El 2048 era el año de la Convención Internacional de Fabricantes de Juguetes (C.I.F.J.) que esta vez se realizaba en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Las reuniones de los altos ejecutivos se llevaban a cabo en un lujoso hotel llamado “Ragguardevole”, ubicado en la zona de Puerto Madero. El dueño del mismo, Justino Ferrari, tenía una hija de dieciocho años, Agustina, que vivía allí con él. Una jovencita curiosa e intuitiva, dulce y solitaria, inteligente y rebelde. Ayudaba a su padre y era una buena hija aunque a veces se metía en líos que al hombre lo sacaban de las casillas. Para Justino la felicidad y el bienestar de su pequeña eran una prioridad en su vida, ella era toda su familia. Agustina se sentía molesta con su padre por seguirla tan de cerca. Después del colegio le gustaba pasear sola y libre por la ciudad y le resultaba incómodo ser observada por los empleados de su papá. Teniendo pocos amigos se embarcaba en sus aventuras sin compañía, por eso Justino la tenía custodiada siempre que podía. La joven era muy escurridiza y audaz por lo que más de una vez los guardaespaldas le perdían el rastro. Esa tarde fue una de esas veces. Mientras ella regresaba de su recorrido por los bosques de Palermo tomó una calle que desconocía. Intentaba recorrer diferentes caminos cada vez y así descubrir nuevos lugares. De pronto se encontró con un enorme depósito y en la entrada del mismo unas siluetas femeninas de negros cabellos lacios y vestidas con coloridos atuendos despertaron su atención. Esperó hasta que ellas entraran y cerraran el portón, se acercó y trepó a una pared lindera y sin hacer ruido espió por una ventana cubierta de polvillo. Lo que Agustina vio la asombró y deslumbró a la vez. El amplio galpón estaba repleto de extraños y diversos juguetes y las extravagantes féminas se encargaban de ordenarlos y clasificarlos. De repente un sonido detrás de ella la hizo reaccionar y cuando intentó escapar de allí una mano masculina la sostuvo por la espalda y le tapó la boca. Luego le susurró al oído: —Eres muy curiosa, jovencita. No deberías estar espiando de esa manera. Corres un grave peligro.— La voz suave y ronca del sujeto erizó la piel de Agustina, pero intentó reprimir sus temblores para no delatar su temor. Él la arrastró con delicadeza mientras le decía: —Mantén la calma. Te sacaré de aquí. No intentes apartarte de mi lado.—