Capítulo 69: Táser.

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Abro mis ojos de golpe al oír un ruido. Me incorporo con pereza y observo que el televisor pantalla plana que está en la pared frente la cama está encendido.

― ¿Qué demonios? ―digo con voz adormilada.

Miro a mi lado derecho y mi enojo empieza a arder al ver a mi primo sentado con mi caja de cereal azucarado en la mano.

― ¡Estoy durmiendo, joder! ―rezongo y él me ignora―. ¡¿Siempre eres así de madrugador?! ―le grito saliendo de la cama con exasperación.

― Llevo una semana despertándote con el televisor, ¿Qué te sorprende?

― ¡Te lo advertí! ―lo señalo con el dedo y me encamino al armario.

― Sí, esta es la sexta vez que me lo adviertes. ―dice poniéndome a prueba.

Mierda, antes no lo hacía porque... ¡Ahora sí lo haré! ¡Ya verá, ese mal nacido!

Entro al armario y empiezo a buscar el táser que me dio Sam entre las cajas de zapatos. Yo le digo táser, pero no es un táser, es una porra de descarga eléctrica, algo muy diferente al real táser, creo que me aterro más al ver un táser ya que, dispara dos dardos que contienen electrodos que se conectan con el arma mediante unos alambres de metal, no puedo imaginarme que me ataquen con eso. La porra de descarga eléctrica es otra cosa, tiene un extremo de metal compuesto por dos electrodos conectados a una batería que incluye el artefacto, y en el otro extremo del eje se compone por un mango y un interruptor. Será fácil usarla.

― ¡No creeré que tienes una táser, Grace! ―exclama mi primo―. Sal de allí.

Claro que saldré.

― Ahora vas a ver lo que es bueno, Oliver Benjamín. ―digo saliendo del armario con el tubo metálico de color negro que no mide más treinta centímetros. Él se sale de la cama de un salto.

― ¿Cómo carajos conseguiste eso? ―pregunta alarmado.

― ¿Cómo carajos? ―rezongo acercándome a él―. Te estoy diciendo desde el martes que te iba a electrocutar con esto si volvías a encender el televisor a las seis de la mañana. ―hablo subiendo una octava a mi tono de voz. Él se aleja hacia un rincón―. ¡¿Piensas que todos somos madrugadores como tú?!

― Por Dios, aleja esa cosa. ―él que queda acorralado en un segundo―. ¡Maldición, no lo hagas! ―chilla preso del miedo―. ¡Te lo suplico, maldita sea!

― ¿Qué fue lo que te dije? ―pregunto con mi voz llena de ira. Activo el arco voltaico visible y muy ruidoso para que él sepa que no estoy bromeando y por un instante creo que va a llorar.

― ¡Perdón! ¡Perdóname, por favor! ¡No lo hagas! ―exclama sin dejar de ver el tubo que tengo en la mano―. No tienes idea de cuánto duele, ¡Duele mucho, joder! ―alza la voz al ver que alzo el tubo―. ¡GRACE!

― Lo vuelves a hacer y te juro que te toco el culo con esto. ―le amenazo con seriedad y él asiente con nerviosismo.

Camino de regreso al armario y hago un mohín. ¡Debí haberlo lastimado! Así aprende de una puta vez a no subestimarme.

― No sabía que...

― Cierra la boca y sal de mi habitación. ―ordeno enojada cuando salgo del armario―. Voy a dormir, y pobre de ti si haces un minúsculo ruido y me despiertas. Hablo en serio Oliver. ―me lanzo en la cama y me arropo de pies a cabeza. A los tres segundos él apaga el televisor y sale de la habitación apagando la luz antes de cerrar la puerta.

Quédate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora