El día que Fabio y Agustina se conocieron, él se sintió culpable por mentirle; aún así, sabía que era lo correcto, no podía arriesgar su misión ni su vida. Si le decía a esa hermosa joven que él era Lucas Seagal la pondría en peligro. El ambiente en el que se movía estaba plagado de enemigos. Su verdadero nombre iba de la mano de C.E.S. (Compañía de Extrema Seguridad) y llevarlo a oídos de las personas incorrectas amenazaría el éxito del operativo. Confiaba en que la elección del nombre: Fabio Costa, fuera lo bastante acertada como para que ella no dudara de su veracidad. Aunque la creía con suspicacia suficiente como para buscar información sobre su persona en Internet. No usaba ninguna red social y no era un pecado, pero podría ser sospechoso que alguien de su edad no utilizara esos medios para relacionarse con el mundo. Cuando tuviera tiempo crearía alguna cuenta, ahora tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
En este momento, el principal cliente de la compañía, además de las empresas para las que trabajaban todo el año, era “Baby-Spielzeug”; una importante compañía alemana, dedicada a la fabricación de juguetes para bebés y niños menores de tres años, que contrató los servicios de C.E.S. en cuanto sus directivos supieron cuál sería la sede de la Convención. De manera habitual ellos disponían de su propia seguridad, pero cuando asistían a reuniones o asambleas internacionales adicionaban los servicios de ciudadanos del país al que se dirigían. Sostenían que era útil contar con gente que conociera la cultura, la actualidad nacional, los niveles de delincuencia y los sitios que visitarían. Meses atrás, Lucas Seagal supervisó la confección del presupuesto y viajó a Hamburgo para detallar los ítems que éste incluía. Además aprovechó el trato personalizado con los directivos alemanes para forjar una futura relación laboral. Lucas estaba orgulloso de sí y de C.E.S.: por firmar ese sustancioso contrato y por ser elegidos por tan reconocida compañía para brindarle extrema seguridad en su visita a Argentina.
Al llegar al centro de operaciones pidió que le cuenten las novedades. Su amigo y colega, Marcos González, se encargó de ponerlo al corriente: —Lucas, mañana llega el especialista en robótica directo de Canadá. Conoce el trabajo del tal Le Trung y va a colaborar en todo cuanto esté a su alcance.— —Dile a los muchachos que lo protejan con su vida. Este anciano será nuestros ojos a la hora de poner fuera de juego a estas inusuales mujeres, si se convierten en un peligro para la sociedad.— —Lucas… ¿Realmente son robots? He visto las filmaciones que obtuviste y parecen de carne y hueso. — —Marcos, KatsuoTanaka es un fanático de la robótica y basó la creación de su pequeño ejército femenino en Aiko, la mujer robot creada por el canadiense de origen japonés llamado Le Trung. En 2008 el sistema operativo interno de Aiko le permitía hablar en dos idiomas (inglés y japonés), resolver problemas matemáticos, comunicar el pronóstico del tiempo, comprender más de 13.000 frases, cantar canciones, leer los diarios, reconocer nombres y caras e imitar el contacto físico humano, entre otras cosas. En cuarenta años de avances tecnológicos: ¿no puedes creer que esto haya mejorado hasta alcanzar niveles inimaginables?—le cuestionó poniendo su mejor cara de incredulidad. —Guauuu… Creo que me he quedado en el tiempo. Desconocía toda esta información. Deberías habérmela suministrado antes, ¿no crees? —replicó Marcos azorado por el cariz que tomaba la operación que les habían confiado. —Katsua, además, conoce el trabajo del científico japonés Hiroshi Ishiguro, creador de los Geminoids, robots de apariencia humana que interactúan con la gente. Los creó hace casi 40 años en su laboratorio de la Universidad de Osaka. Marcos, no sólo estamos frente a un genio de la robótica sino ante alguien que aprecia los robots antes que a los seres humanos.— Cuando Lucas se enteró de todo esto, se sorprendió tanto como su compañero y aún más cuando vio, por primera vez, a las robots de Katsuo en el galpón de la calle Ruggieri. —Es increíble que las haya traído a Buenos Aires. Son peligrosas, ¿no?— Le generaba un escalofrío cuando las veía en las filmaciones. Marcos aprovechó que Lucas disponía de tiempo para exlicarle y siguió interiorizándose sobre el tema. Él, en realidad, se ocupaba de todo lo que fuera análisis de fotografías y filmaciones, de proveer al equipo de las mejores cámaras y dispositivos de captura de imágenes. El procesamiento de la información clasificada estaba a cargo de Lucas y de Gregorio Bermúdez, el dueño de la empresa. Sólo ellos decidían hasta qué punto lo que sabían de las misiones podía trascender a los empleados de C.E.S. Al parecer Marcos estaba en su día de suerte, ya que Lucas le dedicó una larga charla. Mientras Lucas seguía debatiendo sobre mujeres robot e inteligencia virtual con Marcos, Katsuo Tanaka arribaba a la Ciudad de Buenos Aires. El ingeniero en sistemas y electrónica, especializado en robótica, era un hombre de cuarenta años, solitario, frívolo, dotado de una inteligencia privilegiada, pero carente de humanidad. Sus inventos sólo servían para llevar a cabo sus descabellados proyectos. Luego de sortear los controles policiales y antes de instalarse en el lujoso hotel “Ragguardevole”, Katsuo iría a ver si sus chicas estaban en perfectas condiciones. Las había enviado hacía más de dos semanas desde la ciudad japonesa de Osaka en su avión privado, con dos de sus empleados más competentes como respaldo humano. Necesitaba chequear el correcto funcionamiento de cada una de ellas, nadie las cuidaba como él. Solo sus siete Kokeshi (como le gustaba llamarlas), sus muñecas robóticas, sus más perfectas y magníficas creaciones despertaban en él algún sentimiento. El resto de los mortales eran simples instrumentos u obstáculos en su ambición de poder y riqueza.