*Marco*
Hoy la he llamado doce veces. Sí, doce. Al principio ella cortaba la llamada al segundo o tercer tono. Después sonaba hasta diez tonos sin respuesta. Ahora, ni siquiera da señal. Ya no sé si me ha bloqueado o simplemente está sin batería.
¿Que qué ha pasado? Pues que ayer se me complicó un poco la tarde.
Me entretuve un poco más de la cuenta a la salida del entrenamiento en la ducha. Estos días hace mucho calor y la sensación refrescante del agua se agradecía tanto...
Al acabar de vestirme y mirar la hora me di cuenta de que iba a andar muy mal de tiempo, pero no era preocupante. Solo esperaba que no hubiera exceso de tráfico porque eso sí que podría ser un problema considerable.
Al llegar al coche me despedí de mis compañeros y más de uno me sonrió estúpidamente deseándome suerte. Con esto me quedan claras dos cosas... No se puede tener amigas sin este tipo de cachondeo y definitivamente no se les puede contar nada. Abrí la puerta, lancé la bolsa de deporte y me puse al volante. Revisé mi móvil con un par de mensajes pero ninguna notificación de Irene. Así que coloqué el teléfono sobre la bolsa de deporte, abroché mi cinturón y emprendí el camino.
Los últimos días habían sido fantásticos. Tenía noticias de todo tipo y todas buenas: la llamada de la sub 21 para el europeo, había un preacuerdo sobre mi renovación en el club, se escuchaban algunas campanas sobre un aumento en mi cláusula de rescisión, las vacaciones en casa prometían ser maravillosas, la gira por Estados Unidos para la pretemporada... Todo estaba yendo mejor que bien y pensé en las veces que me habían dicho que todo esfuerzo tiene su recompensa. Recordé aquella vez que pensé en Irene como una amiga a la que contar todo y sonreí. A fin de cuentas, no solo habíamos quedado para hablar y arreglar un poco el mundo desde el fondo de un vaso de refresco pre(ella)-post(yo)-entrenamiento en un bar, es que podía compartir mis buenas noticias con ella. Mi amiga.
¿Todo iba a ser perfecto? Pues no.
Ni cinco minutos llevaba en la carretera cuando varios coches delante del mío tuvieron un choque en cadena por un cambio de carril sin señalización de otro vehículo. Por suerte, clavé el freno al fondo y no fue más que un leve susto.
¿Solo un susto? Pues no.
Eché el freno de mano, encendí las luces de emergencia y paré el motor. No sabía si era una buena idea o no, pero tampoco tenía un plan mejor. Suspiré profundamente y me bajé del coche para comprobar si alguien necesitaba ayuda. Lo cierto es que el chaleco refractante no es excesivamente favorecedor, pero me agobiaba más esa sensación de humedad que añadía el nylon a mi piel bajo el sol de justicia que azotaba la capital.
Uno por uno, comprobé que no había heridos de gravedad aunque sí muchas personas con los nervios crispados. El propietario del primer coche de la fila, el primero que tuvo que dar un frenazo y que recibió un fuerte golpe que hundió el maletero de su utilitario, estaba angustiado al ver el panorama tras su coche, pero se culpaba una y otra vez por no haber retenido en su cabeza la matrícula del coche que provocó el accidente. Una pareja joven sufría una severa crisis de ansiedad porque su bebé de año y medio estaba en el interior del vehículo y temían por un posible golpe de calor. Luego había una chica joven que, casualmente era seguidora mía y que me seguía coche tras coche con una sonrisa de oreja a oreja (y por cierto, maravillosa) absolutamente fascinada. Le pedí que se acercara conmigo a mi coche para regalarle un objeto personal y ya de paso haríamos una llamada a los servicios de emergencia. Su sonrisa y sus ojos se llenaron de luz y por un momento creí enamorarme de su inocencia.
Al abrir la puerta de mi coche me di cuenta de que el frenazo había tenido sus consecuencias. No solo mi bolsa de deporte se había volcado sino que la inercia hizo que mi móvil impactara contra el parabrisas estallando la pantalla en mil pedazos. La luna del coche, por suerte, no sufrió más que un picotazo y una leve raja que tenía fácil solución si mañana, antes de entrenar, me acercaba un momentillo al taller. Intenté encender el teléfono sin éxito y pensé que, aunque pudiera hacerlo, probablemente la pantalla no funcionaría.
Me giré para mirar a la chica con una sudadera en la mano.
- Rocío, ¿verdad? - Ella asintió con la cabeza mostrando su preciosa hilera de dientes blancos y perfectos. - Bien, te la cambio - dije ofreciéndole la sudadera - si llamas al 112 y pides que venga la policía a levantar atestado y algunas ambulancias a atender heridos. Les dices que no hay heridos de gravedad aparentemente pero que hay 8 coches implicados, 12 personas y una niña de menos de 2 años. Que se den prisa.
Ella agarró la sudadera, sacó su teléfono del bolsillo trasero de sus vaqueros y se lo llevó a su oído derecho. Con la otra mano se tapó el oído izquierdo y se alejó un poco para atender mejor la llamada. Miré la hora, miré mi móvil nuevamente y me di cuenta que no solo no podría llegar a tiempo, sino que tampoco podría avisar a Irene. Maldije en voz baja y pensé que iba a necesitar una agenda analógica por si esto de quedarme sin móvil volvía a pasar.
Una hora y media después el tráfico estaba completamente restablecido y yo estaba aparcando en la calle paralela al bar. Mientras me aproximaba rogaba en mi interior porque, por favor, ella siguiera allí esperando aunque era consciente de que su entrenamiento estaba a punto de comenzar y lo que pensaba no tenía sentido alguno. Tras un rápido vistazo desde la cristalera me pareció que no estaba en ninguna parte. No obstante, entré y al acercarme a la barra pregunté al único camarero que recordaba de la vez anterior si la había visto. Me dijo que sí, que había estado allí en una mesa, que todo el tiempo había permanecido sola y que se había marchado con una expresión absolutamente vacía en su rostro. No supe cómo interpretar eso último pero yo sí que sufrí un absoluto vacío en mi interior y me quemaba la sensación de haberla hecho sentir mal.
Dándole las gracias, salí del bar y caminé hacia el polideportivo. Estuve mirándola entrenar como un cuarto de hora en lo alto de la grada del pabellón. Cada vez que una bola llegaba a sus manos esquivaba a sus compañeras con rápidos movimientos o simplemente las arrasaba con fuerza. Cuando eso último sucedía, o con cada lanzamiento que iba fuera de portería, le daban un toque de atención y ella se veía cada vez más claramente enfadada. Los sonidos del balón impactando contra todo llenaban el pabellón y por momentos me impresionó la fuerza que tenía para no ser demasiado corpulenta.
- Perdone. No puede estar ahí. - Escuché a mi espalda
Detrás de mí había un hombre de mediana edad que me explicó que el acceso a la grada estaba prohibido fuera de los horarios de competición y que le sabía muy mal echarme de allí, porque yo era Marco Asensio, pero que eran las normas. Le comprendí y junto a él fui en dirección a la puerta principal.
Eran cerca de las 12 de la noche y la verdad es que me extrañaba que todavía no hubiera salido del vestuario, pero seguí esperando pacientemente para darle una explicación. El mismo hombre que me había sacado de la grada ahora se acercaba a la entrada para cerrar el recinto. Con sorpresa me acerqué a él.
- ¿Va a cerrar ya el acceso?
- Este es el último acceso que se cierra y siempre es a las 12.
- ¿Cómo que el último acceso? ¿Hay más? ¿Las chicas de balonmano ya se han ido?
- Sí, se habrán ido hace como diez minutos. Ya hemos clausurado también los vestuarios. Ellas siempre suelen salir por el acceso al aparcamiento.
Me maldije por no haber tenido en cuenta la posibilidad de que hubiera otra puerta en alguna parte o, al menos, haberlo preguntado antes de estar tranquilamente en la principal confiando en que ella tendría que salir por allí sí o sí.
Pensando en que Irene se pudiera enfadar o no se creyera mi versión, decidí guardarme un testigo en la recámara. Por si acaso.
- Si alguien le pregunta por mí en los próximos días ¿se acordaría de que he estado aquí?
- Claro. Como para olvidarme de ello.
Le agradecí y decidí volver a casa. Ya mañana pensaría cómo arreglar todo esto. Ahora estaba agotado.
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Dos líneas paralelas
FanficSinopsis: Tan simple como cruzarse una tarde y pasar toda una vida intentando volver a encontrarse. Marco es un joven futbolista que, con esfuerzo y disciplina, lucha cada día por ganarse la titularidad en el equipo más laureado de la historia. Tien...