EPISODIO XXI

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Agus llegó a la habitación de su padre y vio la puerta entreabierta, se asomó con sigilo y escuchó el fragmento de una conversación entre Justino y Sandro.

—No la pierdas de vista. Mientras estes en tu horario serás su sombra. El resto del tiempo Seagal y sus hombres serán tu reemplazo –ordenó Justino mientras caminaba de un lado a otro inquieto.

—Despreocupese. La señorita Agustina está en buenas manos, nadie se atreverá a hacerle daño en mi presencia –concluyó Sandro en tono serio y tras hacer una reverencia a la antigua usanza se encaminó a la salida.

Agus notó que finalizaba la charla, entonces retrocedió varios metros y de inmediato volvió sobre sus pasos para toparse con su custodio a medio metro de la entrada a la habitación de su padre.

—Hola, Sandro. Ya regresé de mi paseo. ¿Sabías que había salido del hotel? No vi que me siguieras… -comentó en tono sarcástico y le dedicó una sonrisa torcida.

—No me gusta molestarla, por eso la sigo a una prudente distancia. De todos modos, aunque yo no esté, no le perdemos pisada. Con permiso…

Sandro repitió la misma reverencia de minutos antes frente al señor Ferrari y continuó con paso firme su camino por el pasillo alfombrado.

Este tipo parece salido de las películas del siglo pasado”, pensó Agus mientras daba dos golpes en la madera lustrada.

—Adelante –dijo Justino sin delatar que en la pantalla de seguridad instalada en su habitación, camuflada como un cuadro retroiluminado, acababa de ver el indicador de posición de su hija.

—Hola, papá –saludó la joven con suavidad y apuntó sus ojos al mentón de su padre, cuando él estaba enojado su intensa mirada era capaz de darle dolor de cabeza-. Necesito preguntarte algo antes de ir a la reunión.

—No quiero que lleguemos tarde. Los empleados de Gregorio ya están esperándonos –apuntó Justino en tono cortante y continuó con lo que estaba haciendo.

Su peine inteligente terminaba de acomodar sus cabellos entrecanos sin necesidad de utilizar sus manos, que acomodaban unas cuantas hojas de cristal similares a las pantallas de una computadora, pero sumamente delgadas. En ellas se almacenaba información con un sistema inalámbrico y se leían como las hojas de papel que quince años antes solían utilizarse y que hoy ya no se fabricaban. Toda la información circulaba a través de sistemas electrónicos: televisores, celulares y toda clase de dispositivos tecnológicos de almacenamiento de imágenes, sonidos y textos. Las Leyes que prohibían la fabricación de papel a nivel mundial fueron impuestas en el año 2020, desde entonces los libros, revistas, cuadernos y demás impresos sólo están disponibles a nivel virtual.

Los escasos árboles estaban protegidos por Ley, no podían alterarse ni sufrir daño alguno porque sin ellos, los grandes generadores de oxígeno dispersos por todo el país no cumplían su función, debían tener al menos dos árboles de referencia para poder imitar el proceso de fotosíntesis. Algunas personas utilizaban mascarillas de oxígeno cuando estaban al aire libre y dentro de los edificios había generadores domésticos. La escasez de vegetación había viciado el aire y aunque todos los artefactos que se utilizaban eran ecológicos, no podía evitarse completamente la emanación de monóxido de carbono y otros gases nocivos para la salud de los seres vivos. La invención de estos sistemas encargados de purificar el ambiente fue la solución a graves enfermedades, aunque no fue suficiente para permitir que la flora proliferara como a principios de siglo; muchos cultivos desaparecieron y sólo algunos alimentos naturales crecen en invernaderos especialmente diseñados, el resto de la materia prima para fabricar y elaborar comestibles y bebidas, es generada mediante sofisticados procesos químicos.

—Papá, sólo quiero que me digas porqué te ofendiste cuando te conté cómo conocí a Lucas.

Justino se acercó a su hija y mirándola a los ojos le explicó: —Ese día no sólo te escapaste de la custodia que te asigné sino que además espiaste en un galpón atestado de robots y permitiste que un completo desconocido te trajera hasta el hotel. Estoy muy preocupado por ti…

A Justino se le hizo un nudo en la garganta y antes de continuar se sirvió un vaso de agua del dispenser.

Agustina quería retrucar sus palabras, pero descubrió que su padre tenía razón. Aún así, en su defensa agregó: —Lamento haber huído de Sandro, pero necesitaba libertad de movimiento. Estaba y estoy cansada de ser un objeto de observación…

La falta de conciencia por parte de su hija, acerca de los peligros que acechan fuera de las paredes del hotel, enfurecía a Justino; ese sentimiento era la mejor coraza para enfrentar el miedo a perderla, el terror de que alguien o algo se la arrebatara de las manos. Sin Agustina su existencia no tendría sentido.

Nuevamente se paró frente a ella y la interrumpió diciendo: —Naciste en el año 2030 no en el 2000, tu madre tenía tu edad en ese entonces y aunque la vida no era fácil, se vivía mejor que ahora, lo sabes de sobra. Así que, deja de vivir en su época e intenta estar alerta a la realidad porque no puedo estar pendiente de tu seguridad todos los días del año, ni yo ni ninguno de mis empleados. Y si no quieres que te sigamos de cerca, tendrás que aprender a cuidarte sola.

Agustina, muda y pálida, miró a su padre con los ojos llenos de lágrimas. Temblaba de impotencia por no poder defenderse ante la acusación y porque por primera vez se sintió completamente vulnerable y expuesta a los males que aquejaban a la sociedad.

Justino notó el derrumbe emocional de su hija y su furia dio paso a la ternura infinita que sentía cada vez que su pequeña necesitaba que él la proteja. Se agachó frente a ella y la abrazó con fuerza, la apretó contra sí intentando transmitirle todo lo que sentía sin necesidad de palabras.

Agustina lloró un mar de lágrimas, del mismo modo que el día que falleció su madre. No recordaba haber vuelto a llorar de ese modo desde que tenía cuatro años.

Diez minutos después, el íntimo momento entre padre e hija, se vio interrumpido por unos golpecitos en la puerta, que seguía entreabierta. Detrás de la pesada madera llegó a oídos de los Ferrari la firme voz de Lucas diciendo: —Señor Justino, ¿está usted bien? Lo estamos esperando para comenzar la reunión.

Lucas sabía que Agustina estaba en esa habitación y al escuchar su amargo llanto, sintió una punzada de dolor en el pecho temiendo que algo malo le hubiera sucedido.

Los juguetes de Katsuo/Por Dolly GerasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora