Me costó creer que sería posible encontrar buenos sentimientos en las personas del mundo de ahora. De apoco, iban desapareciendo de mi. El mundo de ahora te obliga a sacar la peor parte de ti, que se escondía en el fondo de ti, o en otras personas...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mis manos se aferran al tazón ya vacio, sin embargo, aún se siente tibio. La fría brisa de la madrugada me golpea de cara y pequeños mechones rebeldes se sueltan de la improvisada trenza que me hice en la mañana, en un fallido intento de controlar mi cabello que curiosamente, se había despertado con vida propia.
Un tranquilo silencio se expande por la comunidad. Es aún muy temprano para que los habitantes den comienzo a su día. Ni siquiera los del grupo han comenzado a prepararse para recibir un día más. Y no se les puede culpar, aún es muy temprano. Desde mi llegada, he contado tres personas que han pasado por las aún vacías calles de Alexandria, hace tan solo minutos.
Un agobiante insomnio me visitó. Tal vez, pude dormir dos o tres horas. Aquella rutina del insomnio me recordó a mi época de vagabunda en el bosque, junto a mi Ethan.
Sacudo mi cabeza en un intento de quitar esos pensamientos. O para ser más exactos, quitarlo a él de mis pensamientos.
Siempre me ha parecido que olvidar a alguien querido que se ha ido es horrible, un hecho que no se justifica con la ida. O bueno, eso pensaba cuando aún no perdía alguien, o mejor dicho, no tomaba tanta conciencia. Cuando sufrí la perdida de mis padres, aún era bastante inmadura para comprender que sucedía. No voy a negar que los extrañé y extraño a cada instante, porque demonios, si me hicieron falta. Pero, aún no entendía el rollo de la muerte.
¿Pero ahora? Lo entiendo perfectamente. Gran parte de mi vida la he pasado rodeada de destrucción, caos y la misma muerte, presente en cada lugar que te atrevieras a ver. Y me atrevo a decir, que se presenta en nosotros mismos.
Pero aún duele demasiado recordarlo. Duele pensar en sus ojos grises y en ese carisma. Era un dolor que te desgarra desde adentro. Por ahora, prefiero seguir siendo cobarde e intentar no pensar tanto en ello.
—¿Qué haces despierta tan temprano, rojiza?
La raspoza voz del ballestero se presenta junto al chirriante sonido de la puerta. No necesita más de dos segundos, y se sienta a mi lado mientras saca el viejo paño que utiliza para limpiar su ballesta.
—Mala noche —contesto —. La verdad, no dormí casi nada.
—¿Imsonmio?
Asiento. —Algo así. ¿Qué haces despierto tan temprano?
—Siempre fue una costumbre — murmura mientras pasa cuidadosamente el paño por la llave —. Pero, cuando vivíamos en la prisión, solía despertarme aún más temprano para ir a cazar, y tener algo.
—Por lo que he oído, creo que fue una buena época.
—Lo fue — su tono cortante, repentinamente amargo, me hace ver que no desea hablar de eso. Asiento, dando fin al tema.
Me quedo mirando al frente por largos segundos, apoyando mi cabeza en mi mano —. ¿Cómo la conseguiste?
—¿Qué cosa? —inquiere a mitad de un gruñido ronco.