Mother and... Son?

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—Debo admitir, mi señora, que sospecho que la invitación para recibir el... trozo... no es más que una cortina que oculta algo —América se inclinó sobre la mesa, sólo un poco, para buscar la mirada de Elizabeth Schuyler, quien había girado su cabeza hacia la ventana— ¿Me equivoco?

La mujer dudó, carraspeó un poco. Y él sonrió, porque al menos veía otra expresión en el bello rostro de Eliza que fuera una profunda tristeza.

Le mesa de té a su lado llamaba a gritos su atención: las bebidas que habían sido servidas hace un rato se estaban enfriando rápidamente, así que puso la pequeña y delgada taza de bordes dorados frente a la mujer. Luego se sirvió a él mismo, y bebió de la tibia fusión aunque prefiriera el café.

No quería apresurarla, quería que se tomara su tiempo, que pensara y reflexionara su respuesta. Después de todo, él había perdido una amigo, pero ella perdió a su amado. Casos iguales pero diferentes, en todo caso.

Le dolía la muerte de Alexander Hamilton, quemaba como una bala dentro de su cuerpo, y era funesto pensar que ya no escucharía las quejas de los políticos sobre el imparable Hamilton ni podría esperar ansioso sus cartas para leerlas y responder con una gran sonrisa en los labios. Pensó que si por eso estaba pasando él, no quería imaginar el dolor de Elizabeth Schuyler.

Observó alrededor con cuidado, recordando aquella vez en la que en ese mismo lugar había golpeado a su amigo. Ahora que había conocido en persona a la mismísima Elizabeth, sintió que debió haber golpeado más fuerte.

Evocó la noche en que descubrió a Elizabeth espiando en la ventana, aquella mujer del pasado al menos lucía viva, la Elizabeth que tenía frente a él no era ni la mitad de eso.

Finalmente, ella habló.

—He desperdiciado mucho tiempo llorando, señor Jones. —afirmó más para sí misma que el aludido. Ignorando su oración, Alfred respondió.

—Así es.

—Tiene razón, le he pedido que venga porque necesito su ayuda.

Sorprendido, América casi escupe el té. Miró a la mujer como si, de repente, hubiera recobrado aquella radiante sonrisa y esa felicidad inexplicable de la que Hamilton hablaba tan a menudo.

—¿P-Por qué mi ayuda?

—Porque sí.

Y esa mirada, la chispa de esperanza que asomaba en sus ojos fue lo que le hizo aceptar cualquier reto que Elizabeth le pusiera enfrente.

—Acepto.



*



Querido Diario.

Lo siento, aún no consigo un buen nombre para ti, pero ¡prometo hacerlo pronto!

Esta es mi primera nota.

Verás Prusia tenía uno como estos libros, están hechos a mano por lo que son muy resistentes, y me encontró espiándolo cuando escribía en él, en vez de reprimirme me dio uno y dijo: «Hazlo asombroso, pero no tanto como el mío, por supuesto». Prometí comenzar a escribir cuando tuviera un nombre perfecto pero, como puedes ver, sigo sin tenerlo.

Y han pasado muchas cosas como para no relatarlas.

Iniciando por la muerte de uno de mis amigos. Sonrío, pero duele. No quisiera evitar el tema por siempre, sé que tendré que enfrentar su muerte, como con la de Washington, pero no quiero que sea ahora. Ahora tengo una razón, buenos, siete razones.

La familia Hamilton es hermosa, seis niños y una mujer al frente me hace cuestionar a Alexander si de verdad tomó la decisión correcta al asistir a su "reunión en la madrugada".

Comimos en el gran comedor de su casa, conversé con los más pequeños, descubrí que soy bueno con esto de los niños y la señora Elizabeth (insiste en que le llame Eliza, pero es muy difícil para mí) me felicitó por ello. Incluso bromeó acerca de ofrecerme un trabajo como niñera.

Jamás había visto una broma tan... afligida.

Hoy fuimos por algunos lugares de Nueva York. Entrevistamos a los soldados que pelearon al lado de Alexander. Al llegar a casa, sólo alcancé a ver como algunas lágrimas salían de sus ojos y corrió hacia su habitación, cerró con llave.

Sus hijos me detuvieron, ¿ellos veían esto a diario? No lo sé, dijeron que debía darle tiempo, perder a quién amas duele más de lo que uno se imagina.

Me invitaron a quedarme en la cena y al poco tiempo Elizabeth se nos unió. Minutos después todos conversaban con todos, me sentí parte una familia, otra vez.

¿Ésta es la calidez de la que hablaba Alexander?

Si es así, desearía poder quedarme aquí por siempre.

Al terminar la cena, los niños fueron a descansar, me desearon las buenas noches y terminé bebiendo el té con Elizabeth.

Charlamos un rato sobre sus planes, ¡esa mujer es un verdadero genio! Me ha convencido, tiene mi apoyo total.

Su petición final no fue denegada.

¿Y cómo, después de aquellas palabras, podía yo rechazar una habitación en la casa Hamilton?



*



Recuerdo que una vez, mientras navegaba en la net (siempre quise decir eso, neta perdón) vi una imagen en inglés sobre el musical(que pinches no encuentro, bravo, yo, bravo), y traduciéndola quedaría como:

Eliza Hamilton deja en claro que, sin mujeres, incluso algunos de los más inteligentes de la historia, más poderosos, más talentosos hombres, estarían descansando en la oscuridad. Sin ella, esta asombrosa pieza de arte (o sea, Hamilton: An American Musical), este fenómeno cambia-vidas no podría existir, y por eso, ella es el verdadero héroe de Hamilton.

Decidí hacer este y tal vez otros capítulos sobre ella y la relación amistosa con Alfredo ya que, bueno, lo que decía la imagen es verdad.


Well, eso es todo

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Well, eso es todo. Ciao, ciao!

Alfred Jones, ese era su nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora