La casa Morgenstern

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–Clary, despierta –Jace meció el hombro de su compañera suavemente, ella soltó un gruñido y se acurrucó más en la chaqueta negra de su novio–. Nena, ya llegamos –insistió y volvió a sacudirla, esta vez con más fuerza.

La mujer enfurruñada se quitó la prenda de encima y bajó del auto a trompicones, aturdida como estaba por el sueño no se fijó dónde pisaba y cayó de bruces. El golpe terminó de despertarla.

–Sé que besas el suelo por donde camino pero no seas tan literal –soltó él y extendió su mano para ayudarla a levantarse–. ¿Estás bien?

–Sí –alcanzó a decir antes de quedar absorta frente a la vista que se extendía algunos metros más allá de donde estaban. La casa de los Morgenstern se encontraba bañada por el intenso resplandor de la luna, destacando en medio del espeso bosque que la rodeaba. Era una bella imagen que Clary quiso pintar de inmediato: la estructura victoriana de color blanco cenizo, con techos marrones a dos aguas y un amplio porche dónde solía jugar al té de niña, en armonía con el aroma a tierra mojada mezclado con las flores silvestres que adornaban sus costados... Era como volver en el tiempo, a la época donde solía correr descalza por el bosque, trepar árboles y nadar en el lago ubicado a dos kilómetros de ahí.

Un sentimiento profundo la embargó. Estaba en casa.

Vagamente escuchó a Jace decir algo pero no alcanzó a comprender qué, en su cabeza sólo resonaba la palabra hogar, hogar, hogar. Salió de trance cuando la mano del rubio tomó su barbilla y la obligó a mirarlo.

–¿Me escuchaste? –él la miraba con el entrecejo fruncido, incapaz de comprender lo que significaba estar de nuevo ahí.

–L-lo s-siento –dijo y forzó una sonrisa.

Jace suavizo su expresión antes de decir:

–Entiendo que no puedes dejar de pensar en mí desnudo pero estamos frente a casa de tus padres, a ellos les gustaría que les dedicaras algún pensamiento –dijo altaneramente.

Ella rio, pero no sinceramente. Destetaba esa actitud, aunque a penas lo había descubierto y eso que llevaba tres años oyendo sus "ingeniosas frases".

–Entremos de una vez –sin esperarlo avanzó por el sendero que llevaba a la puerta, aún a la distancia era capaz de ver el grabado de estrellas que salpicaban la misma, en la parte superior se leía el lema familiar en latín. Aquella propiedad tenía quinientos años de existencia, había pertenecido a la familia desde que sus antepasados suizos emigraron a Estados Unidos, siglos atrás. Debido a múltiples remodelaciones el aspecto antiguo de ladrillo rojo desapareció, en su lugar permaneció el victoriano, aunque gran parte del interior aún correspondía a los sólidos cimientos de piedra.

–Parece sacada de una película de terror –bromeó el hombre tras ella.

–¿Eso crees? Espera a ver las ilustraciones de cómo era antes, eso sí daba miedo.

–Nada puede ser más espantoso que esto...

–¡Oye!

–Es una pena que esta humilde casa que ha albergado a grandes personajes de la historia no sea valorada por el hombre que quiere desposar a la hija del que revolucionó el internet –una voz grave proveniente del porche los hizo saltar a ambos. Ninguno había visto al hombre sentado en la mecedora que ahora clavaba sus ojos en Jace.

–¡Padre! -grito Clary y corrió a abrazarlo.

–¡Bienvenida a casa! No sabes cuánto te extrañamos. Tu madre estaba impaciente por verte –dijo Valentine Morgenstern, padre de la novia y dicho sea de paso, el gran revolucionador del internet 4D, quien a sus cuarenta años ya era parte de la historia contemporánea de la humanidad, como varios ancestros suyos... sí, Jace no empezó con el pie derecho la relación con su suegro y él lo sabía, aunque eso no lo hizo ser más inteligente al hablar.

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