CUATRO

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CUATRO

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❝𝑻𝒉𝒆 𝒎𝒆𝒏 𝒖𝒑 𝒐𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒏𝒆𝒘𝒔, 𝒕𝒉𝒆𝒚 𝒕𝒓𝒚 𝒕𝒐 𝒕𝒆𝒍𝒍 𝒖𝒔 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒉𝒂𝒕 𝒘𝒊𝒍𝒍 𝒍𝒐𝒔𝒆❞

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La primera vez que el Presidente Snow me quiso muerta, estaba sentada en un trono, dando una entrevista a Caesar Flickerman. Acaba de ganar los Juegos y estaba enfrascada en la laboriosa tarea de fingir que ver morir a mi compañero de Distrito una y otra vez, me resultaba completamente indiferente.

Aquella también fue la primera vez que el Capitolio se enamoró de mí.

A pesar de los traumas que salieron conmigo de la Arena, era una chica de sonrisa fácil y comentarios agradables. Caesar declaró que era la Vencedora más adorable que había entrevistado alguna vez, y toda la ciudad ya estaba en mi bolsillo.

Para el momento en que Snow puso la corona en mi cabeza, los residentes clamaban mi nombre como una plegaria y lloraban ante la certeza de que tenía que marcharme a casa. Fue entonces cuando Snow decidió que mi influencia era tan grande que, aunque yo no hiciera nada para motivarla, sería más útil muerta. Sin embargo, se percató también del alcance de mi potencial como acompañante y optó por vengarse de mí convirtiéndome en una prostituta.

No lo supe en ese momento, por supuesto, pero lo averigüe después de boca del mismo Presidente. Me lo dijo la segunda vez que decidió que me quería muerta. En aquella ocasión, me esmeré, sin ser consciente de ello, en demostrarle otra vez que no podía dominarme. Encerrada en una habitación de hotel con mi primer cliente, perdí los estribos ante la tensa situación. Cuando el hombre intentó ponerle las manos encima le rompí un brazo y, después, cuando se molestó tanto por ello que me dejó el cuerpo brillando en marcas purpura, le rompí la mandíbula. Finnick, que estaba en la habitación por alguna terrible coincidencia, casi terminó matándolo cuando irrumpió en lugar, guiado por mis gritos.

Snow nunca me lo perdonó, y aquel hombre tampoco. Le puso un precio tan alto a mi vida, que Snow casi no se resistió. Pero, ¿qué clase de líder sería si no me enseñara una lección?, me preguntó riéndose como si estuviera a punto de cometer la travesura de su vida. No. Ninguna suma valía tanto como la idea de demostrarme cuán poco significaba en su nación. Así que me dijo que tenía que volver a hacerlo. Una y otra vez. Hasta que me quedara claro quién mandaba.

No morí esa vez, pero el destino que el Presidente preparó para mí, me hizo desear haberlo hecho. Me castigó con la verdad, y con la responsabilidad de la muerte de alguien más, como, confesó, había hecho con Finnick al elegirme como tributo. Annie y Zale fueron elegidos para ir a los 70° Juegos del Hambre, porque no permití que un hombre abusara de mí. Zale murió, Annie perdió la cordura y yo tuve que permitir que me vendiera de todos modos. Me sometí a sus deseos para que no volviera a herir a nadie más que me importara.

Pero, incluso así, volví a arreglármelas para convertirme en el objeto de odio de Snow una vez más. Estaba en la Mansión, fungiendo de acompañante de un importante inversor en el fin de la Gira de la Victoria de Johanna, cuando tropecé con un hombre bellísimo, de sonrisa afable. Intenté evadir sus invitaciones de baile tanto como pude, para no enfadar a mi acompañante, hasta que me prometió que sólo sería un baile breve.

Después de un par de pasos, descubrí que no había forma de que yo saliera de ese lugar siendo la misma. Nunca había conocido a nadie en el Capitolio capaz de expresar tanta pasión y el descubrimiento me mantuvo en el borde, cediendo casi con desfachatez a sus sutiles implicaciones. Cuando terminó el baile, tuve que suplicarle, desganada, que me dejara ir y le conté, casi como confidencia, que nunca me la había pasado tan bien en una fiesta en la ciudad. Esa noche, volví a mi hotel acompañada de mi cliente y en la ignorancia de lo que una corta pieza de baile podía significar para el Presidente.

Aetherius |Finnick Odair Fanfiction|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora