—¡Ay, estúpido idiota, Me has tirado del pelo! —Luna gritó cuando le quitaron el saco que tapaba su cabeza.
—Tienes una lengua muy afilada, perra. —Estrellita—como Luna le llamaba desde que le vio cojear, dijo:
—Yo que tú la encerraría antes de que te atacara.
Luna levantó las manos frente a ella.
—Puedes soltarme, ambos sabemos que tu jefe no me quiere herida, así que terminemos con esta escenografía amenazadora.
—Desátala —dijo el otro secuestrador —no creo que intente escapar con nosotros aquí.
Luna se estremeció cuando el hombre sacó una navaja del bolsillo y la abrió, pero permaneció con las manos firmes mientras cortaba la cuerda que la mantenía atada.
—Listo, ahora siéntate en el sofá hasta que te diga que puedes moverte.
Ella cruzó los brazos por delante y gritó.
—¡Y si no quiero!
—¡Me estoy hartando de tus quejas, perra!
Levantando los brazos la agarró de la ropa y la lanzó sobre el pequeño y áspero sofá roído por las polillas, donde aterrizó de cualquier manera, el camisón y la bata de seda se le subieron por los muslos.
—Realmente tienes unas piernas bonitas —dijo el que llevaba pasamontañas azul.
Luna se bajó el camisón.
—Si me tocas no vas a trabajar para Artemis mucho tiempo.
—No conocemos a ningún Artemis, perra —dijo Estrellita con una sonrisa desdentada.
—¿No podríamos jugar un poco? —preguntó el del pasamontañas a su compañero.
La ira de Luna fue reemplazada rápidamente por el miedo cuando la mirada de ellos la recorrió de arriba abajo. Poniendo las piernas encima del sofá las cubrió con la ropa metiendo los bordes por debajo. ¿Ellos no conocían a Artemis? ¿Entonces quién la había secuestrado?
—¿Obviamente tu jefe me quiere viva —dijo Luna sin poder ocultar el temblor en su voz.
—No debemos herirla. —dijo Estrellita en voz baja. —Es mejor dejarla en paz. No queremos perder la pasta, si la dañamos. Puedes ir a follar con una prostituta cuando recibamos el dinero.
Tragando en seco Luna tensó su cuerpo para evitar temblar. Yaunque Estrellita había dicho que no, el del pasamontañas la miró furtivamente y después de una rápida mirada para ver si Estrellita le miraba, frunció los labios y le envió un beso. Luna después de eso fue incapaz de controlar los temblores. Parpadeó pero algunas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Cuando pensaba que era Artemis quien la había secuestrado, sabía que no estaba en peligro. Estaba absolutamente segura que él no le haría daño. Pero si Artemis, no estaba involucrado, ¿quién era? ¿Y por qué la había secuestrado?
Acurrucada en el viejo sofá, luchó contra el miedo que amenazaba con desbordarla.
—¿Hasta cuándo vamos a estar aquí sentados? —Se quejó el del pasamontañas. —Tengo hambre y esta cosa pica—¿Cómo voy a aguantarlo?
—Porque… —dijo Estrellita mientras jugaba otro solitario. —Ella no debe saber quiénes somos.
—No lo sabe.
—Pues mejor así, y ahora deja de quejarte.
Antes de que el del pasamontañas pudiese responder, la puerta se abrió golpeando contra la pared y posteriormente fue arrancada de sus goznes y lanzada hacia adentro.
Artemis entró en la habitación, bufando y recorriendo con la mirada el cuarto hasta que la posó en Luna. Durante un segundo la mirada de acero se dulcificó.
—¿Luna, estás bien?
Con el corazón en la garganta, ella asintió. ¿Qué pensaba el tonto que estaba haciendo? Esos hombres estaban armados.
Cualquier atisbo de debilidad desapareció de los ojos de Artemis cuando se giró hacia los dos hombres que se habían levantado nada más entrar él.
Sonriendo Estrellita dijo:
—¿Buscas algo viejo?
El del pasamontañas se acercó al lado de su amigo.
Luna se levantó.
—¡Artemis, vete de aquí y llama a la policía, están armados!
Él la ignoró.
La voz de Yaten llegó de la parte trasera del cuarto.
—¿Necesitas ayuda, papá?
La de Artemis respondió dura.
—No, estos son míos.
Yaten entró cruzando los brazos en el pecho y se apoyó en la pared.
—Vale, si la necesitas dilo.
—Yaten —Luna imploró. —Por favor llama a alguien para que os ayude.
—No necesito ayuda Luna —Artemis rezongó con los dientes apretados. De repente dio un salto.
Luna jadeó, Artemis estaba en la puerta y un segundo después le estaba dando un puñetazo en el estómago a Estrellita. Cuando el hombre se dobló, Artemis giró y se plantó frente al hombre enmascarado dándole en la entrepierna, que gritó agónicamente y cayó al suelo.
El sonido de un disparo retumbo en la habitación, Luna gritó al ver a Artemis caído en el suelo.
Una malvada sonrisa apareció en la cara de Estrellita. Entonces Artemis rodó levantándose y volviendo a golpear a Estrellita en el estómago, cuando este se dobló nuevamente, le dio un puñetazo directo a la nariz, escuchándose el ruido del cartílago al fracturarse y el del revólver al caer al suelo mientras caía junto a su compañero que gemía y se retorcía.
Artemis se giró hacia Luna que levantó las manos todavía atadas, la mirada de sus ojos le hizo dar un paso atrás.
—Bueno, sé cuando no me necesitan —dijo Yaten en tono divertido. — Voy a sacar la basura de aquí. —dijo cogiendo a los dos hombres por el cuello de la camisa y arrastrándolos fuera.
Dando una patada al hombre tirado, Artemis miró hacia Luna.
—¡Mía! —gruñó cuando la localizó. Y tomándola en sus brazos cubrió su boca con un beso duro, exigente.
Luna tembló en sus brazos y abrió la boca ante la invasión de su lengua. Los dientes de
Artemis rozaron los suyos cuando el beso de él la dominó, provocando una respuesta brutal del alma de Luna que no había pensado que existía. Luna envolvió los brazos alrededor de su cintura y empujó su cuerpo contra el de él.
—¡Mía! —masculló nuevamente cuando dejó de asaltar la boca de ella.
Arqueando la cabeza hacia atrás, Luna miró los tempestuosos ojos de Artemis. La fiera había vuelto, pero en vez de tenerle miedo, estaba emocionada. El calor inundó su cuerpo. Sus pezones se endurecieron y los pechos se le hincharon. La humedad empapó sus bragas. Quería a ese hombre. Lo necesitaba.
—Tuya —ella gimió con un deseo que jamás había experimentado en su cuerpo.
Él la empujó contra el sofá y murmuró.
—Sométete.
—Sí —respondió Luna. Se sentía como arcilla cuando la giró y la puso de rodillas en el sofá.
Ella dejó caer los brazos y la ropa de seda pareció fluir por su cuerpo cuando Artemis la bajó por sus hombros y la rasgó dejándola caer a sus pies. Luna se inclinó contra el respaldo y se abrió completamente para Artemis.
Con las manos de él acariciándole el trasero, Artemis luchó por controlar la furia que todavía recorría sus venas. ¡Se habían llevado a su compañera! Debería haberles arrancado la garganta y dejarlos morir lentamente. Debería haberlos golpeado hasta romperles los huesos y que gimieran de agonía. Sus manos apretaron el trasero de Luna.
Ella gimió abriendo las piernas todavía más.
Artemis se estremeció cuando el picante aroma a tierra de Luna llegó a su nariz. Entre el olor caliente de ella y el del triunfo que golpeaba sus venas, Artemis deseó que todos reconocieran al Alfa que dominaba su cuerpo. El hombre lobo en él lo controló. Había luchado y ganado a su compañera. Y lo que era mejor, Luna estaba completamente en celo, arrodillada sumisamente delante de él con el cuerpo arqueado y abierto esperando su pene.
Ella gritó y se empujó contra los dedos de él cuando se deslizaron por sus nalgas hasta que encontró su húmeda vagina. En primer lugar metió dos dedos y después tres.
—Por favor Artemis te necesito dentro de mí.
La polla de Artemis empujó contra los vaqueros. Rasgándolos se los bajó hasta los tobillos, se arrancó la ropa interior quitándosela a patadas igual que la camisa. Luego se inclinó más cerca de ella e inhaló.
El irresistible olor de Luna se extendió a su alrededor. Tenía que probarla.
Con un firme apretón en sus caderas Artemis le impidió saltar hacia la parte trasera del sofá, cuando esparció su humedad desde el interior de sus muslos. Arqueándose tras ella le abrió más las piernas lamiendo primero un muslo y luego otro. Gimiendo Luna se empujó más intentando obligar a llevar su lengua y su boca donde ella quería.
—Por favor Artemis.
Otra lamida la acalló. La sensible piel del clítoris le hormigueó y dolió.
Artemis sopló entre sus piernas.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tu boca, tu lengua tus dientes.
En respuesta enterró la lengua tan profundamente como pudo.
Ella hundió su coño húmedo contra el rostro de él que la lamía y chupaba. Cuando le mordisqueó el clítoris, emitió un suave grito y afianzó sus muslos contra su cara. Una vez más y se correría.
Artemis agarró sus muslos y los abrió mientras su mágica lengua recorría el cuerpo de ella.
Luna luchó contra él, su cuerpo estaba tan caliente, tan necesitado de llegar al clímax que no podía esperar más. Ella se empujó contra el sofá intentando darse la vuelta.
—No, Artemis, no te detengas, necesito acabar, ya.
Él la sujeto por detrás del cuello con una mano.
—¡No! ¡Sométete!
Durante unos segundos el deseo de rebelarse pasó por su cabeza. Luna tensó los músculos dispuesta a luchar contra su agarre.
—¡Mía! —Gruñó de nuevo —¡Doblégate!
Él deslizó la polla entre sus muslos y la restregó contra sus resbaladizos labios.
El calor sexual estalló en las ingles de Luna y el deseo de tener una verga dura como el acero dentro disolvió cualquier pensamiento de rebelión.
—¡Tuya! —jadeó nuevamente.
Artemis se puso tras ella y extendió la resbaladiza humedad, entonces con un poderoso tirón llevó el cuerpo de ella hacia adelante, hasta que la parte superior estuvo apoyada contra la parte de arriba del sofá, le dio un azote y la levantó hacia él.
Jadeando Luna colocó las manos contra el alfeizar de la ventana tras el sofá y empujó las caderas contra él. Después de unas embestidas rudas, ella siguió el ritmo de los embates de él.
Nunca había sentido nada parecido, ¡Se sentía tan bien!
—¡Oh, Dios sí! —gimió cuando Artemis se apoyó contra ella y mordisqueó la parte trasera de su cuello.
Cuando retiró los dientes comenzó a bombear con más energía, y ella gritó de placer.
Cubriéndola por detrás con los dientes todavía en su hombro, el Lobo en Artemis mantuvo a Luna sumisa a su voluntad, a la necesidad de aparearse como compañero suyo y depositar su simiente para asegurar la descendencia y que los genes sobrevivieran otra generación.
El hecho que Luna disfrutara tanto como él, alegró a la mitad humana de su alma.
Con los suaves músculos de ella apretando alrededor de su polla, Artemis liberó su hombro, mordisqueando y mordiéndola más abajo. Buscó su pecho y le pellizcó un pezón.
Ella gimió y su cuerpo se estremeció. Sus músculos intentaban ordeñar el pene de él envolviéndolo y apretándolo. Él gruñó y se hundió aun más duro. Su parte de hombre lobo
reclamó liberar su semilla. Su mitad humana quería prolongar el placer, pero sabía que no podría durar mucho.
Luna consiguió la liberación, Artemis se movió tras ella inclinándose y apoyándose contra su trasero empujó tan profundamente como pudo moviendo las caderas.
Bajo él Luna se puso rígida.
Un aullido bajo escapó de la garganta de ella, su polla se contrajo entre sus músculos cuando con un último movimiento lo aspiró más profundamente y empezó a vibrar.
Artemis echó la cabeza para atrás y aulló cuando un placer caliente recorrió su verga y explotó en Luna llenándola, su cuerpo quedó estremecido.
Jadeando Luna limpió las lágrimas de sus mejillas.
Artemis se puso contra su espalda dándole pequeños besos en los hombros, su polla todavía dentro de ella.
Cuando Artemis movió las caderas, ella suspiró de placer.
—Hmmmm ¿podemos hacerlo otra vez?
Riéndose Artemis se levantó y retiró el pene fuera de su cuerpo.
—Si no te importa, la próxima vez que hagamos el amor, me gustaría que fuera en una cama.
Girándose, Luna intentó coger lo que quedaba de su camisola.
—Y si a ti no te importa, la próxima vez me gustaría que me quitaras la ropa en vez de romperla.
Sonriendo Artemis asintió.
—No puedo prometerte eso, diablos, ni siquiera puedo asegurar que volvamos a hacerlo en una cama. Eres tan malditamente sexy.
Luna sonrió ante el cálido sentimiento que le recorrió el cuerpo. Artemis pensaba que era sexy.
Antes de que pudiera decir nada, Artemis se puso de rodillas.
—La otra noche no me diste una respuesta. ¿Te casarás conmigo Luna?
—¡Oh! —ella sintió que las lágrimas inundaban su rostro. Lanzándose puso los brazos alrededor de su cuello
—¡Sí! Sí, Artemis Chiba, me casaré contigo.
Él la besó larga, dulce yvcompletamente. Cuando por fin separaron sus bocas él dijo:
—¿Aceptarás una transfusión de mi sangre?
Parpadeando, Luba recobró el juicio perdido. ¿A fin de cuentas que era una transfusión?
—Sí
Artemis sonrió.
—Bien, eso hará que el embarazo sea más fácil.
La razón de Luna sabia ahora a quien pertenecía.
—¿Embarazo? Espera un momento espabilado. Tenemos que hablar sobre eso, soy yo la que va a cargar con el bebé, por lo tanto, listillo yo decido cuando vamos a tenerlo.
Artemis le besó la nariz.
—¿Entonces, vas a querer tener hijos?
Luna lo abrazó por la cintura y restregó sus pechos contra el tórax, el vello de su pecho la hacían cosas maravillosas en sus pezones.
—Claro que sí, yo solo quiero poder decidir cuando los tendremos.
Artemis rió nuevamente.
—Intentaré recordarlo la próxima vez.
Luma dejó de concentrarse en lo que sus pezones le hacían sentir.
—¿Qué quieres decir con la próxima vez?
La sonrisa de él era dulce.
—Luna, amor, estás en celo y yo soy un hombre lobo. Estás embarazada.
—Pero… pero…
—Te amo, Luna.
La mano de ella se deslizó por su estómago.
—¿Un bebe?
Artemis la abrazó apretándola contra su pecho.
—Sí, siento si ello no te hace feliz, pero no hubiera podido parar aunque quisiera.
Luna contrajo los labios en una sonrisa.
—Querido Artemis —ella le miró a la cara. —Sera mejor que sea una niña, no sé si podría tratar con otro hombre tan arrogante como tú.
Una luz diabólica apareció en los ojos de él.
—No puedo adivinar el sexo, mi amor, pero si puedo decirte que tendrás gemelos.
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PERFUME CALIENTE (FINALIZADA)
Hombres LoboDesde la muerte de su compañera, Artemis no había deseado que otra mujer tomara su lugar. Entonces Luna, un ser humano, entró en su vida. Su olor a tierra pura, combinado con su perfume, lo seduce. ¿Por qué? ¿Por qué esta mujer? Una mujer de calor...