La mañana siguiente

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*Irene*

Había bajado toda la calle dando tumbos y pensando en lo mucho que se me había ido la fiesta de las manos. Me quité las gafas de sol en el portal y silencié el teléfono antes de intentar abrir la puerta de casa infructuosamente durante un par de minutos. Pensé en voz alta "Vamos, que tú puedes" y la seguridad se apoderó de mí, pudiendo por fin insertar la llave en la cerradura. Me quité los tacones en la entrada y fui directa a la cocina de puntillas, queriendo no hacer ruido y sopesando si era mejor idea vomitar en la basura o en el fregadero.

La noche había acabado en tragedia, a juego con el resto de la semana. Me gusta casi cualquier tipo de música, pero supongo que mi estado de ánimo no acompañaba y comencé a aburrirme ya en las primeras canciones, por lo que mi mente empezó a hilar unas ideas con otras y recordé a Asensio en la televisión, bajando del avión, arrastrando su maleta por el aeropuerto... Esgrimiendo aquella sonrisa tan segura que me producía envidia porque yo no sabía cómo se sonreía así. Y me acordé de él aquella tarde en el centro comercial, sonriendo de aquella misma manera y dándome seguridad cuando no era capaz de encontrar mi coche. Mi coche, mi maldito coche. Pensé que Javi me parecía el mejor tío del mundo. Guapo, atento, trabajador, elegante... Pero recordaba esas imágenes en la televisión del bar, esos instantes en el aparcamiento, ese escalofrío cuando le vi mirarme de lejos... Y me di cuenta que no merecía la pena seguir arrastrada por alguien que me trataba así y más habiendo otros hombres que, sin conocerlos, ya te hacían pensar que existía gente igual de buena o más que Javi. Decidida saqué el móvil y escribí un largo texto en el que le daba las gracias por nada. Por nada o por reírse de mí, pero le deseaba todo lo mejor aunque lejos, muy lejos... Envié el mensaje y los nervios empezaron a agarrotarme la garganta. ¿Qué había hecho? Quise borrarlo, quité los datos... Pero una red wifi abierta me la jugó y el mensaje se envió. Asistí horrorizada a ver el cambio de su última hora de conexión a "en línea", del doble check gris a azul y automáticamente desapareció su foto, su hora de conexión y los mensajes dejaron de llegar. Desapareció al instante de todas las redes sociales y sentí que me había muerto, que me dolía algo y no sabía el qué. Me giré, agarré el más de medio litro que quedaba en el vaso de Lorena y ahogué toda aquella cerveza por mi garganta sin respirar mientras mi amiga me miraba con los ojos fuera de las órbitas. Como aquel fueron cayendo uno tras otro hasta que perdí la cuenta y dejé de recordar qué había ocurrido.

Y ahora, en la cocina de mi casa, luchaba por no perder el equilibrio mientras abría la nevera buscando algo que comer antes de irme a la cama con la esperanza de caer inconsciente.

- ¡Uuuuuuuuuuuhhhhhhhh, langostinos! - Dije relamiéndome, aunque algo me decía que igual no era buena idea

- Yo también quiero. - Escuché detrás de mí y haciendo que el corazón casi se me saliera del pecho

- Fer, por Dios, vas a matarme de un infarto. ¿Qué haces despierto a las...? - Hice una pausa en la pregunta para mirar el reloj del móvil y comprobar que eran ni más ni menos que las 9 de la mañana.

- Estoy viendo los dibujos y tengo que desayunar.

- ¿Y pretendes desayunar langostinos?

- Y un vaso de leche. - Mi estómago se revolvió inevitablemente.

- ¿Pero tú has comido esto alguna vez?

- Muchas veces. Me gustan mucho.

Saqué el plato de los langostinos y lo coloqué en la mesa poniendo en duda el que un niño tan pequeño hubiera comido langostinos alguna vez. Un vaso de zumo para mí y pregunté...

- ¿Quieres leche normal de la de la abuela o de avena de la mía?

- De la de la abuela, por favor.

Pelé un langostino y se lo dejé encima de la mesa mientras le echaba la leche en el vaso. Lo cogió con dos dedos como si se le fuera a caer, lo olió, lo metió en el vaso de leche y se lo metió en la boca. Su cara empezó a cambiar como si no hubiera nada más asqueroso en el mundo y mientras le observaba traté de contener la risa y las arcadas. Como era normal, lo acabó escupiendo en la mesa triturado y yo no pude más. Al final vomité en el fregadero.

Desperté sobre las 4 de la tarde, deshidratada, mareada y sujetándome en las paredes. En el sofá estaban sentados mi padre y mi sobrino esperando nerviosos que comenzara el partido del Real Madrid en BeIN Sports. 

- Buena te la pegaste anoche, ¿no? ¿A qué hora has llegado? - preguntó mi padre mirándome con sorna. 

- A las 9 - Contestó mi sobrino sin darme tiempo siquiera a abrir la boca

- ¿Y tú cómo lo sabes, enano?

- Porque hemos desayunado langostinos y estaban muy ricos - Dijo Fer mientras yo le miraba con incredulidad.

- Fue una gran noche. Lo pasamos muy bien - Contesté siendo breve y dejándome morir en el sofá junto a ellos.

No sé quién dice que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, pero acabábamos de demostrar que esa afirmación podía ser completamente falsa. Porque sí, seguía borracha.

Me encontraba mal, muy mal... Mi padre se levantó y volvió de la cocina con una botella de litro de agua fría y me la dio con una media sonrisa que expresaba más lástima que otra cosa.

- Que no se vuelva a repetir. No sé qué ha pasado, pero antes de volver a hacer esto, habla conmigo - Me susurró mientras yo cogía el agua como si hubiera encontrado un oasis en medio del desierto.

- De acuerdo, prometido. Pero estaré bien. Más fondo no puedo tocar, papá.

En la tele se escuchó "con el número 20 Marco Asensio". Le vi cruzar los brazos en la cabecera de alineaciones de la liga y comencé a sentirme bien... Muy bien. Y sonreí...

Hasta el primer gol y los primeros gritos, cuando en mi cabeza sentí nuevamente la muerte.





Dos líneas paralelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora