Capítulo 29

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No sé cómo narices me convencieron para hacer algo así, pero allí estaba, en un restaurante, con el pelo recogido, una gorra, unas gafas de sol y una llamada con Michael. Él tenía un pinganillo mientras estaba en la cita con Rachel para que le diésemos consejos. Por suerte, yo no estaba sola, Jannis estaba a mi lado. Si tenía que depender de mí, posiblemente, Rachel no volvería a tener una cita jamás o preferiría salir solo con mujeres. Jannis iba vestida de la misma manera, solo que tenía unos prismáticos pequeños y se escondía tras la carta para que nadie pudiese verla. Ambas, teníamos un audífono en cada oreja y escuchábamos la conversación.

–Sigo viéndole lagunas a este plan. –Dije susurrando y tapando el micrófono para que Michael no lo escuchara.

–No digas tonterías. En las películas siempre funciona. –Me regañó con el ceño fruncido.

–No. En las películas, siempre dicen algo que no tienen que decir porque las otras personas están teniendo una conversación como nosotras ahora mismo. La otra persona se da cuenta de que alguien le está chivando algo por el pinganillo y se va enfadada. –Relaté en base a todas las películas que había visto a lo largo de mi corta existencia.

–Debería haber traído a Cody. Seguro que él no se quejaba tanto. –Gruñó echándose hacia atrás en el asiento.

Chicas, no sé qué narices estáis haciendo, pero necesito un tema de conversación, ya. –Susurró Michael. Jannis miró a través de los prismáticos.

–Dila que lleva un vestido precioso. –Dijo Jannis. –Aunque esos zapatos no le pegan para nada, ¿quién narices se pone unos zapatos rojos con un vestido azul cielo?

–¡Michael! –Di una patada por debajo de la mesa a Jannis por burra. – No la digas eso. Dila que... Candice es una engreída y que ella debería ser la capitana del equipo de animadoras.

–Oh. Pensaba que tenías el cerebro de mosquito, pero me gusta como piensas. –Contestó Jannis quitando la vista de sus prismáticos.

–Mi cerebro es similar al de Albert Einstein, a pesar de haber aceptado a venir.

Jannis rodó los ojos y volvió a ponerlos en los prismáticos. Nos quedamos en silencio escuchando como Michael le decía a Rachel que Candice era una engreída. Seguro que el pobre lo estaría pasando mal. Estaba hablando de la hermanita de su mejor amigo, pero que Candice es una bruja que debía arder en la hoguera, lo sabe hasta el más tonto del instituto, es decir, hasta su hermanito.

Rachel, al principio, parecía dudar de si Michael le estaba haciendo una prueba para después, decírselo a la capitana del equipo, pero a los pocos segundos (después de que Michael dijera que debería ser ella la capitana), se puso a despotricar. Michael la escuchaba atentamente sin gesticular, como siempre. Yo no les veía con la misma precisión que Jannis, pero se sabía que él no es que fuese Mr. Expresión que digamos.

–¿Y a ti que te gusta hacer, Michael? –Preguntó Rachel. Él miró hacia nuestra mesa y nosotras nos escondimos lo mejor que pudimos detrás del menú.

–Dile la verdad, cenutrio. –Soltó Jannis tajante.

–¿Habéis decidido ya que vais a tomar, señoritas? –Nos preguntó el camarero detrás de nosotras.

–No. Seguimos mirando. Vete. –Le echó Jannis con la mano mientras miraba a través de los prismáticos otra vez. –Michael, cógele la mano. Despacio. Sí. Así. Un poco hacia la derecha. Muy bien.

–Parece que le estás enseñando a conducir.

–Conducir hacia la felicidad. Qué poco sabes del amor.

Mi Pequeña VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora