Capítulo 21: Descubrimiento peligroso

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Damon

Lo mandé todo al diablo.

Sabía que me había equivocado al retar a Clarissa. Sabía que una vez la tuve entre mis brazos no debía dejarla ir jamás. Sabía que ahora iría con Christopher para que le ofreciera la seguridad que yo me había negado a brindarle. Debía protegerla. No solo era porque no confiaba ni una pizca en ese chico, también porque sentía que Clarissa era mi responsabilidad, yo la había creado, la había ido guiando a lo largo de su época como vampiro, y… ¿a quién diablos engañaba? Me gustaba Clarissa. La quería, y la quería como mucho más que una alumna o una aprendiz. Cuando nos besamos, cuando nuestros labios se juntaron por primera vez, había sentido una conexión especial; una conexión que solo había experimentado con…

¡No, Damon! Cassandra Petrov llevaba muerta trescientos noventa y tres años. No me había olvidado de eso en ningún momento. Se decía que cuando un vampiro moría a manos de una lanza de plata con punta de oro, su alma reencarnaría, en un humano por nacer, obviamente. Pero todo eran mitos y suposiciones. Sin embargo, en caso de que fuese cierto, había pasado suficiente tiempo como para que la Cassey humana hubiese muerto unas cuatro veces al menos. Sacudí la cabeza y alejé esos pensamientos de mi mente, pensar en eso no le hacía bien a nadie. Era imposible y lo sabía.

Decidí saltarme las clases para investigar a Christopher. Pasé por la escuela para poder revisar su ficha general, y ver qué tanta información podía encontrar allí de él. Corrí y me escabullí entre los pasillos con la velocidad suficiente como para solo ser una ráfaga de viento entre las pocas personas que se encontraban rezagadas deambulando por la escuela. Llegué hasta la oficina de los archivos y me introduje con sigilo. Habían demasiados archivos, y no tenía tiempo para perder. Ojalá todo fuese tan fácil como simplemente manifestar la carpeta, pero no lo era. No podía manifestar algo que nunca había visto. A pesar de la cantidad, gracias a mi súper velocidad, solo me tomó unos buenos dos minutos, lo cual era muchísimo para solo tener que buscar una carpeta. Cuando por fin la encontré, fruncí el ceño al notar que la carpeta era bastante gruesa, a pesar de que tenía… ¿veinte años?

—¿Acaso esto es un maldito récord criminal? —me dije a mí mismo.

En la carpeta había muchas cosas, su número de teléfono, lugares en donde estudió, los cuales eran muchos distintos, incluso en distintos países; calificaciones también… bastante buenas, por cierto. A su vez, decía también que en realidad venia de Estados Unidos, o que al menos allá había nacido… qué curioso, un americano. No tenía ni siquiera un poco de acento. Sospechosamente no estaba la dirección de su casa; de ninguno de los sitios en los que había vivido. Revisé un poco más y encontré una foto de su madre, una de su padre, algunas fotos de él en la secundaria… y por último encontré su lugar de trabajo actual, memoricé la dirección, dejé la carpeta en el sitio donde la encontré y me fui.

El lugar estaba un poco lejos de la escuela, por lo que me llevó un larguísimo minuto llegar hasta allí. Era una tienda de mascotas, de color naranja, con unas largas vitrinas que mostraban el interior; tenía una gran puerta de madera en el centro, con un detalle de… ¿flores? No muy coherente.

Al llegar, mi primera impresión fue que no parecía una tienda de mascotas para nada. Parecía un poco abandonada; descuidada. Es decir, sí, tenía comida, collares, tazas, y lindos dibujos de perros y gatos en la parte superior, pero no había animales para nada. En la pared tras el mostrador, había un gran cartel negro con letras amarillas y rojas, que estaba prácticamente recién hecho, ya que podía oler el marcador todavía. El cartel decía: “NUEVO DUEÑO: CHRISTOPHER BLADE” Hice una mueca. ¿Ese cretino era el dueño de esta tienducha? Por eso estaba así de decrépita. Recompuse mi expresión y toqué la campanilla, a pesar de que no creía que hubiese nadie allí, ya que no podía oler a nadie, ni escuchaba ningún latido.

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