01. El "amigable" vecino de Nueva York.

581 32 25
                                    

Hubo un pequeño estallido de luz entre los árboles, seguido por un zumbido. Un hombre salió desprendido hacia los matorrales. Una vez que salió de las hojas, con todo el cuerpo adolorido, tuvo unas tremendas ganas de vomitar, pero le ordenó a su garganta que no rejurgitara toda esa bilis con la porquería que había comida en la cárcel y la envió de vuelta a su estómago. Se tomó unos cuantos minutos para recuperar aire y fuerzas antes de levantarse. Para eso tuvo que apoyarse en un árbol. Prestó atención al ruido de los autos y las sirenas de las patrullas de la ciudad. Reconoció algunos rascacielos que se elevaban hacia una bóveda oscura sin estrellas.

-Al parecer él sabe que solo pertenezco a un lugar-decía Rorschach mientras recogía su sombrero.

Vio que los demás vigilantes estaban ausentes; ni se molestó en buscarlos. Ahora mismo había algo primordial: revelarle al mundo entero sobre el engaño de Adrien Veidt. Ya sea a la policía, al periódico, a la prensa, o incluso a un convento, a quien sea, con tal que uno solo sepa sobre la verdad era más que suficiente.

Estaba dispuesto de irse de Central Park, pero se detuvo. Parado en medio de los arbustos miraba pasmado la calle. ¿Qué era esto? ¿Qué había pasado? Esta no era la Nueva York que conocía. ¿O sí? ¿A dónde diantres lo había mandado ese hombre de porquería azul? Todo era diferente a lo que recordaba: las calles, las personas, los autos, todo. Las antiguas cafeterías y restaurantes de los ochentas habían desaparecido por otros de comida rápida; los autos eran más lujosos y brillantes que los anteriores; la gente estaba absorta a las pequeñas pantallas de sus teléfonos inteligentes, iguales que chimpancés con un nuevo juguete a la mano.

¿Qué había pasado aquí? ¿Qué era todo esto? Ese maldito miserable de Manhattan debió haberles hecho algo. Nadie había notado la prescencia del vigilante entre las sombras del parque. Rorschach avanzó detrás de los árboles y se dirigió a una parte menos transitada. Mantenía la cabeza baja, con la visera de su sombrero cubriéndole el rostro y el cuello de su gabardina alto. No quería que ojos curiosos le llamaran la atención; era mejor sí nadie sabía quién era Rorchach. La gente lo pasaba de largo, tan enfocados en sus conversaciones bobas por teléfonos o escuchando el último hit de una canción que habla sobre mover traseros.

Rorchach se acercó a un quiosco y vio la fecha en los periódicos: ¡18 de Junio del 2017! ¡Estaba a más de treinta años en el futuro! No le importaba que fuese un ser cósmico que podría convertirlo en polvo, Rorchach le iba a golpear tan fuerte como pueda en las bolas. También había un artículo acerca de un multimillonario llamado "Tony Stark" y de sus negocios sobre el armamento de Estados Unidos, aparte que había una cierta polémica con un rey de salvajes con respecto al "Acuerdo de Sokovia".

Caminaba por las calles molesto, gruñiendo. Todo lo que conocía se había ido para siempre, reemplazado por una nueva era.

Hace treinta años, en medio del cubo de hielo más grande del mundo, él y los demás habían fracasado en salvar al mundo y en detener a Veidt. Más de tres millones de personas murieron en dos de noviembre, perforándole hasta la conciencia a la humanidad. Y sin embargo, ellos seguían aquí, felices, gozando de la vida sin importar qué pasó en el pasado, preocupados por cada segundo del futuro en vez de su presente.

Era repulsiva esta generación, casi tan asquerosa como en sus tiempos, solo que cada día nacen niños más estúpidos que antes. Nadie se había molestado en marcar una verdadera diferencia; les importa un comino lo que les pasa a su alrededor, enfocados en cumplir sus caprichos en vez de sus necesidades.

De echo, ahora mismo estaba viendo un claro ejemplo de lo mal marcada que estaba la sociedad. A su mano derecha, estaban las calles bien iluminadas con grandes edificios y tiendas lujosas, donde los ricos más ricos gozaban de langostas hervidas y las modelos se esforzaban por lucir como rameras; y en su contra mano, pasando una delgada línea invisible, los postes de luz viejos iluminaban mal la vereda donde posaban inmensas bolsas de basura en las que los perros callejeros urgaban, y los modestos restaurantes trataban de prevalecer ante las cadenas de comida rápida. Y posiblemente, más al fondo de todo eso, la porquería en las calles aumentaba junto a los perros sarnosos y las prostitutas. Dos mundos diferentes en una misma ciudad, a un solo paso de cada una.

Conociendo a los Vengadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora