→Prólogo

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—Mangel, por favor dime que tú no... —Se me cortó la voz, y sentí la desesperación arañándome las entrañas al ver con claridad ahora.

Miguel sólo apartó la vista, sacudiéndose el tormento en mi mirada para poder controlarse en medio de ésta situación.

No lo logró.

Escuché el volátil rumor vibrando en su garganta, y al advertirlo tire mi cuerpo hacia atrás con miedo, chocando instantáneamente con la puerta.

Notando el fin del camino.

Eso llamó su atención, porque devolvió sus ojos a los míos. Divise con sorpresa una pizca de café entre sus iris rojizos, y eso por algún motivo...

— ¿No deberías estarte yendo? —Me interrumpió sin sutileza, todo brusco y directo. Eso me trajo de vuelta al ahora.

Si, debería...

Definitivamente no debería estar aquí. Lo confirma el dolor de mi espalda mientras el pomo de la puerta se incrusta con severidad en mi carne. Aun así...

No puedo renunciar al llamado.

—Mangel, por favor respóndeme.

— ¿Y qué sí estoy contaminado? —Ironizó con una sonrisa de lado, reafirmando el agarre de sus dedos sobre el colchón, volviendo a evadir mi ojos. — ¿Cambiaría algo?

No supe responder.

Mi atención viajaba hacia la rudeza con la que sus nudillos se blanqueaban. Él estaba reteniéndose por mí, no por él.

Por dejarme decidir si quería huir a último segundo. Y eso me incendió de alguna manera.


Me hizo recordar que él era Miguel Ángel.

El chico que conocí en puerta del sol, el de la sudadera de Boston...

Mi Miguel.

Una burbuja cálida reventó en mi pecho, diluyéndose por todo mi cuerpo helado, mezclándose lenta e inevitablemente con el miedo y la ternura. Me moje los labios con desesperación mientras sentía los ojos picándome por la culpa. Por mis errores.

Sí, ese sin duda seguía siendo mi Miguel.

Ese hombre testarudo, empapado por la fiebre, el mismo que prefiere morir antes que pedirme ayuda para atender una condición desconocida. Maldita sea.

Estoy rompiendo el corazón de Mangel mientras él tiembla frenéticamente, y yo... Me retengo inútilmente contra la madera de caoba por el estúpido miedo a lo desconocido.

Sabiendo perfectamente que esto me arrastrará lejos.

—Mangel...

Él tragó en seco, apretando los dientes cuando oyó mi voz temblar.

—Solo vete.

Cerré los ojos con brusquedad al oírlo. ¿Cómo mierda te lo explico, Mangel? Lo jodidamente asustado que me siento admitiendo ya no me reconozco, lo desorientado. Y que para empeorarlo lo único que me ata cual ancla aquí es un gilipollas con tu nombre.

Maldita sea, Mangel.

Seguí limpiandome el sudor compulsivamente de la frente con el dorso de la mano, todavía sentía los labios tembládome por la ansiedad. Entonces lo ví. 

Un reflejo plateado en su muñeca izquierda, y el mundo volvió a su lugar acompañado de un latido alto en mi corazón.

Justo ahí algo hizo click.

Mientras miraba fijo el dije entendí mi error al creer todo este tiempo que Mangel se distanciaba de mí sin retorno. No obstante, el que él siguiera atesorando algo tan importante de aquel entonces...

Simplemente no pude evitar sonreír con los ojos húmedos. Y eso lo confundió. Lo leí todo en su rostro, mientras me encaminaba hacia él.

Es gracioso, todavía puedo recordar esa luz que brilla en sus ojos cuando ríe, esta oculta por allí, detrás de esas sombras oscuras que ahora son sus ojos fríos e inexpresivos.

Inhale despacio, embriagándome de su esencia densa y mentolada inundando la habitación, me ahogué en ella para volver a retorcerme en mí mismo.

Anhelante.

— ¿Rubén?

Su voz fue ronca, y eso estremeció todas mis entrañas. El placer fue hundiéndose en un lugar conocido, a la vez que mi consciente fue siendo acallado por los latidos acelerados de mi pecho.

«Quiero, quiero, quiero...»

Obedecí ciegamente a esa voz, pese a que la razón fuese contraria y abrupta. Mis pies descalzos simplemente andaron hacia Mangel que me miraba fijo y me comía con los ojos.

No dude una sola vez después, ni siquiera por el estómago encogido por los nervios o por la férrea animosidad ante la abrumadora intensidad.

¿Tiene realmente sentido batallar solo?

—Eres un imbécil. —Solté entre dientes a la mitad del camino, brevemente envalentonado cuando sus expresiones se desencajaron. —Es la segunda vez que te encuentro envuelto en fiebre y ¿Simplemente quieres que me vaya?

Sentía rabia de pronto, mucha.

¿Por qué tuvimos que llegar hasta el punto donde nuestras vidas corren peligro para poder ser sinceros con el otro?

Aunque duela, aún si no queda salida.

—Rubén, no sabes lo que-

—Cállate. —Demande, volviendo a temblar aunque fuese por un sentimiento distinto. —Estoy hasta los cojones de todo esto, de tener miedo por ese maldito virus. ¡Hasta los cojones! —Escupí con sinceridad, y me adelante dos pasos más, respirando agitado, viendo a la par el aumento cardíaco de mi compañero en su pecho. Lo miré a los ojos directamente, y ahí volví a sentir el latido alto en mi interior deteniéndolo todo. —Y no sé qué vaya a pasar de ahora en adelante, Mangel. Pero al carajo, que pase lo que tenga que pasar.

Hasta que el virus nos consuma.



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Primero que nada, estoy muy feliz por comenzar esta historia porque la idea llevaba desde el 2015 :v 

y ya basta, voy a sacarla del closet, digo, de los borradores.

Muchas gracias por seguirme hasta aquí.

Con cariño infinito, Zoé.

Notas antes de empezar:  

 ⇥Particularmente esta historia se va a enfocar en los inicios de la infección omegaverse. Y como todo virus del que se desconoce su orígen y es peligroso, habrá algo de confusión y profunda locura. Porque sí, porque así somos los humanos xD 

Sin embargo, esta historia se centrara en lo que sucede únicamente con los chicos dentro de esta situación.

Utilicé partes del mundo omegaverse, sin embargo algunas cosas difieren de la original por ser mi propia adaptación de éste género. Así que lean la guía shushetumares >:u

Esta historia se desarrolla con un Rubius y Mangel del 2014. Cuando todavía vivían juntos. 

¿Qué por qué? 

Porque yo mando Bl

Yowl Voiceless |Rubelangel OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora