Un intercambio sospechoso

3K 385 68
                                    

 Toni entró a la oficina y se quedó, brevemente, de pie mirando en torno suyo. Era una oficina ordenada y pulcra, tenía un estilo clásico y elegante, pero casi no había objetos de decoración en ella, ni siquiera un portarretrato sobre el escritorio.

—Tome asiento, por favor—escuchó la voz del capitán a sus espaldas, así como un suave "click" que le indicó que la puerta había sido cerrada.

Hizo caso y se sentó en una de las sillas frente al escritorio, el capitán hizo lo propio y entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Y bien—dijo—, ¿a qué debo su visita?

Toni sonrió con un dejo de cinismo, puesto que la pregunta le parecía estar cargada, precisamente, de cinismo.

—Lo sabe muy bien, capitán—éste, sin embargo le miró sin inmutarse—. Quiero... no, exijo que me explique porque mi Jericó fue rechazado.

—Oh, eso—el capitán se reclinó contra el respaldo de su silla y suspiró pesadamente—. Lo consideramos demasiado destructivo.

Toni entrecerró lo ojos con incredulidad, volvió a sonreír, pero esta vez sí dejó escapar una carcajada. Le parecía inverosímil que rechazaran un misil por la razón obvia para la que había sido creado. Era hilarante por lo absurdo que sonaba. Una estupidez, si se lo preguntaban, era la peor escusa que había escuchado de un militar.

—Está bromeando ¿verdad?

Rogers también sonrió, pero su sonrisa era diferente, indicaba conocimiento, anticipación, predicción respecto a cómo esa plática se desarrollaría. Se armó de paciencia y, lentamente, negó.

—¿Qué?—increpó Toni con cierta irritación—¿Está loco no? ¿Esto es el ejército o me equivoqué de dirección?

—No, no lo hizo.

—Entonces, ¿qué demonios? Jericó es el mejor misil que pueden tener, es único, letal. Una joya de la ingeniería.

—Es verdad, no estoy negando que sea una brillante arma de destrucción.

—Entonces ¿qué?

—Es demasiado destructiva.

—A veces, el precio de la paz conlleva algo de destrucción.

Rogers asintió, pero sus ojos no reflejaban que estuviera de acuerdo con la mujer que tenía enfrente y quién, además, lo fulminaba con la mirada. Tenía que reconocer algo, aunque no quisiera; que era una mujer muy bella, incluso, más estando molesta; sus ojos tenían un brillo diferente, combativo.

—Esa no es paz, señorita Stark. Lo que haríamos sería incitar a la guerra.

—Escuche, estamos aquí para defender este país y sus intereses, si me dice que no, es usted un mentiroso.

—Lo sería—concedió él.

—Jericó terminaría con los conflictos antes de que estos empiecen. Un misil de estos destruiría cinco ciudades en un santiamén. Se acabó: ganamos. ¿Lo ve? No enviamos soldados, nadie más muere. No es que sea destructiva, no, es pacificadora.

Steve negó con la cabeza, y Toni comenzó a desesperarse.

—¿Cuál es su maldito problema?

—No estoy de acuerdo—Toni rodó los ojos y suspiró al tiempo que cruzaba los brazos—. ¿Cuántas vidas civiles inocentes arrastrarían consigo una detonación de Jericó?

Toni frunció el ceño, no entendía a qué venía eso—Son enemigos.

—¿En verdad?—Steve levantó las cejas, volvió a inclinarse y a apoyar las manos sobre el escritorio—. Muchas veces la población civil ni siquiera está enterada de los asuntos exteriores. Son padres, madres, hijos, abuelos... son personas como usted o como yo, incluso mejores, porque su negocio no es la muerte. Sus negocios son las vacas que dan leche a sus hijos, son el vestir, el conseguir un poco de agua. Son inocentes, no les interesa la guerra, sólo quieren vivir sus vidas con tranquilidad. La mayoría son buenas personas, que sólo quieren eso: vivir. Sí, tiene razón, detonar una bomba así, como hicimos en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, traería la rendición inmediata del enemigo, pero a un costo muy alto para quiénes no lo deben. ¿Y sabe qué? La guerra no terminaría. Porque habremos sembrado la semilla del odio.

GranadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora