Huellas de sangre fresca

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Hoy estoy en ámbito festivo cumplí años el día de ayer (14 de sep) y hoy se dará el grito de independencia de mi país y puedo decir, como es debido, QUE ORGULLO SER MEXICANA.

¡VIVA MÉXICO!

[Katara]

No podía moverse. Estaba recostada en la cama, pero era incapaz de mover un solo músculo. Las personas a su alrededor hablaban alteradas, moviendo agua caliente y pediendo más mantas limpias.

El bebé, mi niño...

Katara sentía como se movía en su vientre, bajo su carne, desesperado por respirar, peleando por vivir.

—¡¿Donde está Aang?!—exigió saber a uno de los acólitos, pero este paso de largo, como si no pudiera escucharla—. ¡¿Donde está mi esposo?!—sentía las lágrimas correrle hirviendo por las mejillas. Él había estado ahí hace un segundo, pero ya no estaba ¿Había sido solo producto de su imaginación?—. Mi hijo... el bebé... ayúdenlo, por favor...

Las personas hablaban con tono bajo, pesaroso. Katara intentó verlos a la cara, pero tenía la vista borrosa y no distinguía sus rasgos con claridad. Tenía mucho miedo y estaba sola.

Mi esposo... mi hermano... ¿Donde están? Así no es como debería ser, no, no, esta todo mal...

Alguien tomo una navaja afilada y desgarró su vestido azul. El sonido de la tela rasgándose le provocó escalofríos. La hoja afilada del bisturí, fría como el hielo, beso la piel suave de su vientre y Katara grito.

Profundo y tosco era el tajo de la navaja, que se movía temblorosamente, desgarrándola y abriendo su carne. La sangre comenzó a brotar a borbotones y Katara, incapaz de moverse, solo podía aullar de pena y dolor. Sus manos se aferraron a las mantas de la cama y mordió su lengua con tanta fuerza que comenzó a sangrar.

—¡Sáquenlo!—grito la Maestra, desesperada—. ¡Sáquenlo, sáquenlo!

Sintió como un par de manos entraban en su vientre toscamente, buscando con desesperación a su pequeño.

—¡Ahhhh!—las manos la arañaban desde adentro sin piedad, buscando dentro de ella—. ¡Lo va a lastimar! ¡No, por favor!

Cuando escucho el llanto, fue casi un alivio, aunque el dolor que sentía solo había aumentado.

—Dénmelo—suplicó Katara, con voz temblorosa. Ella quería verlo, tenerlo en sus brazos.

—Está muerto—dijo la persona que lo tenía en brazos—. Está muerto.

No, no, está vivo, lo escuche llorar, sentí como se movía...

Cortaron el cordón que los mantenía unidos y envolvieron al niño muerto en una manta.

—No, no, no—gimoteo Katara, desesperada—. ¡Está vivo!

—Muerto—siseo el hombre que lo tenía, a pesar de que el bebé había comenzado a llorar a todo pulmón, llamándola con necesidad—. Muerto... muertooo... muertoooooo...

La habitación comenzó a volverse humo negro ante sus ojos. Los muebles, las personas, el hombre, su niño, todo se volvió oscuridad, fría y la engulló por completo.

Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luz a su alrededor y sintió un profundo dolor en la garganta. Junto a su cama estaba Aang, sujetando su mano, con los ojos grises llenos de pesar. Katara lo miró fijamente, asegurándose de que realmente estaba ahí. Aprecio los rasgos de su cara, las curvas de sus labios, sus cejas levemente fruncías, el tatuaje azul en forma de flecha en su frente, la barba que le recorría la mandíbula, las arrugas que comenzaban a formarse entorno a sus ojos grises...

Rising Shadows [RM #02]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora