puso las manos sobre el culo, a modo de asentimiento. Besé sus párpados, sus labios, su frente, mientras sus manos subían a lo largo de mi espalda.

Lamí su piel limpia y suave, hubiera querido lavar todo su cuerpo solo con mi lengua. Descendí por su cuello, le besé el pecho y le lamí los pezones. Sentía cómo se abandonaba al placer, cómo se dejaba hacer.

Yo lamía y besaba todo lo que encontraba a mi paso: su dulce piel, sus definidos músculos… Él me atraía hacia él con tanta fuerza como dulzura. Mis manos preparaban la llegada de mi boca, con ellas descendían cada vez más.

Me alcé, busqué su boca, le besé con fogosidad y me puse a cuatro patas ante él. Lamí su vientre y mi lengua empezó a describir círculos a lo largo de su pubis. Le cogí los testículos con una mano y apreté lo suficientemente fuerte como para sentir que se revolvía en el sillón.

Con la otra mano le cogí el sexo, ya muy firme. Podía sentir cómo se agrandaba su miembro a medida que yo movía mi mano, de arriba abajo, de abajo arriba. Mi lengua partió al ataque.

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora