La cosecha.

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Solo hay una cosa que me da más miedo que Los Juegos del Hambre, el presidente Snow. Y verlo en mi habitación del orfanato, con esa mirada sádica, me hiela la sangre.

-Briny Cresta, siento la muerte de tu hermana.

Annie, mi hermana menor, murió ocho meses atrás al sucumbir en la locura. Los únicos Cresta que quedan en el distrito 4 somos mi hermano Caleb y yo. Pero en menos de una hora es la cosecha… No sé cuántos quedarán mañana.

-Le agradezco la consideración, Presidente. Sin embargo, dudo que su visita sea una mera formalidad.-Trato de ocultar el miedo en mi voz al hablar.

-Es una chica inteligente, señorita Cresta. –Hace una pausa que parece eterna.- Digamos que los habitantes de Panem se han tomado la muerte de su hermana del modo equivocado. Ellos han visto este trágico suceso como un motivo de alboroto, la ven como una mártir.

Mártir. Eso es exactamente lo que ella es. Sobrevivió a sus juegos sin dañar a nadie, incluso ver a su compañero de distrito ser decapitado le traumatizó para el resto de sus días. Murió por todo lo que pasó en los juegos. Ella es la perfecta definición de mártir.

-Espero que comprenda que Annie nunca tuvo la intención de provocar ningún tipo de revuelta.

-Oh, eso lo sé. No obstante, los errores cometidos por accidente también deben ser enmendados. –Me mira con los mismos ojos que un gato asecha a un roedor asustado y continúa.- Ahí es donde entras tú. Si otra Cresta se mancha las manos de sangre en la arena, nunca más verán a Annie con los mismos ojos.

“Entrar en la arena” y “morir” son sinónimos. Ella tuvo suerte para escapar, pero nada sucede dos veces de la misma manera.

-Dos Cresta en tres años… Eso sería muy evidente.

-Tranquila, he pensado en todo. Te presentaras voluntaria. –le pongo la mueca más incrédula que puedo articular. No pienso hacer eso.-Sino, tu hermano entrará en su primera cosecha.

Podría morir ahogada con las lágrimas que se agolpan en mi garganta. Mi hermano pequeño es lo único que me queda, no me puedo permitir perderle.

Mi vida, en comparación a la suya, no me importa nada.

-Le veré en el Capitolio, presidente Snow.

Él sonríe y dice con voz rasposa:

-Iré preparando tu cañón.

Una declaración directa de muerte, no esperaba menos de él. Observo como sale de la pequeña habitación, acompañado de dos agentes de la paz, y puedo volver a respirar. No reacciono. Quiero salir corriendo a cualquier lugar, no importa dónde. Tal vez al mar, a mi antigua casa, a la tumba de Annie… Hay tantos lugares que sé que no volveré a ver que me da vértigo solo pensarlo.

Pero solo me siento en el suelo y sollozo un poco. Al otro lado de la habitación hay un espejo, sucio y roto, pero puedo observarme igual. Tengo la altura mediocre de cualquier chica de dieciocho, tal vez un poco más delgada por la mala alimentación del orfanato. El pelo oscuro me llega a poco más de los hombros y crea un contraste gracioso con mi piel morena típica del 4.

Solo hay una cosa que me hace reunir el valor suficiente para no largarme: los ojos Cresta. La mirada entre pensativa y temeraria que todos mis hermanos le robaron a nuestro padre.

Me levanto, sin dejar de mirar los ojos de la chica de enfrente. Aliso el vestido y salgo del repugnante orfanato. Apenas quedan rezagados en la calle, todos andan apurados para descubrir cuáles de sus vecinos morirán este año.

Me coloco entre las chicas de mi edad y busco a mi hermano entre la multitud. Tiene apenas ocho años, pero es obligado verla igualmente. No lo encuentro, hay demasiada gente. Quiero verle al menos una vez más antes de entrar en la cosecha.

-¡Felices septuagésimo segundos Juegos del Hambre, mis queridos habitantes del 4!

La voz de Iko Yuriet, el acompañante de los del 4, interrumpe mis pensamientos. Es asiático y debe de tener más de cincuenta años, pero sus miles de operaciones han hecho que ambas cosas pasen por alto.

Las cosas pasan rápido, el tratado de paz, el himno de Panem. Todo va demasiado deprisa.

-La tributo femenina. –Saca uno de los papelitos de la urna y lee un nombre que no consigo reconocer. –Diana Stafford.

Escucho murmullos entre la multitud y los pasos de la chica avanzar hacia el escenario. No la miro, no me atrevo. Solo levanto la mano y proclamo mi muerte.

-Me presento voluntaria como tributo. 

La historia de un derrumbamiento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora