Despreciada

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Capítulo II

La señora de Naraku se le quedo viendo mientras se sentaba en el borde de la cama.

—Me doy cuenta de que haces lo que te da la gana, ahora, faltaste a la escuela por tus estúpidos caprichos, ¿qué es lo que quieres? Y apresúrate que no tengo tiempo.— Mandó para ponerse a acomodar sus pertenencias en la valija.

—Mamá, Naraku...— La mujer chasqueó la lengua con fastidio, era el cuento de nunca acabar.

—Si vienes a hablarme necedades de tu padre, te pido que te retires...—

—¡No es mi padre! ¿No entiendes? No quiero que vuelvas a decir algo así, ese miserable...— Naomi se levantó de la cama y con ira le cruzó la cara de una bofetada. La joven pelinegra se llevó la mano al área afectada mientras comenzaba a llorar.

—¡Te dije! Te pedí que no te expresaras así de él. Es un buen hombre, nos ha cuidado y mantenido, nos ha acogido en su casa ¿y cómo le pagas? ¡Eres una malagradecida!— Le hizo saber su 'error' de malas maneras, su hija la estaba sacando de quicio.

—¡Escúchame por una maldita vez!—

—¡No! ¡Lárgate de aquí!—

—¡Él abusó de mi!—

Las dos gritaron al mismo tiempo pero lo que revelara la joven dejo a su madre sorprendida. La mujer se sentó con torpeza sobre la cama, haciendo que la ropa que había doblado cayera y se desparramara sobre la alfombra.

—¿Qué dices? No, no puede ser verdad...— No lo creía, su amado esposo... ¿Se habría atrevido a tanto? ¡No! Su hija seguramente le estaba mintiendo. Levantó el teléfono que descansaba en el buró y marcó a la oficina de su marido.

Kagome la veía desde un rincón de la alcoba, mientras que la mujer lloraba desesperada, gritándole al auricular y exigiendo al hombre que se presentará de inmediato. Después de colgar se acomodó en un sofá y se llevó las manos al rostro.

—¿Mamá?—

—Vete de aquí, no quiero verte...— Arrastró las palabras llenas de rencor, y al notar que ella no entendería razones, la chica salió de ahí sin decir nada más, encaminándose a su cuarto. Cerró la puerta y se dejó caer en el suelo para dar rienda suelta al llanto.

Cuando se hubo serenado sacó una mochila del armario, disponiendo de su celular, cargador, audífonos, cuatro cambios de ropa, dos pares de zapatos, artículos de limpieza personal y sus documentos. También buscó los ahorros que tenía escondidos debajo de la cama, con eso podría comprarse un billete de tren a Tokio para buscar a su padre y a su hermano, además que le sobraba lo suficiente para, si se lo proponía, vivir hasta tres meses sin un empleo.

De pronto escuchó que Naraku había llegado, se asomó por la ventana y vio el lujoso auto estacionado en la acera. Se cercioró de que no hubiera nadie cerca y abrió la ventana de su alcoba arrojando el morral entre los arbustos, no sabía porque lo había hecho pero consideró que era un simple impulso. Oyó que su madre y ese tipo discutían acaloradamente.

—¡Tú hija es una prostituta! ¡Se paseaba de acá para allá, prácticamente desnuda! ¿Qué hombre podría resistirse a eso?—

—¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Confíe en ti!— Le gritó la mujer con los puños cerrados.

—¡No soy culpable, solo sé que te amo!— Aquel entonces cayó de rodillas para ponerse a llorar, tomando por sorpresa a su ya perturbada esposa.

—Naraku...— Murmuró su nombre y le acarició los largos cabellos castaños.

—Ella me buscaba... A cada rato se me estaba ofreciendo, no soy perfecto Naomi, caí en la tentación pero solo fue una vez, jamás se volvió a repetir. ¡Te lo juro!— Kagome desde lo alto de la escalera observaba esa escena petrificada. ¡Él estaba mintiendo! ¡Por Dios! ¿Qué su madre prefería a esa bestia que a su propia hija?

—Perdóname, por favor, yo te creo...— Esas palabras destruyeron la realidad de la joven, ella había optado por ese ser que le había arruinado la vida.

—¡Mamá!— Ambos voltearon a ver a la morena pero la mujer pronto le dio la espalda. Naraku le miraba con desprecio pero no dijo nada.

—Kagome, quiero que te largues de esta casa— La voz decidida de su progenitora, le dio de lleno.

—Bien, voy por mis cosas...—

—¡No! Te vas con lo que traes puesto, no te llevarás nada...— Ella se tragó su tristeza y se acercó a la puerta, abriéndola.

—Espero que no te arrepientas de haber elegido al hombre que daño a tu hija, a tu propia sangre...— Dicho esto desapareció de su vista al cerrar el acceso de dicha vivienda.

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Caminó de ahí a paso lento, llorando a mares, preguntándose el porque aquella que se decía ser su madre le había despreciado. De una cosa estaba segura, iba a recibir un castigo, tal vez no de su parte, pero aún así creía en la justicia divina.

Había avanzado una gran distancia cuando recordó la maleta que se había dejado oculta en aquel sitio. Regresó sobre sus pasos, cuidando de no llamar la atención de la pareja que estaba en la casa ni de los transeúntes curiosos que pudieran estar caminando cerca de ahí.

Se sintió afortunada, ya que pudo hacerse de sus cosas sin ningún problema.

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Deambuló por las calles de aquel suburbio, pensando en qué pasaría al llegar con su padre. En cómo explicarle lo que había ocurrido en la morada de ese monstruo.

Se sentía vacía, sucia, desdeñada.

Caminó un poco más, ya el atardecer se aproximaba y necesitaba probar bocado.

Llegó a un puesto de okonomiyaki y ordenó uno de mariscos y té verde. La larga caminata le había dejado hambrienta y cansada. Comió ávidamente, sin dejar ni una sola migaja, pagó y se marchó de ese lugar.

Aún traía puesto su uniforme escolar y necesitaba desesperadamente un baño. Cerca de ahí había un pequeño hotel, el precio era accesible por lo que pidió una habitación.

Anduvo por los largos pasillos, hasta la alcoba designada. Al entrar, encendió la luz y se encontró con que la habitación era muy pequeña pero tenía una cama matrimonial con dos mesitas de noche, dos lamparas, un peinador y un televisor, además una cocineta con un mini bar, y un poco más allá, el baño. Abrió las cortinas de golpe y se dio cuenta de que ya había anochecido, las luces de la ciudad de Nagasaki brillaban pintando el cielo nocturno de color naranja.

Comenzó a llorar, estaba completamente sola.

Subió a la cama y se abrazó a sus rodillas, meditando en aquella pesadilla, de la que estaba segura, había escapado. Buscó su celular, encontrándose con varias llamadas de su padrastro.

Entonces escuchó el único correo de voz que le había dejado en el aparato.

"—Maldita puta, ¿crees que puedes escapar de mi? Te voy a encontrar y te haré pagar la humillación que me hiciste pasar con la idiota de tu madre. Agradece que no te...—"

No quiso oír más, pero decidió no borrar el audio, probablemente lo podría utilizar después para defenderse de ese tipo, en caso de ser necesario.

¡No me sueltes!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora