28. Águilas rojas

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El cielo estaba oscuro, por lo cual Leo apenas podía distinguir las grises armaduras de los dos soldados tendidos en el suelo. No estaban muertos, sin embargo, dudaba que despertaran antes de que él dejará atrás aquel angosto callejón. Leo apoyaba ambas manos en una de las paredes del lugar, mientras jadeaba con patente agotamiento. Escuchó voces asustadas dentro de los muros, probablemente provenientes de la familia que debía habitar esa casa.

<<¡Tuve que usar nuevamente esta maldición!>> pensó mientras veía con detenimiento su mano.

Escuchó resonar algunas piedras al final del callejón, y cuando giró la cabeza para observar la causa, entró súbitamente en pánico. El Inmortal bajo y robusto apareció frente a él. Leo jamás podría olvidar el rostro de aquel sujeto después de haber presenciado su habilidad.

—¿Cómo te las arreglaste para hacer esto? Debo admitir que estoy sorprendido —inquirió el hombre con molestia, mientras señalaba a los soldados en el suelo.

Leo temblaba mientras intentaba descifrar cómo lidiar con el peligroso Inmortal. Su enemigo ahora podía tratarlo como a un criminal, por lo que debía luchar.

El hombre inhaló con fuerza y pisó con rudeza el húmedo suelo; éste comenzó a abrirse abruptamente. Leo se tambaleó, pero logró afianzarse al suelo y evitar caer. Podía jurar haber sentido que el suelo temblaba. El Inmortal se disponía a repetir el movimiento, aunque ahora parecía dispuesto a infundirle más potencia. Leo no vaciló, e inmediatamente usó su habilidad contra su enemigo. Unos rápidos, finos y apenas visibles hilos surcaron el cielo, provenientes de los dedos del muchacho. El Inmortal abrió los ojos sorprendido, se corrió a un lado con agilidad y evitó cualquier impacto. Los finos hilos chocaron con el muro detrás del hombre, provocando varios sonidos secos.

—¿Qué demonios hiciste? —El Inmortal pareció dilucidar la respuesta— Un brujo, ¿eh? —preguntó, aún con su severa expresión.

Leo no respondió, e intentó usar su habilidad nuevamente. Diez largos y finos hilos salieron nuevamente de cada uno de sus dedos, pero esta vez se desprendieron como proyectiles. En esta ocasión, el Inmortal se apresuró a tocar el suelo con la palma de su mano derecha, provocando que éste se deformara parcialmente, levantándose, y sirviéndole de escudo frente a la habilidad de Leo. El joven no podía creer lo que veía, aquel Inmortal había provocado que el suelo se elevara sólo con tocarlo. Había escuchado cosas extraordinarias de otros brujos, pero éste los superaba a todos.

El Inmortal no demoró más, corrió directo hacia Leo, que no fue capaz de reaccionar ante aquel inesperado movimiento. El muchacho recibió de lleno un puñetazo en el rostro que provocó que cayera. Intentó reponerse, mas no pudo hacerlo debido a que estaba aturdido. Agitó la cabeza intentando espabilar, pero su oponente le dio una fuerte patada y cayó derrotado.


Seth intentó levantar a Iris, pero ésta negaba con la cabeza. La muchacha descansaba nuevamente, aunque esta vez lo hacía en una pila de heno desperdigada en un establo vacío por el que pasaron.

—Lo siento, no puedo más —declaró.

Era evidente que estaba sumamente débil, lo que provocaba que su ánimo decayera cada minuto. Seth la observó detenidamente. Su rostro tenía enormes ojeras y marcas que él no recordaba, además estaba pálida y su cabello estaba sucio. Él le tocó el rostro, haciendo que Iris levantara la mirada. Ambos compartieron una cálida sonrisa que les insufló nuevas esperanzas.

Mórrigan entró a gran velocidad al establo. Se sintió incómoda al interrumpir el dulce momento, sin embargo, se apresuró a hablar con sus compañeros.

El Origen de un InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora