Capítulo 29: Contra el reloj

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Clarissa

—Clari, sé que esto es malditamente trillado, pero no es lo que parece. —dijo Paolo, en tono calmo. Yo sentía mi cuerpo vibrar con furia.

—¿Sí? ¿Y qué es lo que parece, Paolo? ¿Que mi novio se está yendo con su ex novia, la cual aún está enamorada de él, a quién sabe dónde? Dame una buena explicación para eso. —dije, apretando los puños. No quería desquitarme con Paolo, pero no estaba en mis cabales en este momento.

—Lo haré, pero necesito que te calmes, nena. —dijo, Paolo tomándome por los hombros en un gesto reconfortante, pero no sirvió de mucho.

—Solo dime qué fue lo que paso antes de que le arranque la cabeza a algo. —dije, apretando los dientes. Paolo suspiró de forma audible, como calmándose un poco también.

—Adriana y yo estábamos luchado, tú nos viste. Le partí el cuello. Estaba listo para matarla al fin, y Damon me detuvo. —Pude ver un ligero atisbo rojo en sus ojos, pero al mirarme, el carmesí desapareció. —Solo se la llevó para alejarla de mí, y porque él sabe que nunca lo lastimaría si se coloca entre nosotros. No importa qué tanto la odie a ella. —Me dio una sonrisa tranquilizadora y yo suspiré. Aún no estaba completamente calmada, pero sabía que ya podía pensar con un poco más de coherencia.

—¿Por qué la odias tanto? —pregunté en voz baja. La chica era una auténtica perra, eso era claro, pero no sabía qué tenía que ver Paolo con nada de esto. Él se vio un tanto sorprendido.

—Pensé que Damon te lo había dicho. —dijo Paolo, con sorpresa.

—Él dijo que no sabía qué era lo que había sucedido con exactitud. —Paolo esbozó una media sonrisa.

—Ese pequeño mentiroso. ¿De verdad quieres saberlo? —preguntó haciendo una mueca. Asentí, e ignoré el comentario que insinuaba que Damon sí sabía lo ocurrido. —Bien niña, te contaré. Era el siglo pasado. Yo estaba en Veracruz, México. Acababa de conocer a Damon y a Miguel, el cual me había cautivado desde el primer momento, y nos llevábamos bastante bien. Al igual que con Adriana. Todos nos habíamos reunido allá gracias a ella, en realidad.

»No éramos los mejores amigos, pero lo cierto era que yo le tenía mucho cariño. Ella tenía un... amante recurrente, del cual decía estar enamorada, pero lo cierto era que solo amaba su miembro gigante. Él y yo solíamos salir, solo como amigos, por supuesto. Luego de que conocí a Miguel no tuve ojos para nadie más. Con el paso del tiempo, y con ayuda de parte de Damon y Adriana, Miguel y yo comenzamos a salir de manera casual; al cabo de tres meses se podía decir que teníamos una relación un tanto sólida.

»El amante de Adriana; creo que su nombre era Bruno, decidió terminar con ella. Nunca supe por qué, pero ella decidió que la culpa era mía, que yo lo había seducido, y que el chico la estaba dejando para estar conmigo, aunque ella sabía que yo nunca podría hacerle nada así a Miguel. Sin embargo, nunca me perdonó por eso que supuestamente hice.

»Adriana comenzó a ignorarme, y yo simplemente me cansé de tratar de hablarle. No la odiaba. No la quería muerta. Solo nos ignorábamos mutuamente, y aunque me dolía, aprendí a vivir con eso. —Sus ojos se tornaron un tanto celestes mientras hablaba. Tenía la mirada perdida, y me casi sin querer me adentré en su mente, y los recuerdos fluyeron a mi cabeza como si de una película se tratara, en lo que continuaba con su relato.

»Un día, Miguel y yo teníamos una cita planeada, pero él nunca apareció. Era extraño. Ya llevábamos algún tiempo de relación y lo cierto es que siempre había sido bastante puntual. Estaba preocupado. Ser un vampiro nunca ha sido sencillo, y ser un vampiro de la edad de Miguel menos aún. Tal vez se es más poderoso, pero también más inestable. Al llegar a su casa capté su olor, y decidí rastrearlo, lo que me llevó a una pequeña casa a las afueras de la ciudad. —Podía captar un ligero temblor en la voz de mi amigo. No me perdonaría nunca hacerlo llorar. Le tomé la mano en un gesto reconfortante. Las imágenes de su cabeza seguían llegando a mí. —Entré, y el aroma de Miguel impregnaba todo el lugar, pero había otro aroma allí, uno que también reconocía. La casa solo tenía dos habitaciones, así que no había mucho dónde buscar; en una de ellas efectivamente estaba Miguel... con Adriana. Él estaba tomando de su cuello. Y ellos estaban... bueno, te lo debes imaginar. —dijo, mirando hacia abajo y con sus ojos completamente azules. No tenía que imaginármelo. Lo estaba viendo.

Pacto EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora