Capítulo 33: La sangre es más espesa que el agua

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Clarissa

El tiempo en el avión fue terriblemente tedioso. Nos tomó una larguísima hora llegar a Lyon. Sabía que corriendo nos habría llevado menos tiempo, pero también sabía que mi madre me necesitaba en este momento.

Apenas despegó el avión mi mamá cayó profundamente dormida con su cabeza apoyada en mi duro hombro, y no se movió ni un poco en todo el rato que estuvimos en el aire. Cuando ya el avión estaba aterrizando, la miré. Tenía bolsas bajo los ojos y su piel estaba tan terriblemente pálida que hacía que yo luciera bronceada. Me daba pesar tener que despertarla; se veía tan cansada.

—Damon, me preocupa mamá. —susurré, intentando que no se despertara antes de lo necesario.

—Su comportamiento es normal, cariño. Perder a un hijo no es cualquier cosa. —Lo pensé, y lo cierto es que me lo podía imaginar, pero sabía que nunca experimentaría nada remotamente parecido. Me bastó entrar de manera superficial a la mente de mi madre y sentir ese dolor tan jodidamente profundo para saberlo.

La miré una última vez en lo que sentía que mi novio me daba un dulce beso en la coronilla mientras el avión aterrizaba por fin. Le toqué el hombro a mi madre, tratando de despertarla de la forma más delicada posible. Sin embargo, ella despertó sobresaltada.

—Llegamos. —dije, ella asintió, desperezándose un poco.

Bajamos del avión y tomamos un taxi hasta el hotel. La fachada del hotel era linda, pero no demostraba para nada cómo era por dentro. Era pequeño y acogedor, pero muy lujoso. La recepción estaba adornada con cortinas color marfil con ligeros detalles en negro, los cuales hacían un ligero contraste con el color mostaza que poblaba las paredes. Había una especie de sala de estar que constaba de cuatro sofás color negro, y justo en el centro una pequeña mesa. Podía ver a diversas personas tomando café, luciendo relajados... y deliciosos. El techo era de madera, un tanto rústico, pero estaba adornado con tres lindas lámparas de cristal, que estilizaban aún más el lugar en lo que reflejaban su luz perfectamente sobre el piso de mármol blanco.

Nuestras habitaciones estaban en el segundo piso. Mamá y yo compartíamos una y Damon tenía otra; una al lado de la otra. Apenas entrar, mamá puso su equipaje en la cama, a excepción de un pequeño bolso, con el cual se fue al baño. Yo me quedé sentada en mi cama, detallando el lugar. Las camas eran de lo que parecía ser madera pintada de blanco con detalles florales en la cabecera. El piso y las paredes eran iguales que los de la recepción. Era acogedora, y se notaba cómoda. Sin embargo, y aunque me entretuve un poco con los detalles del sitio que me rodeaban, lo cierto era que no necesitaba mi oído vampírico para escuchar a mi mamá llorar en el baño. Traté de entrar en su mente, pero me dio una fuerte punzada en la cabeza, bastante parecida a la que sentía cuando intentaba leer a Christopher, pero ésta tuvo el efecto contrario. La mente de Christopher parecía repeler todos mis intentos por entrar en ella. La cabeza de mamá, en cambio, me atrapó.

Era completamente incapaz de volver a mí misma. Habían voces, colores, olores, imágenes cambiantes a una velocidad que ni siquiera yo podía procesar... era completamente desesperante. Un segundo después, y cuando estaba al borde del colapso, estaba de vuelta en mi cabeza, completamente confundida. No sé qué había en la mente de mamá, pero tenía que ayudarla a mejorar, porque si a mí casi me enloquecía con tan solo unos pocos segundos, no podía imaginar cómo sería vivir con ello constantemente.

Fui hasta el baño y entré; solo vi a mamá sentada en el suelo, llorando en lo que golpeaba repetidas veces lo que sea que hubiese a su alcance. Me senté junto a ella y la abracé con fuerza.

—Mamá... yo sé que duele. Créeme que lo sé. Pero tú sabes que Víctor no habría querido verte así. Me preocupas. —dije. Mamá me miró a los ojos e hizo un intento de sonrisa, la cual lucía más como una mueca.

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