capitulo 2

12.4K 939 15
                                    


El oscuro revestimiento de madera verde y gris pizarra de la trabajada casa de Simon estaba coronado por un techo línea A color gris oscuro sostenido por
tradicionales pilares y postes tan comunes a la arquitectura. Su parte favorita de la casa era su abierto y amplio porche delantero. Recorría la mitad de la longitud de la
casa y también el patio delantero, haciéndolo más como una pequeña terraza que
un porche.
Él había instalado una entrada de madera a un lado donde podía sentarse, cerveza en mano, después de un largo y duro día. El vidrio insertado en la puerta de entrada era su propio diseño, la cabeza estilizada de un gato con ojos verdes jade igual que los de Becky.
La casa era más profunda que ancha, con garaje para dos coches en la parte trasera de la misma.
Simon se detuvo en el camino de entrada, contenido por el momento por tener a su
compañera a su lado a pesar del olor de su sangre.
Apretó el botón para abrir las
puertas del garaje, introduciendo a la camioneta dentro y apagando el motor.
Apretó el botón de nuevo, cerrando la puerta del garaje y sellando a Becky dentro
en su casa.
El Puma en él ronroneó, sabiendo que su compañera estaba ahora en su guarida, aunque fuera sólo temporalmente.

Su sangrado se había detenido; si no lo hubiera hecho, él la habría mordido antes de que se fueran y al diablo con quien lo que viniera. Su bienestar era la cosa más importante en el mundo para él. Ver a Livia inclinada sobre ella, la sangre de Becky
manchando sus labios, había hecho que quisiera llevarla directamente a su casa por
la fuerza.
Si hubiera tenido alguna duda de que Becky era su compañera, esa pequeña escena en el jardín de los Friedelinde la habría puesto a descansar permanentemente.
La perra había tenido suerte de que Becky no hubiera pedido su vida, incluso en tono de broma. Simon tendría que haberla matado sin dudarlo un segundo por haber derramado la sangre de su compañera. Y con el Alfa presente él habría estado dentro de sus derechos. Jonathan Friedelinde no habría pestañeado. Como el viejo Alfa había visto su parte justa de derramamiento de sangre.

Lo único que lo había detenido había sido ver el miedo en la bonita cara de Becky.
El miedo de él. Tendría que trabajar en eso.
Se tomó un momento para estudiarla mientras se bajaba de la camioneta. Estaba demasiado delgada y nerviosa, algo más con lo que pensaba hacer algo al respecto.
Su salvaje  pelo castaño claro flotaba alrededor de su cara mientras ella lo veía moverse alrededor del frente de la camioneta.
Fue lo suficientemente inteligente como para quedarse quieta cuando le abrió la puerta, permitiéndole cargarla hasta su casa. La llevó a través del cuartito de entrada y directamente por la cocina hacia la gran sala. Estaba bastante seguro de que su luchadora compañera le daría una patada en las bolas si trataba de llevarla directo a la habitación.
La sentó gentilmente sobre su sillón verde salvia, disfrutando de la forma en que el color iluminó su pálida piel. No había elegido conscientemente los colores de su casa con ella en mente. No fue hasta que la puso en el sofá y vio la forma en que su piel se veía viva que se dio cuenta de que había hecho su casa entera con los colores
adecuados para ella. El resultado era ligero, con paredes de cálidos dorados, y brillantes y divertidas telas que traían su color a la vida. Las telas eran suaves al tacto, casi como terciopelo.
Él se había ido con los tonos de madera claros, optando
por el arce siempre que le había sido posible, con pequeños toques de negro aquí y
allá para que todo el asunto volviera a la tierra. Otra forma en que su Puma había
tratado de llamar su atención, y él lo había ignorado.
Si un hombre podía patear su propio trasero, Simon estaría golpeado como el infierno y se habría ido. Si se hubiera acoplado con ella hacía meses, cuando por primera vez se había dado cuenta de lo que estaba pasando, ella habría podido
patearle el trasero a Livia. En pocas palabras, era su culpa que ella hubiera sido lastimada.
— Whoa— Becky miró alrededor, viendo todo, demasiado para su diversión. Esta era la primera vez que ella había estado en su casa. Esperaba que a ella le gustara,porque si él se salía con la suya, ella no se iría. El sofá en el que la había puesto era
un desmontable con una silla adjunta; la mesa de café y centro de entretenimiento eran contemporáneos con el diseño. El vidrio del centro de la mesa de café de arce era trabajo de Simon, representaba un puma con ojos brillantes como joyas al
acecho por los bosques.
— No es lo que esperaba.
— ¿Qué esperabas?
Su expresión fue una grata sorpresa.
—Algo un poco más estilo “soltero vagabundo” y un poco menos “cómodo
contemporáneo”.
Él sonrió.
— ¿Te gusta?
— Síp— ella hizo una mueca mientras trataba de sentarse y contemplar todo. Él se
inclinó sobre ella y la ayudó, haciendo una mueca con ella hasta que la tuvo en una
posición cómoda. Su mirada de gratitud era todo el agradecimiento que necesitaba.
Simon se alejó, pero pronto regresó con un tazón de agua tibia y un paño.
—Está bien, quítate la camisa.
Becky alzó sus cejas en desafío.
Simon suspiró.
—Tengo que ver lo mal que están los cortes. Y la marca de la mordida— él miró
hacia el costado de su cuello, sus labios apretados, manos en puño alrededor del tazón. Incluso con la enzima cambiándola esa cicatriz sería más que probablemente permanente. Maldita sea, debería haber sólo seguido hacia delante y matado a la perra.

Dulces Sueños SERIE HALLEPUMAS 3 (Terminada)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora