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| ✸ | Capítulo 12.

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Me topé con Kermon en el pasillo, evidentemente indeciso.

El lord se quedó congelado al verme salir, con sus emociones a flor de piel y sin tiempo para poder colocarse de nuevo la máscara que siempre llevaba encima. Sus ojos azules me contemplaron con miedo... y preocupación; a pesar de todo el veneno que había vertido el rey en sus oídos, intentando que el odio se mantuviera, podía ver un resquicio de resistencia. Kermon me había asegurado necesitar espacio para poner sus pensamientos y sentimientos en orden, pero la imagen de su madre ensangrentada le había afectado: le había hecho tener miedo de lo que hubiera podido sucederle.

Me quedé parada, con la puerta que conducía a las habitaciones de Anaheim a mi espalda. Kermon, recuperado de la sorpresa por mi aparición, se apresuró a acercarse hasta mí; sus ojos repararon en la sangre reseca de mis manos. Las pupilas parecieron dilatársele ante aquella imagen.

—No es suya —le dije, intentando calmarle.

El lord tragó saliva y desvió la mirada. Ahora parecía encontrarse culpable, quizá por preocuparse por la mujer que, según su padre, había tratado de usarlo en su propio beneficio; pero lo único que se encontraba era confundido.

—Ella querría que pasaras —le susurré.

Kermon apretó la mandíbula, atrapado en una encrucijada.

—No estoy preparado —confesó al cabo de un rato en silencio—. Quiero... quiero hacerlo, pero no puedo. Aún no.

Comprendí lo duro que debía resultarle la situación. No quise preguntar por Cadmen, por lo que habría hecho Anaheim en las mazmorras; sentía la imperiosa necesidad por conocer los motivos de la Antigua, saber qué había descubierto Puck en el Códice para que estuviera tan seguro de que mi simple existencia era un error que debía ser subsanado. Quería saber si había algo más detrás, más que la certeza de Puck.

—Quiero ver a Cadmen —le hice saber a Kermon, cambiando de tema y haciéndole saber de ese modo que no iba a presionarle en el asunto de hablar con Anaheim.

El lord frunció el ceño, aturdido por mi petición.

—No es una buena idea —me respondió—. Y, de todos modos, está bajo control. No tienes por qué preocuparte.

—¿La habéis interrogado? —inquirí.

Kermon asintió con desgana y me hizo un gesto para que camináramos. La cercanía hacia el dormitorio de su madre estaba empezando a ponerle nervioso y necesitaba el espacio del que me había hablado. Y yo necesitaba que me hablara con franqueza sobre todo lo que había ocurrido con Cadmen.

—No es muy participativa —comentó.

En otras palabras: no habían sido capaces de arrancarle una sola palabra de interés. La Antigua afirmaba que mi muerte era un beneficio y que estaba dispuesta a desobedecer las órdenes y deseos de su príncipe con tal de alcanzar lo que Puck había anhelado mientras estuvo con vida.

—Y no podemos hacer nada más —añadió Kermon con tono sombrío—. Solamente Deacon y nuestro padre tienen en sus manos la decisión de qué hacer con Cadmen.

Me resultó extraño oírle hablar del rey con ese término; ahora que sabía la verdad, era absurdo fingir lo contrario. Continuamos con nuestra caminata, alejándonos del pasillo donde estaba mi dormitorio y el de Anaheim; inspiré el aire que se colaba a través de los amplios ventanales de las paredes. Me recordé que no era bueno advertir a ninguno de ellos lo que había sucedido.

No anhelaba el regreso de mi esposo.

—¿Qué harías tú? —le pregunté.

Kermon me miró de reojo.

THE DARK COURT | LAS CUATRO CORTES ✸ 3 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora