Algo está cambiando

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Tener un hermano mayor es grandioso en muchos aspectos, en otro, un completo desastre. Los mayores pueden ser unos compinches excelentes para hacer travesuras o unos molestos idiotas que sólo saben joder la vida. Para Clarissa Morgenstern, Jonathan no era lo uno ni lo otro.

De niña siempre fue mimada por él y se acostumbró a ello, en su cabeza se creó la ilusión de que siempre estaría allí para ella, pero tras mudarse a la ciudad de Chicago, debido al trabajo de su padre, las cosas cambiaron y la chica de catorce años no podía comprender por qué. Cuando iban de vacaciones a su casa de campo él la ignoraba todo el tiempo, sí quería acompañarlo al lago, era mandada lejos; sí lo seguía al bosque, la acusaba con su madre, quien la obligaba a permanecer encerrada en su habitación; sí se colaba a dormir en la cama de su hermano como antes, éste la arrastraba hacia fuera sin consideración y cerraba la puerta en sus narices. Ella impotente se soltaba a llorar pero ni así era recibida; sin embargo, recibía sin falta una disculpa por parte de él en las mañanas, un beso en la mejilla y por momentos todo era igual, hasta que Clary manifestaba su deseo de estar a su lado.

Algo andaba mal, su Jonathan, que antes era dulce con ella, ahora era arisco. Su comportamiento rayaba en lo insoportable y la hacía enojar, ya que de la noche a la mañana parecía odiarla... pero la menor de los Morgenstern era terca y nunca se daba por vencida, por lo mismo buscaba llamar su atención a través de tonterías como subirse al tejado de la casa, nadar desnuda en el lago donde cualquiera la podría ver, dejar las ventanas de su habitación abiertas y cuando eso fallo, empezó a pasar más tiempo con Simon –un chico que conoció en su salón de clases y del cual se hizo amiga rápidamente– hasta altas horas de la noche, todo con tal de volver a los viejos tiempos. Pero aunque la presencia de su amigo provocaba irritación a su hermano, nada parecía dar resultados. Ella creía firmemente que todo estaría bien si jamás hubieran tenido que dejar Portland, pero sus padres decidieron que lo mejor para la familia era estar juntos en un mismo sitio –en vez de que Valentine fuera y viniera de una ciudad a otra a causa de su empleo–, así que aceptaron la casa que les ofreció la compañía para la que trabajaba el rubio mayor, así como las plazas en las mejores escuelas para sus hijos y antes de que ella hubiera asimilado bien las cosas se instalaron en Chicago y todo se fue al traste.

A decir verdad, los primeros meses no fueron terribles, pero la presencia de alguien en particular hizo que la ojiverde terminara por odiar esa ciudad.

Un mes después de iniciadas las clases otra pelirroja de piel pálida acaparó toda la atención de Jonathan, se pegó a él como lapa y él se distanció de ella, su hermana. Al principio, antes de siquiera conocerla, creyó que hizo algo malo, pero aunque le suplicaba a su hermano que le dijera que fue, éste sólo se reía y revolvía su cabello, manteniendo sus labios sellados. Sin embargo, todo adquirió una dolorosa claridad cuando descubrió la verdadera razón del alejamiento del único miembro de la familia con el que podía entenderse.

Sucedió un día después de clases mientras volvía a casa con Simon.

En esa ocasión ambos decidieron sentarse en el parque para comer el helado que compraron, aprovechando el buen clima permanecieron ahí más tiempo del necesario, hablando de todo y nada. El chico castaño tenía la idea de comenzar una banda de música, pues tenía un don para ella y creía que con los miembros adecuados podría llegar lejos y olvidarse de las matemáticas que tanto dolor de cabeza le daban. Clary, aunque divertida, no le prestaba mucha atención, sus sentidos estaban ocupados en las parejitas de novios a su alrededor, caminando tomados de la mano o besándose, internamente se reía de ellos ya que no entendía sus actitudes cursis sin sentido –a su edad aún no había nadie que tocara la fibra sensible de su corazón– y extrañamente se preguntó que estaría haciendo su hermano, pues desde hace tiempo llegaba tarde a casa y siempre salía los fines de semana. Justo en ese instante su ojos se posaron en la pareja que se comía a besos unas bancas más allá de ellos. No hacía falta estar cerca para saber quienes eran, la cabellera rubiplateada era inconfundible al igual que el rojo bermejo de la chica que se aferraba a Jonathan, pues se trataba ni más ni menos que de Seelie, quien iba a la misma escuela que ellos y a la que había visto ocasionalmente cerca de su casa.

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