En aquel momento, mientras mi hermano sostenía mis manos entre las suyas, fui consciente de lo ciega que había estado. Anaheim no había errado al decirme que debía luchar por no perder a Sinéad, pero había enfocado mal aquel asunto: había creído que mi hermano continuaría con el odio de la reina Mab, pero ahora era capaz de ver que ese odio había sido sustituido por uno nuevo. Me sentí estúpida por no haberlo visto, por haber estado mirando en la dirección equivocada.
Sinéad había encontrado un nuevo objeto de su odio, que le ayudaba a continuar adelante con la guerra, que espoleaba su gélido hielo para marchitar todo lo que encontrara a su paso.
Y yo no sabía cómo sentirme al respecto, cómo detenerlo antes de que ese torbellino que estaba gestándose en su interior, tratando de consumirlo. Miré a Anaheim a mi espalda, buscando consejo. Pidiendo ayuda. Ambas cosas.
La mujer me devolvió la mirada, incapaz de hacer nada al respecto. La comitiva que había acompañado al rey para despedirnos era escasa: Robinia, siempre resplandeciente, y un par de consejeros de mi hermano que estaban hablando entre susurros entre ellos.
Deacon se encontraba a unos pasos por detrás de mí, brindándome unos últimos momentos de privacidad con mi hermano antes de la despedida final. Del adiós definitivo.
—Por favor, Sinéad —dije, estrechando sus manos—. Piensa en el pasado, en los errores que se cometieron y que, poco a poco, nos fueron conduciendo a esto. Sé más inteligentes que todos aquellos que quieren utilizarte a su antojo: no se lo permitas.
Esperaba que entendiera que estaba refiriéndome a Deacon y a sus astutos juegos de poder, que tan bien dominaba. Los ojos de mi hermano se entrecerraron, contemplándome en un silencioso escrutinio que me provocó un escalofrío; las palabras de aquella anciana de la aldea volvieron a repetirse en mis oídos.
"... Uno con el corazón destrozado, seducido por la oscuridad..."
"... Ah, vaya, el último está condenado..."
No iba a permitir que las proféticas palabras de aquella mujer se hicieran realidad. No podía condenar a mi hermano o dejar que fuera seducido por la oscuridad; ninguno de los dos destinos me agradaba lo más mínimo y estaba en mi mano poder salvar a Sinéad.
Salvar lo único que me quedaba.
—Nos veremos pronto, Maeve —respondió.
Poco a poco, sus manos fueron soltando las mías y, en esos segundos, sentí pavor. Pavor de lo que me aguardaba cuando nos despidiéramos; pavor de verme alejada de su lado, de lo único que conocía. De la única familia que me quedaba.
Deacon me aferró por el brazo, indicándome que había llegado el momento. Los ojos de mi hermano se desviaron hacia los del príncipe oscuro y la conexión entre ambos se rompió; me pareció ver resurgir aquella aura oscura, la oscuridad que tanto miedo me daba.
—Es hora de irnos.
Nuestras manos terminaron de soltarse y mi hermano retrocedió un paso, dejando que Robinia se acercara a su lado y me dedicara una compungida sonrisa; la nueva reina de Invierno se había volcado en la recuperación de Sinéad, además de inmiscuirse en más asuntos de los que se requería.
Le lancé una última mirada a Sinéad mientras retrocedíamos. Anaheim se encontraba con las manos cruzadas sobre el regazo, a la espera de que Deacon diera la orden de marchar hacia la Corte Oscura.
Ni siquiera había pensado en cómo llegaríamos hasta allí.
Deacon me hizo girar hasta que estuvimos cara a cara. El estómago se me contrajo cuando sus manos me tomaron por las muñecas; sabía lo que venía a continuación, podía percibir cómo su magia oscura se arremolinaba a su alrededor, preparándose para ser usada.
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THE DARK COURT | LAS CUATRO CORTES ✸ 3 |
FantasyLa guerra ha llegado. Entre traiciones, y reveladores descubrimientos, Maeve forjará nuevas alianzas. *** Cuatro Cortes. Un secreto. Una longeva paz. Y un torneo. La guerra ha llegado. Tras una sucesión de continuas traiciones, y reveladores descub...
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