No había podido pegar un ojo en toda la noche, tenía miedo a las imágenes que mi mente me mostraba como si de una película se tratara. Me debatí internamente durante toda la noche considerando las múltiples causas de lo que sucedió con mi padrastro y el joven castaño.
A mitad de la noche, sentí el ruido de un motor cerca. Me puse de pie con el fin de averiguar lo que estaba sucediendo. Vivía en un barrio tranquilo, la mayoría de mis vecinos eran ancianos que se negaban a vender sus viviendas o a dárselas a sus familias.
Varios automóviles estaban estacionados frente a mi casa, entre ellos una moto negra igual a la del ojimiel culpable de las heridas de Gregory.
Me abrigué rápidamente y coloqué zapatillas en mis pies. Bajé las escaleras de dos en dos ayudándome con el barandal. Tomé un bate de béisbol del armario y abrí la puerta de entrada.
Caminé con paso lento pero decidido hacia la casa de enfrente. La amiga de mi madre, Cándase, había mencionado que vivía allí y no iba a permitir que nada malo le sucediera a ella ni a su sobrino.
Golpeé la puerta fuertemente, sin considerar lo que pudiese llegar a suceder. Un muchacho alto de cabello oscuro, ojos azules y piel pálida vestido completamente de negro, abrió la puerta. Soltó una risa tras recorrerme con la mirada.
-¡Hey, James! Tenemos compañía –gritó el muchacho riendo.
No sabía si entrar o no, Cándase podría estar en peligro pero ese muchacho vestido de negro me había puesto completamente nerviosa.
-Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí –una voz masculina resonó en mis oídos. Elevé mi mirada, la cual había estado posada en el bate que llevaba en la mano.
Mi mandíbula amenazó con caerse al suelo, al ver al muchacho castaño con una lata de cerveza sonriéndome ampliamente. Mi mente ya venía preparada sabiendo que él iba a estar en dicha vivienda pero no estaba preparada para verlo con una expresión de completa tranquilidad y menos aún para verlo sin camisa.
-¿Do… dónde está Cándase? –dije nerviosa, desviando mi mirada.
-¿Quién es James? –preguntó el chico de ojos azules mirándome fijamente.
-Una amiga –le contestó sin rodeos-. Déjanos solos ¿si?
-Okay, pero aprende a compartir –dijo el muchacho riendo mientras se retiraba.
-¿Te quedarás ahí mirándome sorprendida o entraras? La casa se está helando y no quiero pescar ningún resfrío –comentó divertido, si no hubiera estado tan nerviosa hubiese jurado que se me estaba insinuando.
-¿Dónde está Cándase? –dije cerrando la puerta fuertemente.
-Durmiendo. ¡Bah! Supongo que se ha despertado con el portazo que has pegado –dijo llevándose la lata a los labios.
-No estoy jugando, quienquiera que seas.
-¿Segura? Porque hubiera jurado que estabas aquí dispuesta a jugar un partido de béisbol.
-¿Qué le hicieron? –pregunté entre dientes imaginándome lo peor.
-No le hemos hecho nada, princesita –soltó una leve risa para luego quitarme el bate de las manos sin darme tiempo para luchar-. No le haría nunca nada a Cándase.
-Devuélveme el bate, ya mismo –le ordené histérica.
-Cálmate, princesita. No queremos despertar a Cándase ¿o si?
-Este no es momento para tus bromas –le sostuve la mirada mientras un escalofríos recorría mi espina dorsal.
-Mira –rió- nunca le haría nada a Cándase –repitió desafiándome con la mirada-. Lo juro.
Lo observé detenidamente, pensando en cómo tomar el bate, subir las escaleras rápidamente y asegurarme de que Cándase se encontraba bien.
-Te propongo algo –solté un suspiro-, muéstrame que Cándase está bien y no llamo a la policía.
Se quedó callado, considerando mi propuesta mientras jugaba con el bate que me había arrebatado de las manos. El estómago me daba vueltas con cada segundo que pasaba. El frío y los nervios me estaban descomponiendo y aún más el olor a alcohol que provenía del living.
-Okay –accedió tras un minuto de silencio- te llevo hasta su habitación y te aseguras de que está bien pero no puedes hacer ni un ruido ¿entendido?
Asentí con la cabeza, nerviosa por encontrarme sola con aquel chico semidesnudo. Lo seguí escaleras arriba, concentrándome en el sonido de las maderas rechinando bajo mis pies y no en la musculosa espalda de quién caminaba delante de mí.