10. Anaer

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Al detallar los hogares del pueblo, Seth se percató de lo austeros que eran; abundaban las viviendas con rústicos techos de teja, muros de ladrillo y escuetas fachadas en las cuales rara vez se encontraba más que una ventana y una puerta sin ninguna clase de ornamento. Los pocos observadores presentes en los pórticos de las casas hacían patente su curiosidad; parecía que esperaban la caravana con ansias, sin embargo sus rostros eran serios, y sus expresiones y vestimentas denotaban lo ajetreado que debía haber sido el día.

<<¡Qué lugar más severo!, seguro que a Leo le encanta>> pensó Brígid, dejando que el entretenido pensamiento le dibujara una sonrisa.

Anaer se dividía en dos por la amplia calzada que servía de entrada al mismo, extensión del sendero de tierra que llevaba al pueblo y que Seth y compañía habían seguido. A medida que avanzaron por el poblado observaron como la decoración cambiaba abruptamente, pues las casas ahora eran engalanadas con multitud de plantas y guirnaldas tan coloridas que hicieron a Brígid preguntarse si seguían en Anaer. Al llegar a la plaza central del pueblo, una enorme explanada circular en la que desembocaban seis callejas desde múltiples direcciones, Seth no pudo evitar maravillarse; el lugar estaba abarrotado de personas muy variadas, hombres altos y bajos, de piel clara y tostada, de cabello oscuro y castaño, vestidos con ropas bombachas y coloridas o con ropas ajustadas y opacas; se trataba de una mescolanza de culturas y fenotipos exóticos provocada por el festival de La Ejecución. Era evidente que había mucho forastero entre la multitud, pues quien no destacaba por su apariencia lo hacía por su andar o por su acento. Brígid se acercó a un grupo de hombres disfrazados como diversas y coloridas criaturas, entre las que destacaban una larga salamandra azul y el águila de Karián, la misma que se observaba en las indumentarias de los Inmortales. La muchacha preguntó a los hombres sobre el origen de sus atavíos y halagó más de una vez el trabajo del sastre encargado de confeccionarlos, y lo perfeccionista que éste debía ser. Aquellos hombres parecían disfrutar la atención de la muchacha.

Seth se despidió de los hombres y las mujeres de Lara con gratitud y una pequeña reverencia, a lo cual estos respondieron con alegres despedidas y algunas hermosas palabras de buena fortuna.

—Muchacho, cuida de tus compañeros con tesón y ellos cuidarán de ti. Es lo que siempre digo a los hombres de Lara, y sé que podrá sonar como un consejo sin profundidad aparente, pero eso no implica que no deba ser acatado. Ten cuidado, a veces olvidamos lo más simple, y obviamos lo evidente —fueron las últimas palabras que le dijo Yin.

Seth asintió antes de imitar la reverencia de despedida que le dedicó la anciana. Por un momento pensó que la mujer se explayaría con su consejo, sin embargo ésta resultó ser concreta y manifiesta.

El muchacho se separó del enorme grupo, que ahora se había mezclado con la colorida multitud reunida en la plaza. Se dedicó a ver qué ofrecían algunos tenderos que se ubicaban en los límites de la redonda explanada. Pudo encontrar plantas de variadas procedencias, telas confeccionadas de multitud de formas, flores de distintos colores e incluso espadas y cuchillos provenientes de la repudiada tierra de Seienmor. Era bien sabido que las armas manufacturadas en aquella nación eran de excelente calidad y contaban con una dureza férrea; de aquí surgió el tan conocido refrán "No importa lo que anheles, mientras no se trate de armas, no busques en Seienmor".

Leo, por otro lado, intentó tomar un trago de su petaca, pero ésta estaba vacía, razón que lo obligó a adentrarse en la multitud en busca de algo que beber. Solía llenar el contenedor con licor siempre que le resultaba posible. No era un borracho, ni tan siquiera un bebedor asiduo, simplemente tenía la manía de llevar algo que saborear desde que su abuelo Loruan le regalara aquella decorativa petaca.

El Origen de un InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora