Trío de dos

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Secretario de Tesoro, señor Alexander Hamilton.

Le envío mis más sinceros saludos y gratas felicitaciones.

Me gustaría hablar con usted de manera personal, pero desde que mis hombres han regresado a casa con el rabo entre las patas, me es imposible verle la cara sin decirle unas cuentas cosas.

Hoy, escribo esto, no para insultarle como bien lo tiene merecido, pues soy respetado caballero inglés, sino para expresarme abiertamente ante usted, porque después de perder una guerra contra miles de campesinos y granjeros, ya no hay nada que temer.

Soy una nación, la represento como un humano, tengo voz y personalidad. Desde que tengo memoria, las guerras son mi compañía, agregan algo de sabor a la soledad ¿sabe?. He peleado, torturado, caído y levantado, he sido gobernado y también he estado en desacuerdo en muchas cosas. En fin, he hecho de casi todo en esta vida.

Pero América, o como ha decidido ponerse, Estados Unidos de América, no lo ha hecho. Es un niño, alguien torpe e inexperto que juega con fuego, y en un futuro se quemará. No sabe nada de economía, ni de cómo alzar un país desde los escombros. Él no sabe nada sobre cómo ser una nación.

Cuando lo conocí y lo conquisté, estaba solo. Tenía fuerza, sí, pero no era suficiente. Era como una masa de arcilla, moldeable, simple, en blanco. Yo lo moldeé, lo hice mi más bella vasija y lo coloqué en mi más hermoso estante, donde la luz del sol es perfecta y el frío no lo tocara, tenía color y calidez. Lo amaba como a un hijo porque él me amaba a mí como su padre.

Ahora que él es independiente, sólo me queda hacer lo que está a mi alcance... para protegerlo.

¿Señor Hamilton, sabe usted la razón del enojo de mi aprendiz, la razón de que apareciera a las puertas del campamento de Washington?

¡Por supuesto que no!

Esa misma mañana, él descubrió el alza de impuestos, la marginación de Inglaterra hacia las Trece Colonias Británicas, todo aquello que le molestaba a los revolucionarios y libres pensadores. Y todo por un pequeño tropiezo mío.

Así que, con lágrimas en los ojos, me pidió le confesara todo. Y lo hice.

En el tiempo actual, me doy cuenta de que yo fue el que dio paso a la independencia. Fui yo el que hizo posible esto, yo les di su libertad.

Y ahora que lo son, a beneficio de mi ayuda, les pido... no, le pido a usted, señor Hamilton, que cuide a América por mí. Verá:

Alfred Jones es idiota.

América es inexperto.

Y Estados Unidos de América es libre.

Como usted puede ver, de la combinación de este trío sólo dos vías se puede tomar: Erguirse o destruirse.

¿Cuál camino elegirá, señor Hamilton?

Sin otro particular, le saluda cordialmente, Arthur Kirkland,

Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

God Save the Queen. 

Alfred Jones, ese era su nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora