Once upon a time.

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El aroma del bosque era agradable al olfato de la pequeña pelirroja que estaba tumbada sobre los guijarros a la orilla del lago. La niña de siete años usaba una camiseta verde y shorts azul marino con la finalidad de que el potente sol de verano diera color a su piel pálida, pues odiaba parecer un gusano blanco. Sus padres decían que su tez era muy bonita y que no debía hacer caso a los comentarios de los niños de su salón, pero ella sabía que todos los padres decían eso sobre sus hijos, así estos fueran feos, ellos los veían hermosos. Si ella fuera como Jonathan entonces no habría problema. Su hermano era bonito, de piel pálida lisa y cabello rubio como la luna, en cambio, ella tenía horribles pecas en todo el cuerpo, las cuales destacaban más por su estúpido cabello como la zanahoria, si tan sólo fuera como el de su madre, entonces la historia sería diferente, pero no, Clarissa Morgenstern era la copia barata y defectuosa de esa bella mujer, porque además de fea, era muy baja para su edad. Nadie podía quitar de su cabeza la idea de estar maldita, esa era la única explicación para que todos los genes agraciados de su familia rehuyeran de ella y esa era la razón por la que estaba a campo abierto bajo el astro solar, ya que no podía cambiar sus defectos, los ocultaría. Cuando la abrasadora esfera terminara con ella, su piel sería tan oscura que nadie volvería a ver esas horribles manchas y tal vez, sólo tal vez, su mata de cabello dejaría de verse tan mal.

–¡Clary! –escuchó que la llamaban a lo lejos. Seguramente su madre la buscaba, pero se negaba a moverse hasta que fuera completamente negra–. ¡Clary!

La jovenzuela apretó los labios y se concentró en el aire rozando su piel que ya empezaba a arder, en el canto de los pájaros a la distancia, el calor de las piedras enterrándose en su cuerpo y el sonido del agua chocando contra el pequeño muelle de madera a unos metros de distancia, no quería atender al llamado de la voz que la llamaba, pues ya sabía quién era. No mucho después la visión roja tras sus parpados se volvió negra, alguien obstruía el pasó de la luz. Enojada abrió los ojos para toparse con dos pozos oscuros clavados en sus ojos. Jonathan Christopher Morgenstern la miraba desde arriba –vestía ropas ligeras como la de ella, sólo que más oscuras–, en una de sus manos traía una sombrilla, la cual evitaba que el sol hiciera su trabajo.

–Clary, te estaba buscando –dijo el hermano mayor de la chiquilla.

–Largo de aquí, Jon –dijo haciendo un puchero, estaba arruinando sus largas horas en el lago. Pero su respuesta hizo sonreír al otro niño. Esa sonrisa no era alegre ni risueña, era un simple estiramiento de labios que le transformaba la bella cara a una mueca burlona y que sólo aparecía cuando estaba con ella.

–Madre te busca. Quiere ir al pueblo.

–No la quiero ver. Estoy ocupada, ¿qué no ves? –se quejó e infló de nuevo los mofletes.

–¿Estás enojada? –preguntó el rubio mientras picaba uno de los cachetes de la niña con su dedo, sabiendo cuanto la molestaba eso.

–¡Eres un tonto! –exclamó ella y se levantó rápidamente–. Y no te quiero –tras empujar a su hermano hecho a correr, pero era torpe e iba descalza, nunca es bueno andar así en terreno resbaloso por lo que su caída fue inevitable.

–¡Clary! –Jonathan corrió asustado hacia ella, pues el llanto no se hizo esperar–. ¿Estás bien? ¡Déjame ver!

Con esfuerzo logró que ésta le enseñara la rodilla, a pesar de encontrarse ligeramente escarmentada la herida no era seria, un poco de limpieza y pomada bastarían para que quedara como nueva.

–No llores. Sólo fue un golpe. No te lastimaste mucho –dijo para tranquilizarla.

–¡Duele! –se quejó a lagrima viva la pelirroja.

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