Alfred Jones recargó ambos brazos en el barandal del barco y escondió la cara entre ellos, cerró los ojos dejándose llevar por el sonido de las olas chocando contra la gran bestia que los transportaba. Soltó un suspiro una vez levantó la cabeza y se arregló el traje con las manos, acción que había aprendido del hombre que mantenía sus pensamientos ocupados durante todo su viaje regreso a Estados Unidos: Alexander Hamilton.
Pero antes de seguir el mismo curso por el que su mente divagaba tan seguido, la mano de Francia hizo aparición en su hombro.
—¿Uh? —América alzó las comisuras de sus labios al ver una brillante —y herida— sonrisa en vez de una mirada de lástima.
Francia lucía demacrado, delgado, con el rubio cabello cortado sus ojos lucían opacos, las vendas cubrían parte de su ojo izquierdo y casi toda su frente, además de las que sostenían su brazo izquierdo pegado a sus costillas. La presencia de Francia prácticamente ahora era una mancha gris que poco a poco se convertía en algo más oscuro, pero que por dentro contenía algo poderoso y lleno de luz, Francis Bonnefoy era una rara y preciosa mezcla de esperanza con guerra, de hambre y pasteles, de felicidad y terror.
América se preguntó en secreto cómo es que con todo lo que estaba pasando, Francia se postuló para llevarlo de vuelta a su país cruzando el océano, además de darse el lujo de portar un hermoso y costoso traje con colores suaves, plumas y joyas, y lucir tan bien en él, era como un perro callejero en telas de oro. Luego se preguntó si él mismo había lucido tan horrible cuando de independizó.
—¿Necesitas algo, América? —¿cuándo demonios la escandalosa y lasciva voz de Francia se convirtió en un sonido estrangulado y ronco? —La cena está servida.
—No... no tengo hambre —se fijó en la mano vendada del otro, había una copa de vino—. Je.
—¿Qué? Oh, esto —alzó el objeto tanto como su mano lo permitió—. Bueno, fuera de la guerra, lo ostentoso es como un baño de agua caliente.
—Con burbujas.
—¡Por supuesto!
Ambos se dedicaron a mirar el agua extendiéndose, el sol recién comenzaba a ocultarse bajo esa gran cortina de agua prolongada hasta donde se perdía la vista. Francia soltaba suspiros lastimeros de vez en cuando, pero no decía nada. Contrario al francés, América murmuraba cosas, a veces soltaba saludos, otras un pequeño discurso e, incluso, soltó un te quiero. Francia lo escuchaba asombrado, las palabras que usaba eran como las de un erudito de la literatura y un poeta apasionado.
Decidido, Francia interrumpió a su compañero.
—Amigo, ¿dónde has aprendido esas palabras?
—La pregunta acertada es ¿de quién?
—¿Acaso es la misma persona por la que regresas a tu lugar?
—Lamentablemente, sí.
—¿Quién de todos los mares y tierras robadas sacudiría el suelo de nuestro querido América?
—Alexander Hamilton.
—Ugh —América rió. Estaba claro que el tipo que apoyaba no proveer armas ni tropas militares a sus aliados franceses cuando más lo necesitaban era alguien desagradable para Francia— ¿seguro que no tienes hambre?
—No... tal vez vaya después de un rato.
Francia pesó en insistir, pero de verdad estaba hambriento y su estómago rugió cuando una de las personas encargadas de la cocina abrió la puerta para avisar que la cena estaba servida y dejó escapar el olor del pan caliente y queso. Antes de entrar, Francia miró con preocupación detrás de él, América ni siquiera se había dado cuenta de su ausencia.
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Alfred Jones, ese era su nombre
Fanfiction"Querida Elizabeth Schuyler. ¿Has visto alguna vez a Inglaterra llorar?"