Azulejos color piel

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-¿Hoy tampoco vas a comer?

-No tengo hambre -respondió Ana, evasiva.

-Estás muy pálida últimamente Ana, no me digas que te estás haciendo anoréxica o algo así -El tono de su madre mostraba más irritación que preocupación sincera.

-Comí unos alfajores en el colegio -Trató de sonar decidida pero la verdad es que se sentía desfallecer.

Su madre hablaba -...que hoy en día las chicas quieren estar todas raquíticas, pero vos ya estás delgada Ana, no necesitas perder peso.

-Ya se, ¡dios! es que ya comí ¿no escuchas? -Se levantó con un exabrupto de rabia nada común en su carácter siempre reprimido, y se fue a su habitación. Se acostó, haciéndose un bollo en la cama e intentó superar el mareo que le sobrevino. Su corazón parecía estar cansado, como si cada latido le costara energía que no poseía.

Debería tomar algo al menos... Algo con azúcar. Cuando su madre se fuera a trabajar, tomaría un poco de coca cola de la heladera, se dijo.

Ojala se fuera pronto, deseó. Y así fue. Al poco tiempo escuchó la puerta delantera cerrarse. Su madre no tenía tiempo ni ganas para lidiar con una hija con desordenes alimenticios. Mucho menos para preguntarle siquiera el porqué de su problema.

Era enfermera y con frecuencia también solía tomar trabajos de enfermera particular. Ana reflexionó, confusa, que su madre probablemente ganara más dinero que su padre, que trabaja de albañil de manera bastante irregular.

¿Por qué seguía con él? ¿Por qué no lo dejaba? ¿Por qué no se la llevaba lejos de él?

Quería levantarse pero aún no se sentía con fuerzas. Se sentía enferma, y el miedo terrible que había estado sintiendo los últimos días la invadió de nuevo...

¿Y si estaba embarazada?

Se tapó los ojos con las manos y empezó a mecerse en la cama, sollozando. No podía soportarlo. No podía ni pensarlo.

Sus recuerdos estaban fragmentados, esparcidos... como virutas de cristal que se clavaban en ella cuando menos lo esperaba, invadiéndola, trasportándola a esa cama...

y se repetía en respuesta que no había ocurrido, que no era real. No era real. No era real. Y así lo creía por momentos, dando como resultado que ya no estaba segura de qué había ocurrido y qué no. Había partes de lo sucedido que no recordaba en absoluto.

¿Y si su padre no usó protección? ¿Y si el condón se rompió?

-No, por favor dios, por favor, por favor -siguió meciéndose en la cama, murmurando la plegaria una y otra vez, abrazándose, hasta que no le quedaron lágrimas y el agotamiento le impedía preocuparse por nada.

Era un limbo. Un limbo vacío en el que deseaba quedarse, pero no duraba. Después de un tiempo indefinido, se levantó despacio y se sentó en el borde de la cama. Cuando se estabilizó se puso de pie y lentamente fue hacia la cocina, abrió la heladera y bebió un poco de gaseaosa de la botella. El azúcar hizo efecto inmediatamente y se sintió mejor, pero al segundo sorbo se le revolvió el estómago. Debía comer algo...

No se animaba a comer. Todavía veía el agua del inodoro teñida de rosa cada vez que orinaba, y tenía mucho miedo a...

No. Tenía verdadero pánico a defecar. Estaba segura de que al hacerlo se lastimaría. Aún le dolía el...

Ana se estremeció, cerrando los ojos. Ni siquiera podía decirlo en su mente. Su estómago dio otro vuelco. Metió la botella en la heladera y cerró la puerta. Se quedó quieta con la mirada perdida en un rincón...

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora