Narra Serena: SereDixon
La incomodidad era palpable en el ambiente.
Se sentía como si el lugar estuviese atravesado por hilos, hilos que se tensaban con fuerza de punta a punta. Hilos que, con cada movimiento, con cada suspiro exagerado, con cada palabra dicha en un tono alto, se revolvían. Llamaban la atención. Alarmaban a todos los presentes.
Y todos los presentes eran peligrosos.
Todos sabían defenderse.
Todos tenían armas.
Todos habían asesinado antes para poder sobrevivir, y no tenían problemas en volver a hacerlo.
Bueno... tal vez no todos.
El virgen que de pelo tenía una rata muerta, y el cura con cara de haber visto al fantasma de Hitler, parecían no tener ni puta idea de nada.
Acabarían mal. Eran peso muerto.
Por una parte estaban los del grupo de Rick. Salvajes como la primera vez que los vimos en las afueras de Terminus. Algunos aún tenían manchas de sangre en su cuerpo, otros tenían una mala onda que te cagas, y otros sonreían a pesar de la situación.
Ninguno le agradaba.
Ni que hubiesen tantas razones para sonreír. Ni tantas razones para estar malhumorados. Ni tantas razones como para no poder pasarse un puto trapo mojado por la puta jodida cara.
Me desesperaban.
Y, por otro lado, mirando con atención a cada uno de nuestros nuevos compañeros, nos encontrábamos nosotras.
Afilando nuestros cuchillos, limpiando armas, recargando balas.
Nosotras, las divas, las dramáticas, las molestas, las Reinas del Apocalipsis.
Y pobre el que se metiera con sus altezas.
Sus altezas latinas y española.
Nada de esto tenía sentido. Éramos un montón de asesinos encerrados en cuatro paredes que supuestamente, en el pasado, eran la casa de Dios. Boberías. Nunca creyó en eso y menos creería cuando el mundo se acababa.
Se arrodillaba solo para una cosa, y no era para rezar.
Pero en el ambiente contrastaban dos elementos, dejando de lado a los gastadores de oxígeno, a los pesos muertos.
Un niño, y una bebé.
Estaban tan desubicados aquí como prostituta en vaticano. Como Icardi en el día del amigo. Como Titanic en Bolivia.
En resumen: no encajaban con el ambiente. Pero igualmente algo dentro de mí se alegraba de verlos vivos, eran como una luz al final del camino. La última gota de agua en el desierto. La brújula de unos perdidos en el océano. Eran esa esperanza de que todo mejore y sea diferente.
El niño con sombrero de Sheriff sostenía a la bebé entre sus brazos de forma protectora, acariciándola con dulzura, centrándose solo en ella y olvidándose de los alrededores. Era una imagen muy tierna.
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[The Walking Dead] Sangre joven.
FanficSolo somos ocho chicas con ganas de romper los huevos, todo era divino y precioso hasta que aparecieron ellos. Las cosas siguieron igual pero teníamos espectadores que "admiraban" nuestras boludeces. Nosotras eramos amigas antes de que todo sucedier...