Finnick, había demasiada sangre.

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Despierto al notar un pequeño golpe en mi pierna.

Lo primero que alcanza mi vista es la espalda de Ray, quien se ha abalanzado sobre Sebas. Ha sido la pierna de este último lo que me ha despertado. Ray tiene una mano tapando la boca de mi amigo y con la otra agarra un enorme machete.

Lentamente, y con una calma sorprendente en un momento como este, saco el calcetín. Desenvuelvo el punzón justo cuando la afilada hoja del arma alcanza el cuello de mi amigo.

Nunca olvidaré ese sonido. Ni la sangre salpicándome. Ni el cañonazo. Tampoco la mirada de Ray justo antes de abalanzarse sobre mí.

Me agarra de una mano, pero por suerte, no es la del punzón. Entonces aprovecho, y entre gritos, se lo clavo directamente en el cuello. Debe haber perforado una arteria, porque la sangre no para de caer sobre mí.

Lo aparto a un lado y se retuerce entre gritos hasta que el cañón suena.

-Yo no soy Annie. – Digo sin saber del todo a quien.

Cuando escucho el aerodeslizador, me levanto y me voy. Sin mirar a mi amigo muerto, ni a mi compañero de distrito a quien acabo de asesinar. Tampoco cojo la maleta de Ray, que está llena de herramientas útiles para mi supervivencia. Pero si que tomo la chaqueta de este.

-Solo mata a nueve personas más y esto se habrá acabado. –Me digo a mi misma jocosa.

No puedo luchar cuerpo a cuerpo contra uno de los profesionales y salir victoriosa, he asumido eso. Tampoco puedo envenenarlos uno por uno como he hecho con Ray... O sí.

No hay Gympie cerca de la orilla del río porque al primer sorbo todos moriríamos.

Me quito la chaqueta de Ray y arranco una mata de la planta en cuestión. Corro en dirección al río y al llegar, la dejo caer.

Vuelvo a esconderme entre los pasillos del laberinto y espero. Un par de horas más tarde, harta de esperar, me acerco de nuevo.

Un niño de no más de trece años, del que ni siquiera puedo recordar el distrito, se acerca al agua. ¿Debería pararle? Probablemente. Pero no lo hago. Nada más rozar la mano en el agua, grita y se retuerce hasta caer de lleno dentro. El resto es historia.

Los demás cañonazos tardan, pero antes de que llegue la noche, todos los tributos enemigos han muerto.

La voz frenética de Claudius Templesmith grita sobre mí:

-Damas y caballeros, me llena de orgullo presentarles a la vencedora de los Septuagésimo Segundos Juegos del Hambre: ¡Briny Cresta! ¡La tributo del Distrito 4!

A los gritos que se escuchan por los altavoces, directos del capitolio, se suma el molesto ruido del aerodeslizador. Este lanza una escalera a la que prácticamente me lanzo.

Al llegar arriba, un medico comienza a curarme heridas que ni siquiera sabía que tenía. Mi mirada cruza la habitación hasta encontrar un espejo. Estoy llena de sangre, toda mi cara y mi ropa lo está. Me toco el pelo y también puedo notar la pegajosa sustancia roja ahí.

No encuentro el aire. Inspiro y expiro pero a penas respiro. Miro mis manos y solo encuentro más sangre. Me zafo del agarre del médico y me dejo caer al suelo con la cara apoyada en una pared. En algún momento comienzo a llorar y a balbucear cosas inentendibles.

Cuando aterriza mos en el Centro de Entrenamiento, deben haber pasado horas, puesto que la sangre a empegostado mi cara contra la pared. Trato de ponerme en pie, pero mis piernas se han adormecido y me es imposible moverme.

Entonces uno de los enfermeros entra en mi habitación con una enorme inyección en la mano. Grito y trato de huir. ¿Y si es veneno? ¿Y si es MI veneno? Snow me quería ver muerta, ¿qué mejor manera?

Al intentar correr, me doy de bruces contra el suelo y todo se difumina por su propia cuenta.

Despierto en una cama desconocida de una bonita habitación verde. Al pie de la cama encuentro un traje que me hace estremecer, el mismo que llevábamos todos los tributos en el estadio. Me quedo mirándolo hasta que recuerdo que, obviamente, es lo que tengo que ponerme para saludar a mi equipo.

Me visto rápidamente justo antes de que alguien llame a mi puerta. Abro y no puedo evitar lanzarme a los brazos de la persona del otro lado.

-Finnick, había demasiada sangre. – Comienzo a llorar sin pensarlo. – No puedo salir ahí, ellos saben lo que he hecho. Saben que soy una asesina.

-Briny.- Eso es lo único que dice, abrazándome con fuerza.

Me toma por los hombros y dice:

-Lo que hacemos en La Arena, se queda ahí dentro. Ahora estás a salvo, no dejes que te quiten eso.

Asiento.

-¿Caleb está bien?

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La historia de un derrumbamiento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora