23. Disturbios

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Brígid y Leo se encontraban en la zona norte de Karián, la hermosa Kastiar, intentando anticipar los movimientos de la comitiva encargada de transportar a Iris. Ella en particular era considerada una prisionera importante, de lo contrario no habría generado tanta expectación entre los habitantes de Karián y los jóvenes no habrían podido encontrar información alguna de su paradero.

Kastiar era un lugar ostentoso. Los hogares solían estar pintados con un sobrio blanco y contar con amplios terrenos cubiertos de verde césped, además estaban adornadas con estatuas de hermoso mármol y se distanciaban entre ellas con desvergonzada holgura. En comparación con el resto de las zonas de la ciudad, podía considerarse pequeño y, como consecuencia, poco poblado. Curiosamente, cuanto más se acercaban al lugar donde suponían que llevarían a Iris, la sede de la corte de Karián, la cantidad de edificios crecía nuevamente. Cuando por fin creyeron alcanzar su objetivo, las construcciones eran tan abundantes y estaban tan adosadas como en el resto de Karián, si bien ostentaban tanto lujo como era propio de Kastiar.

En el recorrido los jóvenes se toparon con un panorama preocupante. Frente a ellos se encontraba una enorme explanada empedrada, cuyo perímetro era formado por lujosos edificios al sur, este y oeste, mientras que al norte se erigía una gigantesca y única construcción frente a la cual se agolpaba una multitud. Leo observaba desde una distancia prudencial, y, al cabo de un rato, fue capaz de discernir que aquella muchedumbre intentaba atravesar una gruesa reja de acero; ésta servía de entrada al gigantesco Palacio Real de Karián. Los protestantes zarandeaban la reja con fuerza, aunque sin conseguir ningún resultado, mientras los soldados que estaban adentro permanecían impasibles ante el disturbio.

La fachada del hermoso palacio estaba formada por la resistente entrada, flanqueada con enormes y macizos muros de piedra blanca revestidos con verdes enredaderas. Dentro de estos se divisaba un enorme y hermoso jardín con sinuosos caminos de piedra que le otorgaban un aspecto regio al lugar; más allá había una hermosa galería soportada por curvos pilares, y repleta de hornacinas con pequeñas esculturas de mármol. La puerta de madera se encontraba en el centro de dicha galería, separándola en dos debido a su asombrosa altura. Leo miró la enorme torre de cima triangular que descollaba sobre el palacio; el escudo de la familia Sandraer, una rosa roja repleta de espinas con tallo curvo hacia la derecha sobre un fondo blanco, que colgaba frente a la torre; y, por último, la hermosa bandera dorada con el águila roja de Karián izada en el tope.

Los agitados hombres y mujeres parecían dispuestos a saltar los muros del palacio, pues sus ánimos exacerbados y gritos injuriosos demostraban que no existía miedo alguno frente a la autoridad de Karián.

—¡Déjennos pasar!

—¡Que salga el rey! —exigían los alterados ciudadanos.

El objetivo de Leo y Brígid era encontrar a Iris, y, si se presentaba la ocasión, ayudarla; sin embargo, era evidente que sucesos peligrosos se estaban desarrollando en Karián, y era prioridad no involucrarse. Antes, mientras se dirigían a aquel lugar, ya habían visto guardias doblegando a varias personas, e incluso una lucha entre cinco insurrectos, apenas armados, contra un grupo de soldados. Sin embargo, nada comparado con lo que veían en ese instante; aquella explanada frontal al palacio era el núcleo del disturbio.

Brígid divisó a un hombre con uniforme de Inmortal acercándose a la multitud. El gentío se apartó, dejándole el camino libre hasta la resistente reja. El Inmortal colocó su mano sobre la puerta de acero y luego de unos segundos se vio una potente explosión que rompió la cerradura y abrió el único obstáculo de los rebeldes para adentrarse al palacio.

—¡Mierda, debemos irnos! —sugirió Leo.

—¿Qué hay de Iris? —preguntó Brígid con gesto preocupado.

El Origen de un InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora