Cambios de agenda

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*Irene*

Domingo, 7 de la tarde. Partido. En una hora suena el silbato de inicio. En 15 minutos empieza el calentamiento.

No me gusta demasiado jugar los domingos tan tarde, se me sale un poco de la rutina y eso me descuadra. Lo normal es el sábado por la tarde, domingo entre las 11 de la mañana y las 17... 

Tenía que haber jugado a mediodía, pero un cambio de última hora nos tiene aquí, en el vestuario del pabellón, dándonos codazos frente al espejo entre gomas, horquillas y una tóxica atmósfera de laca. Siempre he dicho que de todas las mierdas ambientales que podrían matarnos, nos matará la laca...

Entre toses y aspavientos que disipen las partículas de fijador, entra Ana de nuevo protestando. Yo la miro a mi espalda a través del espejo mientras me afano en recogerme la mayoría del pelo en varias trenzas que pretendo sujetar en una coleta alta.

- ¿Sabes que para la boda de Rocío no te esmeraste tanto con el peinado?

- Sí, lo sé, soy consciente - Le respondo con resignación porque sé que vamos a volver a tener la misma conversación de siempre.

- Es que no sé por qué tanto lío con...

- Ana, de verdad, te lo he explicado mil veces. Si no llevas el pelo bien sujeto, una vez que te eches pega en las manos no te lo puedes volver a atar. Mejor que no se te mueva.

Ella resopla porque no lo entiende. Yo sé que si alguna vez se echara en las manos esa mierda tan pegajosa como adictiva, lo entendería. 

- Cuando acabes, dúchate rápido y nos vamos a tomar algo, ¿vale?

- No sé, no deberíamos. Voy a acabar tarde, tengo que volver al hotel que mañana las conferencias empiezan pronto, tú tienes que trabajar...

- Hazme caso. Vamos a un sitio chulo, tomamos algo, picamos algo... Total, a la cena del congreso no llegas y algo tendrás que comer. 

- Vale, pero no me líes demasiado, que te conozco.

- No, yo no te voy a liar... Ja, ja, ja. Venga, suerte y a por ellas.

Esa risa semidemoniaca me preocupa porque a veces me parece que se le está yendo la olla. También puede ser que le he comentado mil veces que son unas rivales muy correosas y piensa que tiene que desearme suerte por compromiso y que más bien necesitamos un milagro. Miro la hora en el teléfono y veo que no tengo cobertura... Bueno, mejor, supongo. Menos con lo que distraerme.

Como era de suponer, el partido era complicado. Nos quedan 5 minutos y vamos 3 goles abajo. Con un tiempo muerto, tan necesario para respirar, como para plantear la siguiente iniciación, el entrenador nos pide calma y cabeza. Apela a las sesiones de ejercicio físico, al correr la primera y segunda oleada, a no dar por perdida una contra... Nos pide una defensa férrea y no rifar balones tontamente. Jugamos en casa y aquí mandamos nosotras. Reventar o morir.

Volvemos a la pista entre gritos de ánimo a la compañera de al lado y choques de palmas. Una defensa tradicional, muy junta y basculante. Prácticamente todo el tiempo podemos chocar la mano con la compañera. No hay huecos y conseguimos recuperar varios balones. Los goles y las carreras se suceden sin control. El cansancio se nota y los minutos parecen eternos. Falta un minuto y la posesión la tiene el equipo rival. Una fuerte iniciación de la lateral izquierdo de las atacantes me derriba y el árbitro pita falta en ataque, lo que supone que recuperemos la posesión.

- ¡Vamos, vamos, vamos! - Escucho gritar a mi central, que me pide que me levante del suelo y eche a correr, porque el tiempo se agota. 

Ponemos rápidamente el balón en juego y tras varios cruces nos situamos en los 9 metros del campo contrario. Me llevo la mano a la boca y veo sangre. Miro a la lateral que me ha derribado y pienso "Esta me la devuelves". Me coloco entre ella y la defensora exterior y marco a mi compañera un círculo con mi mano derecha. Ella se da cuenta de lo que voy a hacer y yo sé que ha entendido mi señal. Pivoto por detrás de la lateral que me defiende y la apantallo para que mi compañera aproveche el hueco que acaba de dejar mi bloqueo. No miro su lanzamiento, pero sé que es gol por la reacción de la grada.

Cuando suena el pitido final levanto a la cabeza y observo el luminoso. Empate a 21 y tengo un sentimiento de satisfacción porque hemos conseguido levantar el partido en el último minuto con otro enfrentado de pesadumbre por no haber podido llevarnos los 2 puntos. Tras los típicos choques de manos y abrazos con las rivales, voy camino del vestuario quitándome las horquillas que dejo enganchadas en el borde de mi camiseta encharcada de sudor y deshaciéndome las trenzas para entrar ya en la ducha. Tiro la mochila en una esquina del banco, me desvisto completamente, saco las cosas de aseo y la toalla y me meto en la ducha.

Abro el grifo y por un segundo tengo la necesidad de apoyar mis manos en la pared y dejar caer el agua por mi espalda mientras mi cabeza queda colgada mirando al suelo.

- ¿Irene, te encuentras bien? - Dice mi capitana en tono preocupado

- Sí, solo me he mareado un poco. Tranquila.

- Pues no pongas el agua tan caliente que te vas a marear más y bebe isotónico, que hemos hecho un esfuerzo importante.

Sonrío en su dirección mientras lleno mis manos de champú y bien pensado, sí que tengo necesidad de beber algo. Tengo la boca completamente seca.

Con el pelo completamente empapado y chorreando sobre mi ropa, salgo al hall en busca de Ana, que me da la enhorabuena por la "remontada". Al final me reconoce que no tenía ningún tipo de esperanza en que pudiéramos evitar la derrota, pero su risa malévola nada tiene que ver con eso.

- ¡Vamos, Irene, nos esperan! Aunque bueno, tienes un aspecto bastante mejorable. Menos mal que ya es verano y no te vas a poner mala, pero anda que ir con el pelo así de mojado...

El sermón de madre de mi amiga hace que ponga los ojos en blanco mientras empiezo a introducir pequeñas monedas en la máquina de refrescos. Pulso varios botones de varias bebidas isotónicas hasta que por fin consigo que una salga al exterior.

Mientras avanzamos hacia la puerta de salida bebo compulsivamente de mi botella.

- Irene, bebe despacio, que te va a sentar mal - Continúa el sermón que yo sigo ignorando 

Al abrir la puerta del pabellón y salir a la calle escucho a Ana decir "¡Sorpresa!". Bajo la vista, me atraganto, echo todo el líquido que tengo acumulado en la boca proyectado hacia delante y empiezo a toser entre arcadas y falta de aire.

Sí, es lo que estás sospechando. Acabo de escupir mi bebida y mis babas encima de Marco Asensio.


Dos líneas paralelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora