Un sueño recurrente

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18+

—¿Ya puedo verlo?

Toni levantó el rostro, tratando de estirarlo lo suficiente para ver por encima de la espiral del cuaderno, que Steve sostenía entre las manos.

—Aún no—le dijo éste y esbozó una media sonrisa.

Toni bufó e hizo que un mechón de su cabello se levantara brevemente y cayera de nuevo sobre su frente. Hacía calor, un calor horrible. El sol se filtraba por las altas ventanas e iluminaba toda la habitación. Acariciaba la piel desnuda de Toni, la cual se perlaba de sudor: pequeñas gotitas que se iban acumulando en su cuello, y pecho, debajo de sus senos.

Estaba posando para un retrato, la idea había sido suya. Había pedido un dibujo, en cuanto se enteró que Steve sabía dibujar; pero tenía que ser un dibujo atrevido, algo que lograra pintar en las mejillas del capitán un rubor escandaloso. Escogió, por ello, que fuera un retrato de su desnudez, su cuerpo tendido sexymente, realmente, sin nada que ocultar.

—Vamos, ya me cansé—dijo Toni deseando moverse de una maldita vez.

Steve no contestó, continuó dibujando. Toni lo miró, miró su rostro concentrado, su mirada que iba y venía de ella al papel, su mano que trazaba aquí y allá líneas de carbón. Tardó sólo unos segundos más y le dijo que ya podía levantarse del diván. Toni suspiró aliviada, se incorporó y se puso la corta bata de seda que tenía sobre el respaldo de su asiento.

—Quiero ver—dijo mientras ataba el cinturón de la bata.

Rodeó a Steve y pasó los brazos por sus hombros, pegando su cuerpo a la espalda de éste. Desde ahí pudo ver su retrato, su cuerpo perfectamente delineado, y su rostro era casi una mirada en el espejo.

—En verdad sabes dibujar—dijo y giró el rostro para dejar en la mejilla de Steve un beso tibio y reseco—. Ahora necesito agua.

Lo soltó y se sirvió agua en un vaso de cristal. Steve giró en el banco hacia su dirección, aún con el cuaderno en las manos y el carboncillo entre los dedos. Toni bebió agua consiente de esa mirada que había trepado por sus piernas desnudas, arrepintiéndose después y desviándose hacia su rostro. Toni sonrió, era curioso, mientras trabajaba, Steve no había dudado en mirar, tal vez, era así porque la situación había cambiado, y ya no se trataba de una mirada profesional.

—¿No quieres? —dijo ella levantando su vaso, Steve negó, entonces, se encogió de hombros y bebió con tal rapidez y suerte, que el agua se derramó de la comisura de sus labios y resbaló por su cuello hasta perderse en el nacimiento de sus senos.

Steve volvió a apartar la vista. Toni sonrió maliciosa y dejó el vaso de agua sobre la mesita en la que estaba antes. Con paso tranquilo, pero contoneándose, avanzó hacia él.

—¿Qué pasa, cap?

—Nada—respondió él frunciendo el ceño un poco extrañado por la pregunta.

Toni le quitó el cuaderno y, al mismo tiempo, se sentó a horcajadas en las piernas de Steve. Fue un movimiento suave, pero rápido, tanto así que Steve no pudo evitarlo.

—En verdad que eres bueno—dijo Toni, dándole otra mirada al dibujo y luego, apartó el cuaderno para toparse con las pupilas marinas de Steve.

Ninguno dijo nada más. Toni le rodeó el cuello con los brazos, Steve le sujetó de la cintura, atrayéndola un poco más cerca; y, finalmente, se besaron. Al principio fue un beso suave, un mero roce de sus labios, seguido de más profundidad, del encuentro de sus lenguas, del accidental choque de sus dientes.

Steve recorrió con sus manos la espalda de Toni. Incluso contra la tela, ella podía sentir sus dedos tibios. En respuesta, Toni movió su cadera ondulante y lentamente. Bajo de ella, el roce del pantalón de mezclilla de él, su dureza oculta. Jadeó dentro de su boca, el cuaderno cayó al piso. Fue como si apretaran un botón, se besaron con más ansia, con un deseo hambriento casi diabólico. Toni se supo excitada, la punzada en su bajo vientre y el deseo de tenerle dentro, eran casi dolorosos. Las manos de Steve se deslizaron por debajo de su bata, le pellizcaron la piel y acunaron la redondez de sus senos, mientras su boca le devoraba la boca y seguía por su cuello. Toni se movió un poco tras el último beso, lo suficiente para tirar del botón y cremallera del pantalón de Steve, para liberar de entre la tela su palpitante sexo. Sacudida por la impaciencia, por el deseo que emanaba más deseo, por un ardor desconocido; levantó la cadera, apoyándose por un momento en las plantas de sus pies, y luego, deslizó ese miembro en su interior. Caliente, húmedo... se sentía delicioso. Steve le sujetó de la cadera y comenzó a guiarla, arriba, abajo, mientras ella se derretía, convulsionaba, moría...

GranadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora