Entrenamiento

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La sala de entrenamiento se encuentra bajo el nivel del suelo, pero aun así, el trayecto se hace demasiado corto. Finnick habla rápidamente sobre lo que debería aprender.

-Las lanzas y los cuchillos son importantes, pero no lo intentes con las espadas. Trata de fijarte en los demás para conseguir aliados.- No le presto demasiada atención, solo asiento mientras trato de no llorar ni salir corriendo.- No olvides que debes ser fría y calculadora.

Las puertas se abren dejándonos ver el enorme gimnasio lleno de armas y pistas de obstáculos. La mayoría de los tributos ya están aquí, con el número de su distrito en la espalda. Es difícil mantener la aptitud ruda, puesto que soy la más bajita y flacucha. Yo soy un saco de huesos, mientras que la mayoría de ellos pesa de veinte a cuarenta kilos más que yo.

Los profesionales me observan durante un rato mientras trato de ensartar un cuchillo en el maniquí de prueba, supongo que para saber si soy de los suyos. Pero cuando consigo alcanzar el muñeco de goma con el arma, los profesionales ya han pasado de largo.

Doy paseos por la sala observando los diferentes estacionamientos. El que más me llama la atención consiste en el reconocimiento de diferentes plantas. Al principio es todo un reto, puesto que en el 4 no tenemos mucho de esto, pero mejor eficazmente a lo largo de la mañana. Tomo notas mentales de las comestibles y las letales. Ojalá sirva de algo en la Arena.

En la hora del almuerzo parecemos un triste rebaño de ovejas perdidas. Los profesionales comen juntos, riendo demasiado alto y molestando todo lo posible. El resto nos sentamos solos, rezando para que acabe pronto.

-Eh, chica de la costa. ¿También estás loca como tu hermanita?

-¿Vas a perder la cabeza?

Una mezcla confusa y ardiente de sentimientos se apodera de mí. Quiero gritarles y proteger mi dignidad, pero al mismo tiempo el miedo contrae mis músculos y me impide pronunciar palabra.

-Dejadla en paz.

Por primera vez levanto la cabeza. El que habla es un chico bajito y musculoso, probablemente latino. Está sentado en la mesa contigua a los profesionales y les está plantando cara… por mí. 

-¿Tienes algún problema, diez? –No me sorprende ver que Ray está en los profesionales.

-Vuestra actitud es un problema para todos nosotros.

Los profesionales se levantan con una coordinación perfecta, como una jauría de lobos hambrientos. El chico del 10 duda, pero hace lo mismo. Son cinco contra uno y no hay nadie en la sala que evite la pelea.

Yo también me levanto, trato de obviar el tiemble de mis rodillas yendo a paso tenue y decidido. No he llegado a ellos cuando la chica del dos grita:

-No veo que nadie más se queje.

-Yo me quejo.-He de admitir, que mi voz tiembla cuando lo digo, pero mantengo la solidez en las palabras.

Me coloco al lado del chico del 10. Si ahora se produjera la pelea estaríamos vendidos, pero él me ha defendido, le debo el favor.

-Ya veremos si te quejas en la Arena, chica de la costa.

Se alejan y vuelvo a respirar. Miro al del diez y susurro:

-Gracias, chico del diez. –Lo digo con toda la ironía y sorna que me deja el cuerpo.

-Igualmente, chica de la costa.- Es lo más parecido a una persona amable y altruista que he conocido.

Recoge su bandeja con el almuerzo y se sienta en mi mesa.

-Sin embargo, no deberías arriesgarte así por los demás.

-No me puedo resistir cuando veo una princesa en apuros.

Me gusta su risa, por un segundo casi la confundo con la de Caleb. Supongo que eso tiene mucho que decir de él, reír como un niño en un sitio como este… Para mí es una locura.

- Vale, es broma… Simplemente, creo que todos merecemos unos últimos días de paz.

¿Cuántos años puede tener? ¿Quince o dieciséis? Ya tiene asumida su muerte, la mía, la de todos nosotros.

-¿Cómo te llamas?

-Sebastián, pero llámame Sebas. ¿Briny Cresta, no? –Asiento  con una sonrisa.- Siento lo de tu hermana, era uno de los pocos que han salido de la Arena con las manos limpias.

Tenía las manos limpias pero el corazón sucio, ese fue el fallo.

-Supongo que es un ejemplo de bondad.- Las palabras están escondidas en lugares aleatorios de mi garganta y las voy sacando a trompicones.

“Ella era demasiado humana para soportar esto.” Me gustaría decirle, pero no creo que hablar de Annie con un completo desconocido sea ético. A veces, me gustaría que la gente supiera lo genial que era. Que era muchísimas cosas además de la chica con las manos limpias. Pero nunca lo digo. Nunca saco las fuerzas.

Simplemente seguimos comiendo en silencio mientras que con el rabillo del ojo observo a los profesionales dedicarnos malas caras y bufidos.

Luego volvemos a la sala de entrenamiento y me encuentro con el problema de antes.

-No tengo ni idea de que hacer.

-Yo voy a probar con las espadas. –Sebas lo dice con una decisión sorprendente. -¿Son como cuchillos carniceros, no?

El distrito 10 exporta carne al Capitolio. Supongo que estará acostumbrado a las hojas afiladas de los cuchillos, la sangre caliente y las tripas compendias.

-Buena suerte con eso.

Me mira de arriba abajo durante unos segundos y dice como si se fuera a arrepentir en cualquier momento:

-Tal vez podrías probar la ruta suicida. Eres pequeña y ágil.

La ruta suicida, o también llamada “la huida”, es exactamente lo que su nombre indica, esa es una de las razones por las que nadie la frecuenta. Los débiles se acobardan y los profesionales no creen necesitar escapar.

Es una pista de obstáculos con trampas aleatorias. No sé mucho de ella, solo que las lesiones son frecuentes. 

La historia de un derrumbamiento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora