90 Días antes

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El teléfono sonó. Era él, era su voz, era su respirar entre cortado detrás del teléfono.

-Eh, hola Mía. Perdón por no llamar antes, es que mi abuelo estubo internado -hizo una pausa y sentí cómo su voz se apagaba-  y... ya sabes como se pone mamá, ¿cómo estás, cariño?

-Bien, muy aburrida, ¿tú? 

-Voy para ahí, no te muevas. Te amo...

Sentí cómo colgaba el teléfono y hasta juro que pude sentir sus pasos arrimándose a su Harley Davidson para venir a casa. En los últimos dos días había estado mejor, papá me había notado muy mal y había hecho el mejor de us esfuerzos porque se me fuera la angustia. Y lo había logrado con mucho éxito, pero nada se compara a mi Ryan. Él viene, me besa y se lleva consigo toda mi tristeza.

¡La puerta al fin sonó! me quitó de mi pensamientos y salí despavorida a abrirle. Abrí y ahí estaba él, recostado contra el marco con una sonrisa de costado dibujada en su cara. Lo besé en la comisura de los labios cómo por impulso, no había nadie en casa ni iba a haber hasta el día siguiente ya que se habían ído de vacaciones y yo no había querido ir.

Mi beso lo desconcertó pero me siguió y me tomó por los  glúteos, haciendo que lo envolviera con mis piernas.

-¡Vaya forma de recibirme! -Sonrió-

Me sonrojé y él lo notó ya que me levantó la cara por el mentón y me volvió a besar.

-Vamos a arriba-sugerí- Ryan asintió y subimos la escalera de dos en dos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al notar que el buso se me había subido en la panza y que mis heridas se habían enganchado en él. Dolía y mi cara me delató a tal punto que Ryan se dio cuenta.

-¡Mierda! ¿Lo has vuelto a hacer? ¿Con qué necesidad, Mía? -estaba muy alterado y sus venas se notaban por el cuello de su camisa, parecía que se le iban a salir, un nudo comenzó a subir por mi garganta haciéndome imposible responderle- ¡Responde! Niñata, ¡vamos! 

-Yo.. no lo sé -mi voz estaba quebrada- Lo siento -me tiré en el suelo y mis lágrimas comenzaron a fluír por mi buzo, empapándolo de miles de ilusiones con Ryan rotas.

-Oh no cariño, lo siento. Mía, no, no, no llores.. Espera un momento, no fue mi intención -se tiró a mi lado- ¡Soy un tonto! Lámento haberte hablado así... Es sólo que para mí es muy difícil todo esto.

Me levanté de pronto, lo miré y me senté en su falda, quería abrazarlo, besárlo y hacerlo mío. Me miró fijo en los ojos y abrió la boca para decir algo, pero al parecer las palabras le jugaron una mala pasada y no supieron que expresar.

-Mía, lo siento. Te amo y nada cambiará ese hecho, cariño. Lamento haber sido un tonto, y a veces comportarme como un idiota. -Paró un segundo y creí que lo mejor era que le respondiera pero no me dejó hablar, siguió él- Los otros días no te llamé porque fui un cobarde, temía llamarte y que nada volviera a ser cómo antes. Aún no sé sí quiero algo serio, y temo que tú te enamores de mí.

Mi luz interior desvaneció y sentí morir por dentro, lágrimas traicioneras comenzaron a brotar de mis ojos pero las esfumé y fingí que no importaba lo que él quisiera, yo iba a estar para él.

Asentí cabizbaja y él no noto mi pena, subimos hasta mi habitación y cerré con cerrojo la puerta, aún con miedo que se arrepintieran y volvieran a la casa antes mi padre, su mujer y mi hermana.

Con miedo de no saber que hacer me senté tambaléante en la cama y miré cómo recorría la habitación a paso lento, sentía cómo clavaba su mirada en mí cabello, mientras yo nerviosa disimulaba mirando hacia la ventana. Finalmente sentí sus manos hundirse en mi abdomen, su nariz olfateando entre mi cabello suelto. Solté un leve gruñido cuando con sus labios rozó mi cuello. ¿Qué puedo decir? a ti no puedo mentirte, querido trozo de papel. 

Estuve a punto de hacerme pipí en los pantalones. Y hoy a  la luz de la portatil aún me estremezco entre las sábanas mientras escribo y recuerdo, su dulzura y su pasión.  Pasó mis piernas por sobre su cadera y me comenzó a besar cómo nunca antes nadie lo había hecho, besó mi rostro, la comisura de mis labios y mi cuello. Tensionada y tratando de atraerlo más hacia mí, largé un gemido que retumbó en toda la habitación. Ryan comenzó a carcajear abruptamente, y yo junto a él. Ambos no parábamos de reírnos y nos tiramos desde la cama hasta el piso. No parábamos de reír y de golpear el suelo con los pies. Quien nos viera diría que se nos notaba enamorados. Pero yo seguía con mis inseguridades, con el temor de ser amada. Con la confianza por el subsuelo y las heridas por el cielo. Junté valor e insegura lo miré directamente a los ojos, ahogando su risa y temerosa dije:

-Ryan... ¿qué sería de mí sin ti?  -En lo más profundo de mis entrañas, juro; que sentí su sorpresa.

-No pensémos en eso ahora... -Me evadió, y fue cómo errar un penal, quería entrar en él, ir directo a él, llegarle de una forma que nunca le hubiesen llegado, pero fallé y esperaba con ansias el momento que él se fuera y hacerle saber a mí yo interna que había fallado. Cómo siempre, y cómo estaba destinado a ser. 

-Mía, en cambio sugiero que el lunes váyamos a cenar y sí todo sale bien quizá podríamos ir a un hotel. No me malinterpretes, no quiero llevarte a la cama, es sólo que últimamente ambos estamos muy activos y no quiero que tú primera vez sea despreciable. Pero sin ataduras, por el momento, sin título oficial. -Sonrió mostrando su dentadura y no pude resistirme, cómo siempre él había conquistado todo. Y él lo sabía, sabía que con sólo sonreír y hacerme creer que todo estaría bien, lograría lo que él quisiera.

¡Estúpida! pensar que Ryan te daría sus mañanas, sus tardes y sus noches... ¡a tí! Que no vales nada... Otra lágrima recorría pesarósamente la almohada, en una carrera sin fín, junto con miles más que brotaban ahogadas de mis hinchados ojos. ¿Por qué? ¿Por qué me ilusionaba con mi mejor amigo? ¿Por qué no con otra persona? ¿Qué hace que yo termine llorando luego de verlo?

Y así me encontraba 30 minutos luego de su partida. Pesarosa, echa un mar de lágrimas, despojada en el piso, con las cuchillas en la mano y las muñecas extendidas, cabeza gacha. Implorando en silencio por piedad, proveniente de quién sabe qué. La garganta se me secaba con cada grito que ahogaba y los ojos dolían con cada lágrima que caía en su lucha por contenerse. 

¿Por qué lloraba? Buena pregunta... Quizá ni yo lo sabía en ese momento, y menos ahora... 4 horas después. Quizá por el miedo a que jamás pueda ser suficiente para él (lo más seguro). O quizá tal vez a mi inseguridad (muy probable). Sea cual fuese la razón, me mató, me arrebató las lágrimas. Y hoy pienso en ello y digo; "que sea lo que dios quiera, ojalá y el puto me de suerte y no deje que lo mío con Ryan sea sólo un sacudón". 

Minuto de Silencio∞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora