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Hay que decir que el bufete estaba en plena efervescencia: la posible asociación con el gran bufete americano Goodman & Brown y la visita del mismísimo señor Goodman tenía a todo el mundo revolucionado. Si bien Foch Inversiones se había convertido en uno de los bufetes de referencia en París, esta asociación aportaría una importante dimensión internacional a la empresa. A partir del día siguiente, podría comprobar en persona cómo era el tal Goodman. Quizás yo misma podría hacer también carrera en el extranjero, después de todo, ¿por qué no? Pero, por el momento, debía regresar a casa. Tenía mucho que estudiar ese fin de semana. Al llegar al rellano, oí notas de Tchaikovsky a través de la puerta. No me hacía falta buscar las llaves, ¡Maddie estaba allí! Mi tía Maddie (Madeleine según el registro civil) había sido bailarina profesional. De aquella época, conservaba una colección de zapatillas de ballet y un gusto pronunciado por El Cascanueces , que escuchaba con frecuencia. Pero no era por nostalgia. Maddie había disfrutado de cada instante de su vida como si hubiera sido el último. Cuando era una prometedora bailarina, lo había dejado todo para casarse con un rico empresario, un tanto excéntrico, veinte años mayor que ella. ¿Un matrimonio de conveniencia? No, en absoluto. Se había enamorado locamente de mi tío y le había seguido por todo el mundo, incluso a países remotos en los que la vida social se reducía al mínimo —aunque ella sabía deslumbrar en las reuniones sociales. Había corrido un tupido velo sobre su instinto de maternidad (¿lo había tenido realmente?) y lloró durante cuarenta y cinco días y cuarenta y cinco noches cuando Héctor falleció debido a una bala perdida en una cacería. Pero se sobrepuso. Reapareció, más bella que nunca, en los escenarios, y disfrutó de la fortuna heredada para satisfacer sus propios placeres. Casada joven y siempre fiel, tras enviudar encontró en el sexo un consuelo que nada más le pudo ofrecer. Eso sí, siempre con gran elegancia. Elegía como amantes a hombre jóvenes, pero cultos y finos. Ella misma tenía esa belleza atemporal que atraía a todos los grupos de edad. Yo deseaba en secreto poder tener el mismo aspecto a su edad, pero sin grandes esperanzas. Las dos éramos pelirrojas, ¡algo es algo! –Ven a sentarte -me dijo desde su sillón, con los ojos entrecerrados-. Escucha esto, Lisa. ¿No es maravilloso? ¿Cómo te ha ido el día de hoy?

ATRAPADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora