Obsesión

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Capítulo XX

—¿Dónde estoy?— Murmuró mientras trataba de despertarse completamente.

—En el hospital, el doctor dice que estarás bien. ¿Cómo te sientes?— Cuestionó su interlocutora.

—Creo que... Soñé con él...— Soltó con un dejé de tristeza. Abrió los ojos de color castaño y observó a la peliplata frente a ella. La mujer de grandes orbes doradas le miraba con aflicción y creía ver reflejado en ellos a su amado.

—¿Con Sesshomaru?— Lo sabía, ¿porqué tenía que preguntar?

—Quiero estar sola, por favor...— Pidió con cortesía y su suegra, sin decir nada más, salió de aquella habitación.

Al reencontrarse con su soledad, solo entonces comenzó a llorar amargamente y rememoró esa visión, ¿porque la vida era tan injusta con ella? No lo sabía. Meditando en esas cosas un gran vacío se apoderó de su ser.

Y se daba cuenta de que aquel temor de que jamás podría ser feliz, era pues, ya una realidad.

Una enfermera entró sin llamar para inspeccionar el suero y para hacerle el chequeo de rutina. Ella enjugó sus lágrimas, para ver a la mujer ir y venir por toda la habitación mientras ponía diferentes artefactos sobre su cuerpo.

—Todo esta perfecto. Muchas felicidades por su bebé...—Le dijo con una dulce sonrisa.

—E-espere... ¿Mi bebé está bien?— Cuestionó un poco confundida.

—Así es... Pero debe cuidarse mucho, el estrés no es nada saludable— Le hizo saber mientras terminaba con sus labores. —El doctor la dejara ir mañana temprano, así que trate de relajarse y descansar. Con permiso...— Se alejó de allí dejando a Kagome muy pensativa.

Suspiró aliviada mientras acariciaba su vientre, la aparición de Naraku diciéndole esas cosas horribles había sido solo un mal sueño. Suspiró aliviada, nada ni nadie le quitaría lo único que le quedaba de Sesshomaru y juró que protegería a su hijo de todo y de todos.

Dibujo en sus labios una ligera mueca a modo de sonrisa, sin lugar a dudas aún tenía la oportunidad de ser feliz, aunque su vida estaría incompleta sin el amor de su vida.

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Las semanas siguieron su curso, tan deprisa que se habían convertido en meses casi en un abrir y cerrar de ojos. Como dijera alguna vez su padre, cuando se hubo divorciado, la vida continua y era verdad, debía reconocer que sus palabras encerraban una gran sabiduría. No obstante, seguir adelante era de por sí, difícil.

Miró el reloj del pequeño departamento.

Las cuatro de la tarde.

Suspiró con aburrimiento, no tenía nada que hacer y optó por dejarse caer con suavidad sobre el lecho, tratando en vano de dormir un poco.

Pero le fue imposible.

Se sentó al borde de la cama para posar su vista en un punto perdido de la alfombra, y enseguida tomar con mano temblorosa el portarretratos que descansaba sobre su mesita de noche.

¡No me sueltes!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora