Nadie

182 3 0
                                    


-¡Ana!

La voz me retorció el estómago, pero no me detuve. No podía.

Escondiendo la cabeza entre los hombros seguí caminando, entre trotes, hacia la esquina siempre esperando que en cualquier momento un brazo me agarrara de atrás y me arrastrara de vuelta a mi casa.

Con los músculos engarrotados, me concentré en mis manos mientras caminaba. Parecían del tamaño incorrecto. Demasiado pequeñas o demasiado grandes.

El tramo hasta la esquina se me hizo casi infinito. Cuando al fin giré la esquina, un portazo retumbó por toda la cuadra. Mi padre había entrado dentro.

"Para vestirse y salir detrás de mi tal vez."

Sentía tanto pánico que no podía pensar. Caminé apresurada, doblando en cada esquina que aparecía en frente de mí, hasta que me di cuenta de que si doblaba una esquina más y estaría de nuevo en mi casa.

Giré sobre mis talones sintiéndome como una idiota. Después de una cuadra llegué a una avenida. Levanté la mirada hacia el cruce sin saber qué hacer, había demasiadas opciones.

El semáforo adelante estaba en rojo.

"Rojo significa que los autos paran."

Comencé a cruzar pero no había dado dos pasos cuando el bocinazo y la frenada de un coche me congelaron en el lugar.

Quise retroceder, pero el conductor me hizo una seña para que cruzara. Me miró con tanta violencia y desprecio que mis ojos se llenaron de lágrimas.

-Lo siento, perdón... -murmuré inaudible, mientras cruzaba la avenida sintiéndome la persona más estúpida del mundo por haberme equivocado de semáforo.

"Podría haber muerto..." reflexioné conmocionada. "Así es como ocurre, así es como la gente muere."

Y elevé una fugaz plegaria al cielo: "Si muero Dios, que sea rápido... que sea rápido..."

Seguí caminando, doblando en cada esquina, haciendo escalerita sin ningún destino más que el de alejarme de donde estaba. De mi padre.

Busqué en mi mente algún lugar a donde ir, y no encontré nada. No tenía amigos, no amigos de verdad. No tenía familiares a los que quisiera ver... Eran todos extraños, solo extraños.

Iría al centro, decidí. Esperaría a que mama saliera del trabajo antes de regresar a casa.

El problema era que ella podría regresar a cualquier hora, tanto temprano como tarde, o incluso no regresar en absoluto, aunque siempre avisaba cuando tenía que trabajar de noche.

Pensé vagamente en mis opciones mientras caminaba hacia el centro.

Después de media hora y varios kilómetros entre mi hogar y yo, el pánico comenzó a remitir un poco y mi mente se fue aclarando.

Aminoré el paso, y contemplé a mí alrededor para ubicarme. Era un barrio muy lindo, de esos de calles tranquilas y altos árboles que crean la ilusión de estar en un lugar mágico, donde el tiempo parece moverse más despacio.

A cada paso se me hacía más irreal lo que había pasado hace menos de una hora. Todo era tan pacífico, tan... normal. ¿Cómo podía ser?

Como en un sueño, caminé lentamente, arrastrando hojas con los pies, hasta llegar a una casa con un ancho paredón que rodeaba la esquina. Me senté en él, con la intención de esperar. ¿Esperar qué? No lo sabía.

El tiempo fue pasando...

Transcurría en ráfagas irregulares, como la manera en que el viento arrastraba las ramas de los arboles, o las hojas secas sobre la calle.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora