La Convención empezaría en dos días y Agustina no se sacaba de la cabeza lo que Fabio le había dicho el día que se conocieron. En reiteradas ocasiones le preguntó a su padre si había extremado las medidas de seguridad en las instalaciones, a lo que él respondió cada vez: —Agus, tú no tienes que preocuparte por nada. Además de mis guardias y sistemas de seguridad, el gobierno de la Ciudad ha dispuesto un gran número de policías para la ocasión.—
Agustina confiaba en Justino y en su capacidad para mantener a salvo a sus clientes y empleados, pero aún así se sentía intranquila. Además su curiosidad la consumía, deseaba volver al depósito y averiguar más sobre lo que se tramaba allí. Al salir del colegio Agustina le pidió a Sandro, su custodio, que tomara la calle Ruggieri, así pasaría por delante del galpón e intentaría ver algo nuevo. Oculta detrás de los vidrios polarizados del automóvil observó sin temor a llamar la atención. Dos de las misteriosas féminas descargaban cajas de una camioneta blanca sin ninguna identificación. Agustina aguzó la vista y alcanzó a leer el logo impreso en los embalajes: “Omocha”. Cuando se encontró en la comodidad de su habitación, Agustina exploró en Internet en busca de datos. Primero entró al sistema de seguridad del hotel, éste le permitía el acceso a información clasificada y no disponible para la vía civil. Necesitaba saber qué significaba la palabra impresa en las cajas, con seguridad pertenecería al nombre de la empresa que fabricaba los juguetes. Luego de buscar con detenimiento, llegó a la conclusión de que “Omocha” significaba “juguete” en el idioma japonés. Lo que la dejaba en la duda: ¿era la denominación del fabricante o un rótulo para indicar el contenido de los paquetes? No encontró alusión alguna a una compañía que llevara ese nombre. En concreto lo único que descubrió fue la posible procedencia de las ocupantes del galpón.
Desilusionada por sus escasos avances en la investigación, se le ocurrió teclear en el buscador: “Fabio Costa”. Se sorprendió al deducir que el supuesto Fabio le había mentido. Lo único que encontró bajo ese nombre fue: un futbolista brasileño, un fotógrafo y un director de orquesta. Aunque desconocía a qué se dedicaba él, sabía que ninguno de estos tres sujetos se le parecía físicamente. Fabio mintió y eso la desmoralizó más de lo deseado. Confió en él, en su mirada y en sus palabras, y ahora su verdadera identidad era un enigma. “¡Maldito embustero! ¿Quién eres en realidad? ¿Valdrá la pena creer en tu advertencia?” Agustina estaba enojada y confundida, ahora solo le bastaba esperar que comenzara la Convención Internacional de Fabricantes de Juguetes para ver qué acontecía en ella. Pondría su perspicacia al servicio del hotel y se mantendría atenta a cualquier persona o acto sospechoso; principalmente si osaban aparecer por allí las mujeres del depósito de la calle Ruggieri.