EPISODIO XIII

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Agus sintió un pinchazo en el corazón y sus ojos se inundaron de lágrimas que no permitió que se derramen. Junto con la reciente revelación, otra más importante la golpeó como un cachetazo: estaba enamorada de Fabio… Y a la vez, una inquietud se apoderaba de ella: ¿Lucas sería igual o cambiaría junto con el nombre? Rápidamente la hija de Justino se guardó sus sentimientos para sí e intentó disimular ante los dos hombres de su vida, hablando con una voz apenas quebrada y una actitud fríamente casual: —Lucas Seagal… Yo soy Agustina Ferrari.

Lucas se quedó de piedra, hubiera preferido su enojo antes que su indiferencia. La mirada vidriosa que lo traspasaba como una barra de hielo lo hizo estremecer y apenas pudo asentir con la cabeza dando a entender que había escuchado.

Entretanto, Justino los miraba intentando descifrar sus expresiones, notaba que algo raro sucedía entre ellos y sospechaba que no era la primera vez que se cruzaban. Para relajar la tensión que se respiraba comentó: —Chicos, será mejor que nos apresuremos a salir del salón antes que noten que no todos fuimos invitados a esta celebración.

Las últimas palabras las pronunció mirando directamente a los ojos de su hija.

—Está bien, papá. No te preocupes, ya me iba. Después hablamos.

Agus dedicó una tenue sonrisa a su padre y una esquiva mirada al gerente de C.E.S. antes de atravesar la puerta de salida con aparente normalidad.

Lucas reaccionó luego de tres minutos, justo cuando el señor Ferrari le hablaba por tercera vez con tono preocupado.

—Ey, Lucas… ¿Qué te pasa?

Transformó su expresión en la que lucía habitualmente profesional y respondió con seriedad: —La reunión se desarrolla ahora en un clima ameno. Será mejor que me retire a revisar las grabaciones de la discusión entre Tanaka y el alemán. Con permiso…

—Claro. Cualquier inconveniente o novedad importante mantenme al tanto –comentó Justino notando el drástico cambio en el semblante de Seagal.

Mientras Lucas se retiraba dando pasos amplios y firmes, el dueño del hotel disparó la pregunta que retenía en su garganta: —Ya conoces a mi hija, ¿verdad?

El empleado de Bermúdez sin girarse respondió: —Sí, la conozco. Ella, en cambio, acaba de conocerme…

Agustina atravesó corriendo el amplio hall del “Ragguardevole”, aturdida por los dispares sentimientos y pensamientos que la acuciaban. Huir era la mejor solución, encerrarse en su soledad la ayudaría a equilibrarse. Entró en su habitación y se desplomó en la alfombra con la espalda pegada a la puerta que acababa de cerrar con un golpe que seguramente molestó a los huéspedes.

Cuando se sentía triste o desbordada su madre era la primera en acudir a su mente, pensar en ella la reconfortaba y hablar con ella como si estuviera presente la ayudaba a desahogarse, pero hoy estaba totalmente acongojada y muda. Los nudos que sentía en la garganta y el estómago no le permitían liberar lágrimas ni palabras, estaba paralizada y su corazón golpeaba con fuerza en su pecho demostrándole que estaba viva. Su mente la atormentaba con preguntas: “¿Por qué te preocupa tanto ese tipo? ¿Cómo puede ser que te pongas así sólo porque él te mintió? ¿No es, acaso, una locura que te sientas así?

—Agustina, por favor escúchame… Sé que estás ahí…

Los pensamientos de Agus pronto pasaron a otras cuestiones: “Estás tan perdida que escuchas su voz al otro lado de la puerta y además suena… ¿apenada?

Las vibraciones que recorrían su espalda agarrotada eran producto de los golpes que Lucas daba en la puerta de su habitación intentando llamar su atención.

—Agus, lo siento. No quería mentirte, pero debí hacerlo. Perdoname… Déjame explicarte… -expresó Lucas, apoyando su frente abatida en la madera que lo separaba de la joven dueña del hotel.

Estas palabras obraron como si fueran mágicas y al oírlas sacaron a Agustina de su letargo temporal. Si Lucas Seagal era capaz de reconocer su mala acción y disculparse, significaba que merecía otra oportunidad, por lo tanto él merecía la pena, al igual que Fabio Costa. Finalmente los nudos se aflojaron y Agus pudo decirle a su mamá en un susurro apenas audible para cualquier oído humano: —Mamá, espero que Lucas valga la pena, porque estoy loca por él…

Segundos después, suspiró y apoyó su pálida mano en el picaporte para recibir las disculpas y explicaciones del hombre que se había adueñado de su corazón.

Los juguetes de Katsuo/Por Dolly GerasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora