Máscara

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Tras la noticia de que el primogénito de los Morgenstern cambió de nombre y apellido nada más irse de casa, el ambiente se volvió tenso; con aquella acción demostró lo poco que le importaba su familia y no sólo eso, sino también les arrojó en la cara el honor y la cuantiosa fortuna de las que se enorgullecían diferentes generaciones.

La discusión desatada entre padre e hijo hubiera sido catastrófica de no ser por Jace, quien literalmente salvó el día a ser un completo extraño. Al final las buenas costumbres y la hospitalidad se impusieron, lo cual sirvió para aplazar los gritos, pero todos sabían que cuando él se fuera la casa solariega se volvería un campo de batalla.

A la mañana siguiente Clary estaba nerviosa pero feliz de que nada grave sucediera el día anterior, aún así temía que la gran boca de su prometido soltara una de sus tantas estupideces y detonara la bomba.

–Linda, ¿nadie va a desayunar? –preguntó el rubio. Eran las diez de la mañana y sólo estaban ellos en el comedor.

–No lo sé –murmuró.

Él miró su cara angustiada y después la tomó de las manos con cariño.

–Tranquila. Las cosas se pusieron tensas ayer pero ambos sabemos que mientras mi fabulosa persona esté presente todo irá bien.

El comentario la hizo reír, no porque fuera gracioso sino por la ridícula seguridad en su voz. ¿Cómo rayos se enamoró de él? Jace podía ser muy guapo y todo, pero era idiota. Estaba acostumbrado a ser halagado por los Lightwood y medio mundo en general, de ahí su ignorancia e incapacidad de apreciar la delicada situación en la casa dónde estaban, su familia era orgullosa –rasgo proveniente tanto de la parte materna como paterna–, guerreros natos acostumbrados a salirse con la suya, si querían pelea la tendrían, sí o sí, nadie los pararía y mucho menos un rostro bonito.

Al terminar sus alimentos iniciaron una sesión de besos perezosos disfrutando del sabor del otro, contentos de tener al fin tiempo para ellos dos. Ambos querían acción y la hubieran tenido de no ser por la risita proveniente de la puerta del lugar dónde estaban, misma que los hizo separarse.

–Lamento interrumpir. No creí encontrar a nadie –se excusó su hermano entrando al comedor con café en una mano y pan en la otra –vestía jeans negros y una playera blanca cuyo cuello en V dejaba ver demasiada piel para disgusto de Clary–, caminó lentamente hasta sentarse en la silla al lado de Jace, justo enfrente de ella–. ¿Ya desayunaron? –preguntó amablemente.

–Sí –respondió su novio mosqueado por la interferencia, sino eran los padres de su chica era su cuñado, parecía que el destino no los quería juntos.

–¿Y tu hermanita? –el rubiplata dirigió su oscura mirada a la pelirroja, cuya mano estaba fuertemente cerrada en un puño bajo la mesa y se forzó a sonreír, aunque sólo pudo hacer una mueca.

–Sí, acabamos de terminar.

–Que malos. Quería pasar tiempo con ustedes –exclamó haciendo un puchero–. Estoy impaciente por saber todo de ti, Jace.

Clarissa lo miró con los ojos entrecerrados, conocía muy bien la sonrisa resplandeciente en su rostro, ésa que ponía cuando tenía planes ocultos; al usarla lucía como un chico agradable, pero ella sabía la verdad, era una máscara perfeccionada años atrás.

–No hay mucho que decir. Soy sorprendente y realmente atractivo –afirmó el ojidorado muy pagado de sí mismo.

–No podría ser de otra forma, de lo contrario Clary jamás se hubiera fijado en ti –la voz animada de Jonathan podía engañar a cualquiera, menos a su hermana, quien esperaba verlo sacar un arma en cualquier momento.

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